LA ERA DEL FAUNO
Atala Valenzuela
Hizo época. Cada cual, su circunstancia. Desarrolló el periodismo social, o de sociedad, para ser preciso. Ese periodismo que también deja evidencia de las cicatrices sociales. Los cocteles de bienvenida, las despedidas en los aeropuertos de antes, las rifas y fiestas demuestran el comportamiento de un segmento; son cuadros de costumbres en fotos; a veces, constancia del arribismo. Gente bien, medio bien, mal o muy mal que hoy está en una inauguración y mañana en la cárcel.
Me costó trabajo despojarme de la repelencia hacia las élites retratadas y comprender la entrega sincera de Atala Valenzuela. Atender ese mundo ha de ser retador. Por una parte, la crítica de quienes trabajan por la transformación social y tampoco lo consiguen. Por la otra, a veces, lidiar con gentuza acostumbrada a mandar, que quiere salir guapa en la foto, y rápido, o amenaza conque va a quejarse con los dueños.
El caso es que Atala Valenzuela dedicó cuatro décadas de su vida a servir de puente. Sabía en lo que estaba. Es decir, así como sabía que su tarea era retratar señoras, intuía lo que el resto opinaba de su sección, desde la dirección hasta la tienda. Estaba consciente del nido en el que se movía y cómo eran las aguas que la rodeaban. Nada ingenua. Veía con disimulo lo que había tras la sonrisa de una clase trepadora o de los periodistas de elite, de cultura, de nacionales o deportes. Pues todos son clase aparte. Todos son especiales. Es que los diarios son como la vida: un sistema de categorías donde cada cual considera su especialidad como lo más importante y menos valorado.
Atala construyó un archivo fotográfico con miles de testimonios del comportamiento social guatemalteco. Archivo que un mal día alguien mandó tirar a la basura para ordenar la casa, para mejorar los espacios. Con brutal ignorancia, propia de gente bárbara, mandó al diablo décadas de trabajo. Quien más daño provoca en las empresas es la gente que va de paso, gerentes o administradores sin escrúpulos que solo quieren agradar a sus jefes. La historia de un país está en los libros, revistas, fotografías, en todo ese entramado que puede ser recogido para ser juzgado o simplemente recordado.
Atala Valenzuela era generosa, bromista. Su lenguaje escrito era el de antes, con intenciones preciosistas: Parabienes al vivaracho niño. En la foto, el destacadísimo pintor, en amena charla con la agraciada señorita. Brindan la bella novia y el respetable caballero. Llega la pareja a tres quinquenios de dicha y felicidad. Enhorabuena desde nuestra redacción…
Un mundo construido para raro deleite. Bien sé que afuera de esas páginas el mundo se caía, como se sigue cayendo ahora y son otros los deleites. Las categorías sociales son las perjudiciales, su registro queda en esas páginas tal como las palabras quedan en los diccionarios.
Sencilla, modesta, repudiaba la injusticia. Y cómo no, si su esposo fue desaparecido durante el conflicto armado, lo que la obligó a vivir en el exilio.
Quisiera despedirla como ella lo habrá hecho tantas veces, respetuosamente: Falleció una dama, un ser humano bondadoso. La distinguida decana del periodismo social deja cientos de páginas en libros de su autoría, en sonetos y crónicas sociales. Atala Valenzuela fue un ser admirable que batalló entre la profundidad de su persona y su sociedad harto superficial. Sus seres queridos, en especial su amigo poeta Julio Fausto Aguilera, lamentan la irreparable pérdida y elevan oraciones por el descanso de su alma. Por mi parte, escribo esto a la memoria de una buena y hermosa persona, doña Atala Valenzuela.
@juanlemus9