RINCÓN DE PETUL

Al corazón de los desterrados

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Cuando las temperaturas caen, el calor viene de fuentes alternas. En días pasados, fríos inusuales invadieron el país. Pero nada comparado con lo gélido de lugares lejanos. Hace unas semanas coincidí con dos jueces exiliados en Washington. Sus pruebas lastiman. Pero algo me dice que un algo especial crece en ellos.

Es cruel el exilio para quien injustamente no puede volver a casa. O, más bien, para quien sería encarcelado o asesinado si se atreviera a regresar. Ese temor fundado genera distancias forzadas. La geográfica, es evidente; pero más profunda termina siendo la personal. Esa que aísla, y desgarra al individuo de su clan. La que lo aleja de la historia que construía con familia y amigos. Que corta sus proyectos, muchos de ellos, de forma terminal. Y la que, últimamente, crea transformadores silencios que inhiben la personalidad. Todos en casa compartirán hoy el ponche de Nochebuena. Pero es el exiliado quien se mira arrimado a rebaños ajenos. Quizás esa fría soledad se siente aún más en las culturas latinas de nosotros: tan cercanos; tan tocones; tan de esos apapachos que no se logran en la llamada virtual. Es esto a lo que han llevado a nuestros jueces. Pero lejos de quebrarlos, vi que algo especial crece en ellos.

Antes ya había intercambiado con el juez Carlos Ruano por trabajo. Ahora, en Washington, platicamos en un plano más de amistad, en una tertulia donde —además— conocí a la jueza Erika Aifán. Distinguidos, sus personalidades transpiran el profesionalismo que solo logran los más destacados. Sorprende verlos y escuchar sus caminos. Especialmente me admiró cómo, aún después de tanto, siguen expresando el más puro respeto y compromiso hacia las judicaturas por cuya defensa fueron forzados al exilio. Nítidos en su actuar, aplicaron el Derecho para lograr la justicia independiente que las sociedades necesitan.

' Algo especial crece en los jueces y exiliados.

Pedro Pablo Solares

Es tan absoluto el torbellino de un destierro forzado que no cualquiera lo puede soportar. Pero, los jueces, así como otros expulsados por haber sido estorbo en la maquinaria de corrupción que cooptó al Estado, tienen en común que sus profesiones requieren una fortaleza que también es única. Jueces, fiscales y periodistas exigen ese algo especial que vi crecer en los licenciados Ruano y Aifán, y que me lleva a esperar que todos no solo soporten la lejanía en los días más difíciles como hoy, sino que, además, crezcan en esa lejanía; que agranden sus ideales y sus causas, y que se desarrollen con esta inesperada oportunidad.

Hizo frío en Guatemala en días pasados. Tanto, que nos hace olvidar que en Washington la temperatura es —de hecho— aún menor. Los probos y sus familias, aquí y allá, pasan hoy la fiesta separados por la fuerza de un demonio. Y, ciertamente, aunque no hay abrigo alguno que acalore el corazón, sí hay una convicción por lo correcto del camino, y por ver que en los jueces crece ese algo especial. Su aliento enciende y motiva lo más precioso a lo que podemos aspirar: la esperanza. Así, convencidos, deseamos que la limpia consciencia, cual cristal invernadero, proteja y acalore a quienes hoy comerán el tamalito separados por la noble causa de la justicia. Que sus familias y amigos se los reconozcan siempre, y que se sientan acompañados desde acá, su tierra, su hogar, que les apapacha a la distancia en eterno agradecimiento por el sacrificio de vida realizado. Les mandamos, de aquí a allá, el deseo de una buena Navidad.

* Esta columna defiende los legítimos resultados electorales del 20 de agosto y cerrará semanalmente con este mensaje independiente al tema de cada artículo, hasta que suceda la debida e imperiosa toma de posesión del presidente y vicepresidenta electos, Bernardo Arévalo y Karin Herrera, el 14 de enero de 2024.

ESCRITO POR:

Pedro Pablo Solares

Especialista en migración de guatemaltecos en Estados Unidos. Creador de redes de contacto con comunidades migrantes, asesor para proyectos de aplicación pública y privada. Abogado de formación.