SIN FRONTERAS
Cuando lo mejor es lo peor
Un imprudente Bruce Ismay hostiga al capitán Smith para navegue a una mayor velocidad. Las calderas se llevan al tope con ingenua celebración. La euforia es efímera, como vacías fueron sus motivaciones. Se dice que Titanic chocó con el hielo navegando a más de 22 nudos. Una mayor velocidad resultó en una menor cautela. Hoy sabemos que el desastre fue espectacular y sus advertencias no cesan de estar vigentes. Hay repuntes que son engañosos y no ameritan alegría ni relajamiento. Caso conocido con lo que pasa a los enfermos, a quienes justo antes de su muerte, les suele venir un alivio que es pasajero. Le llaman la “mejoría de la muerte”, o una “lucidez terminal” si los males afectan las facultades mentales. Y es el caso también de la vehemencia absoluta del dinero que nos envían los trabajadores expatriados. Una cifra que vuela en lo alto, pero que es una muestra de lo bajo, de lo absolutamente bajo, que transita la situación interior. Por lo menos, para la clase trabajadora, que es una abrumadora mayoría de la población nacional.
' Remesas: Esta calma, esta euforia, pueden ser efímeras.
Pedro Pablo Solares
Este mes de septiembre es ilustrativo de nuestro patológico caso. Sucede que —nuevamente— fue el mes cuando el Banco Central reportó la cifra récord de remesas, provenientes de Estados Unidos. Y coincidió con el mes en que Guatemala llega a 200 años de haberse emancipado. Pero aún bajo nuestros pésimos estándares, la situación general es tan angustiante, el destino de corto plazo es tan incierto, y la pena general es tan profunda, que ni siquiera se atrevieron a dar rienda suelta a las celebraciones pantalleras a las que nos tienen acostumbrados los populistas. Sin trabajos para generar riqueza; sin educación para construir futuro; sin comida para crecer; ni mucho menos justicia para demandar. El pesar es profundo, quizás mucho más grande que todas las crisis del pasado mediato. En vez de disminuir, crecieron los pacientes terminales de una enfermedad que aquí toma pinta apocalíptica. Realmente, lo lógico es que la gente se vaya a lugares donde hay más orden. Y lo ilógico, lo inverosímil, es que todavía haya quien se quede con la esperanza de que la cosa mejorará por aquí.
Así, particularmente creo que no es de extrañar la cifra de remesas familiares que nos reporta el Banco de Guatemala, la cual es un indicio del éxodo sostenido que hemos sufrido. 1,389 millones de dólares, tan solo en este mes de agosto. Eso significa que fue el sexto mes consecutivo en superar los $1,200 millones, y el tercero consecutivo en superar la barrera de los $1,300 millones. Para poner en contexto, el promedio mensual del año pasado fue $945 millones. Y el promedio mensual de 2019 fue $875 millones. Un crecimiento lineal para este año —que igualmente sería bárbaro— habría sido un promedio mensual que a penas superara los $1,000 millones. Sin embargo, en los ocho meses que lleva este segundo año de pandemia, el promedio mensual es de $1,214 millones. Es decir, son las cifras que quizás se hubieran proyectado para dentro de unos dos años, de haberse mantenido el gran crecimiento anterior.
Mucho se habla de la economía nacional en esta era de la pandemia. De hecho, el presidente Giammattei se jacta de un panorama —según él— muy positivo. Los números muestran que el recurso popular depende de un chorro que viene del Norte. Esta calma, esta euforia, pueden ser efímeras. El alivio temporal depende de factores sobre los que no tenemos control. Uno se pregunta si el exceso de dólares que circula finalmente es positivo. Posiblemente lo sería, si con ellos construyéramos algo más sostenible. Pero sin planes ni proyección, quizás sean el indicador más grande de nuestro gigantesco fracaso. Peligroso es eso de celebrar bonanzas aparentes. “Vaya si no”, nos diría —si pudiera— el imprudente de Ismay.