META HUMANOS

Diciembre: tiempo de tomar chocolate para el alma

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En un abrir y cerrar de ojos llegamos al último mes del año. Diciembre es el momento idóneo para pausar, crear un espacio de silencio y prepararnos un buen chocolate para el alma, que nos permita cerrar ciclos y trazar nuevos comienzos.

' Descubrir lo que nos habita es quitarnos las máscaras que esconden nuestra vulnerabilidad.

Claudia Hernández

A nivel del cuerpo, el chocolate produce una sensación de bienestar, debido a que el cacao, su componente esencial, contiene propiedades estimulantes que actúan en el cerebro produciendo endorfinas, o los llamados “transmisores de la felicidad”. Desde la cosmología maya, las ceremonias de cacao son herramientas para “viajar a nuestro interior, escuchar nuestro espíritu y abrir nuestro corazón”.

La idea de “tomarse un chocolate para el alma”, planteada en épocas recientes por Jack Canfield y Mark Hansen, supone un encuentro con nosotros mismos, para armonizar la mente, el corazón y el espíritu. Para aprender a soltar lo que hay que dejar ir y a procesar de una manera profunda la transformación que anhelamos en nuestra vida.

Para los guatemaltecos, el cacao es parte de nuestra herencia ancestral. Nos reconforta del frío, nos permite compartir con amigos y puede volver a ser un medio de encuentro con nosotros mismos, para cerrar ciclos, repensar la narrativa que nos mueve y trazar las acciones que, en el presente, nos acercarán hacia el futuro que deseamos.

El chocolate para el alma se toma despacio, sin prisa, degustando sorbito a sorbito su sabor y sus regalos. Se puede tomar solo o en compañía de alguien con quien nos sintamos seguros para tener una conversación profunda. Si bien no hay un guion para guiar ese diálogo interno, hay un principio fundamental: “reconocer cómo estoy y qué me habita”. Una llave para reconocernos es conectar con el cuerpo y con el alma, dejando que la mente baje su volumen y nos permita ir abriendo los candados que a veces nos impiden avanzar.

Descubrir lo que nos habita es quitarnos las máscaras que esconden nuestra vulnerabilidad. Es reconocer que si en tu cuerpo, en tu mente o en tu corazón hay heridas, tú al igual que yo, somos emocionalmente vulnerables. Es decir que, en el momento menos pensado, nos sentimos con miedo a ser heridos de nuevo. Cuando nuestras heridas no han sanado, el miedo se nos activa, generando dudas, frustración, inseguridad, tristeza, ira, culpa o vergüenza.

Los guatemaltecos, como sociedad, aún no hemos aprendido a gestionar nuestras emociones. En algún momento aprendimos más bien a ponernos una máscara o una coraza, para ocultar lo que sentimos. Se nos olvida que eso que sentimos no desaparece detrás de la máscara. Se queda escondido y desintegrado, para salir de formas que no son sanas. Con más frecuencia de la que quisiéramos, resultamos “hiriendo por donde nos hirieron”, explotando ante la menor provocación, huyendo sin saber por qué y saboteándonos inconscientemente.

Al tomarnos los sorbitos de chocolate, recordemos que todos somos vulnerables, que debajo del maquillaje y la sonrisa, de la rudeza y el tatuaje, del llanto y la evasión, puede haber una herida por sanar y un miedo que procesar.

En la medida en la que nos reconozcamos, nos escuchemos y sanemos nuestras heridas, podremos armonizar cuerpo, mente, corazón y alma. Contribuiremos a co-crear una sociedad emocionalmente más sana, en donde en vez de normalizar el uso de máscaras y corazas, normalizamos los espacios seguros para hablar de lo que sentimos, sin importar nuestro género.

Deseo que en diciembre, preparar un chocolate para el alma, sea una oportunidad para dar y recibir uno de los regalos más valiosos de esta vida: generar espacios de bien-estar para ti y para los que amas.

ESCRITO POR:

Claudia Hernández

Psicóloga clínica, especializada en conocimiento, aprendizaje y gestión del conocimiento. Actualmente es directora del Campus de la Universidad Rafael Landívar en Quetzaltenango.