SIN FRONTERAS
Desde Alabama, para usted
No sé cuánto sabe usted sobre Alabama. Seguramente más de lo que yo conocía el primer día que vine aquí. Siete años calendario, un siglo en la memoria. Las imágenes que me habitaban no hacían su justicia merecida. Quizá no imaginaba a estas colinas rodantes; de verdes y azules; de hojas y lagos, de generosos paisajes, de los que uno se llega a encantar. Antes, lo que sabía era otra cosa. La Alabama, finca: bastión histórico del sur de esclavitud. Alabama, Estado: la tierra de Wallace, que peleó por la segregación de los negros, contra todos y todo, hasta el día final. Alabama, de campos de algodón, donde sangre gotea de las manos que lo recogen; la de Tuskegee y tantos recuerdos, poco invitadores. Realmente, pocas ganas tuve de venir. Eso hasta que, finalmente, y en persona, la conocí. Entré manejando por camino rural. Como en los demás casos, cuando uno entra por calle en carro, un rótulo da bienvenida con el nombre del Estado, con un lema personalizado. Digamos, de Indiana, “la encrucijada de América”. O Nueva York, “el Estado imperio”. El de aquí simplemente decía: “Bienvenido a Alabama —la hermosa—”. Sonreí con escéptico prejuicio. 2012, y un laberinto de sorpresas. Siete años, y un siglo en la memoria. Alabama, la hermosa, tierra de encantos, de oportunidad para los paisanos. Alabama, a la que dejé por largos años, tierra de nostalgia, que una vez me enamoró.
' El migrante aquí está —no olvidado por su Estado, sino—, despreciado por su Estado.
Pedro Pablo Solares
Vine muchas veces a Alabama. 18 pueblos pequeños, todos rurales, albergan a algunas de las más vibrantes y “nuevas” comunidades de indígenas guatemaltecos. Han proliferado por aquí, desde inicios de siglo, y creciendo de la mano de ciertas industrias. La del pollo, en especial, que tiene en abundancia, rastros y plantas por la región. Vine muchas veces a Alabama. Creo que un día,me hubiera gustado vivir acá. Pero, intempestivo, llegó 2016, con su candidato populista, sus gorras rojas y asquerosos mensajes racistas. No pude soportar los videos de hermanos latinoamericanos sufriendo lo inimaginable: la humillación e impotencia de ser insultados por hablar su idioma en público. Eso, en un país cuya ley ni siquiera impone una lengua oficial. Dónde había quedado ese lugar que predicó por el mundo su fundamento dedicado a dar oportunidades para todos por igual. No quise venir más. Y en la profesión, giré para conocer más a detalle la migración desde la ruralidad en Guatemala. “Machete estate en tu vaina”. Pero un lustro pasó ya, y de nuevo germinó esa semilla, un día aquí plantada, y que desde esta segunda tierra para tanto paisano puedo vislumbrar que quizá nunca muera en mí.
Vine por una semana y regreso hoy de nuevo a casa. En esta semana visité más de 10 pueblos de migración guatemalteca por tres estados. Los pueblos que escogí, en su mayoría, son los más lejanos, los más pequeños, donde los consulados, los censos y números no alcanzan a —o no quieren— llegar. Recogí nuevos y frescos testimonios que dan cuenta de lo que todos sabemos desde Guatemala: que el migrante aquí está —no olvidado por su Estado, sino— despreciado por su Estado. Que el sistema consular estafa al usuario, el ciudadano nacional, quien, a pesar de que paga en abundancia por servicios que podrían ser más baratos, recibe el peor servicio, en comparación con los demás países hispanos. Y que la situación del trabajador guatemalteco, el campesino, el humilde, el ineducado, siempre enrojece los ojos de quienes aquí los conocen, y que de ellos se compadecen por su particular abandono. “Siga adelante, y ayude a esta gente”, me dijo el conductor úber cuando le comenté sobre lo que hago aquí. Cómo se habrá conmovido que insistió en no cobrar. Nuevas historias retratarán con frescura este abandono. Las comparto desde esta tierra de contradictorios encantos, y de necesidades enormes que es hora de atender.