Los desafíos de un país pasan por muchas etapas. Algunas de ellas son más largas que otras. Entran y salen diversos regímenes, cada cual con sus enfoques, sus extravíos y sus luces. Pero en el caso de Argentina, como lo señalan sus propios ciudadanos, la noche ha sido larga. Y no solo es de largo aliento, sino también de profundas grietas en su propia democracia, que, si bien ha sido aprobada (comprada) por la mayoría, es por esas mayorías clientelares que también ha estado esclavizada dictatorialmente a través de su tiranía.

En las últimas décadas, Argentina se ha convertido en un estudio de caso de altibajos económicos y turbulencias políticas. Desde la era de Juan Domingo Perón hasta hoy, el país ha experimentado una serie de ciclos económicos, políticas populistas y crisis que han dejado una marca indeleble en la sociedad y la economía.

El camino económico de Argentina ha estado marcado por la inestabilidad. Las crisis, una tras otra, han puesto de manifiesto la volatilidad de su economía. La hiperinflación actual de 140%, la devaluación del peso y los sucesivos defaults en la deuda la han llevado a la bancarrota y sin acceso a más créditos. El diagnóstico es añejo: La política argentina ha estado dominada por un populismo descomunal desde la era de Perón. Este enfoque ha favorecido políticas de gasto público expansivo financiadas por deuda, en lugar de reformas estructurales profundas.

Javier Milei, incansable en su crítica al peronismo, al que se refiere despectivamente como “casta”, se ha apoyado en las ideas de destacados autores liberales como Alexis de Tocqueville, John Stuart Mill, Friedrich Hayek y Karl Krause, entre otros. Sus argumentos se centran en cómo las políticas peronistas han conducido a Argentina hacia una espiral de inestabilidad y una creciente dependencia del Estado, reflejando los riesgos y desafíos señalados por estos pensadores.

A pesar de los importantes gastos sociales, la pobreza y la desigualdad siguen siendo retos significativos. Los ciclos de crecimiento y recesión han afectado desproporcionadamente a las clases más bajas, exacerbando la brecha social y económica. La polarización política ha impedido la implementación de políticas a largo plazo. La alternancia entre diferentes enfoques económicos y políticos ha creado un ambiente de incertidumbre, dificultando la planificación y la inversión tanto nacional como extranjera.

Los problemas de deuda y las complejas relaciones con los mercados internacionales han sido un dolor de cabeza constante para Argentina. Los defaults han dañado su reputación en el escenario mundial, limitando su acceso a los mercados financieros y complicando las negociaciones con organismos internacionales.

La buena noticia es que ha ganado Javier Milei, quien representa una corriente liberal en contraste con las políticas tradicionales. Las noticias dan cuenta de que hay un renovado sentido de esperanza para los argentinos. Su triunfo, por amplio margen, señala un deseo de cambio entre los votantes, cansados de las recurrentes crisis económicas y la inestabilidad política. Enfrentará desafíos significativos en su esfuerzo por implementar una agenda liberal en un país históricamente marcado por el populismo y el intervencionismo estatal. La transición hacia políticas de mercado libre, reducción de la burocracia y liberalización económica requerirá no solo habilidades políticas, sino también un amplio consenso social, en un entorno donde las políticas populistas han dejado profundas huellas en la estructura económica y social del país.

Pese a estos desafíos, la victoria de Milei, sin duda, representa el inicio de una nueva era en la política argentina, una que busca romper con el ciclo de populismo y crisis económicas, abriendo un camino a una mayor estabilidad económica y una democracia más robusta. Este momento puede ser una oportunidad para que Argentina redefina su curso y se embarque en un camino de recuperación y crecimiento sostenible. Barbas en remojo…