ALEPH
Consuelo Carrillo Meza
A solo 24 días de la toma de posesión y con 80 días de presencia y exigencia de los pueblos originarios pidiendo la renuncia de la fiscal general y Cía; en medio de un proceso complejo y convulso de (ojalá) extinción masiva que está aporreando judicial y políticamente a los dinosaurios golpistas que no dejan avanzar a Guatemala, quiero colar esta columna.
' No se tenían tampoco los mismos derechos dentro del matrimonio, pero sí muchas obligaciones.
Carolina Escobar Sarti
Es un privilegio aprovechar estos días para hablar del último libro de Consuelo Carrillo Meza, mujer que supo tejer la gran Historia de un país y del mundo a lo largo de un siglo, con las historias de una familia que se convierte en muchas, y con sus sabores culinarios. El sabor de los buñuelos, el pepián, el fiambre o el pan de coco se van mezclando con la dictadura de Ubico y el encarcelamiento de su padre por este; se mezclan con una Norma Padilla querida y asesinada, con las pérdidas de seres queridos y hasta con la Segunda Guerra Mundial, que trae a Guatemala a alemanes a establecerse en Cobán, como es el caso de “El Varón del Café”.
Somos nuestras historias, escribí en la contraportada del libro, la manera en que las habitamos, las recordamos y las contamos. Este libro de Consuelo, titulado Las recetas de la tía Oly y otras historias, no es un recetario más; es la ruta gastronómica de la seda en la historia de una familia nómada, que reconoce sus orígenes amorosos, culturales, sociales, culinarios y políticos en Guatemala. Consuelo nunca se distanció de su país, a pesar de morir en Suecia recientemente, a los 100 años de edad. A ella la conocí por su hijo Jaime Barrios Carrillo, por sus cálidos mensajes, por las historias de su familia en mi propia familia o entre amigos, pero principalmente por este último libro.
Graduada de la primera promoción de la Escuela de Servicio Social a finales de los años cuarenta, junto a mujeres como Elisa Molina de Stahl, Isabel Irigoyen, Lili Zachrison, Olga Fuentes Arriola de Gracias, Concha Deras y Julieta Hernández, tuvo desde niña una conciencia muy despierta. En un capítulo de su libro llamado Pobrecitos los tiburones, da muestra de ello: “Lo hice pensando en que, por analogía, pululan en el país personas que son como los tiburones o la imagen que se tiene de ellos que, aprovechándose del logro que obtienen de (…) alcanzar poder e influencia, llenan sus bolsillos con fondos del erario público y, aunque pareciera paradójico, también ellos deben ser dignos de compasión, porque llegará para ellos el tiempo en que deberán rendir cuentas. Con su voracidad quebrantan leyes morales y de justicia y equidad…”.
Consuelo sabía, desde sus 18 años, que quería votar y recibir educación universitaria, pero eso estaba vetado para las mujeres de Guatemala. “Una restricción escandalosa”, dice ella, “era que las mujeres no podían firmar contratos ni documentos oficiales. No se tenían tampoco los mismos derechos dentro del matrimonio, pero sí muchas obligaciones. Los hombres podían tener automóviles y manejarlos, y se decía que eran ellos los que ‘llevaban los pantalones’ en las familias. Las mujeres, en cambio, estaban atrapadas en un sistema patriarcal bastante grosero. Se les prohibía ejercer liderazgo bajo la consigna machista de ‘la mujer obedeciendo manda’.(…) Una condición que lamentablemente aún no ha sido plenamente superada”, concluye.
Es maravilloso leer que, a sus 100 años, escribiera con esa firmeza y esa conciencia; es de esa estirpe de personas que cumplen años pero nunca envejecen. Que mantienen la mente y el corazón abiertos hasta el final. A las doce en punto las campanas de los templos repicarán, algunos comeremos un tamal, encenderemos fuegos artificiales y nos desearemos mutuamente una feliz Navidad con abrazos. Como ella lo hizo alguna vez.