CABLE A TIERRA
El ángel de los migrantes no deseados
Según las Naciones Unidas, en 2020 hubo unos 281 millones de personas que vivían en países distintos al que las vio nacer. Una cifra pequeña, respecto de los casi 8 mil millones de humanos que habitamos el planeta, pero que en el siglo XXI provocan un creciente escozor. No todos, por supuesto. Hay migrantes y “migrantes” en este mundo. Están los que son bienvenidos, pues “mejoran la genética local, afianzan el estatus quo del grupo dominante del país receptor, o bien traen los dólares y las inversiones, o el talento que reproduce el capital y las estructuras de poder del país que los recibe”.
Están también los otros “migrantes”. Los no deseados. Para ellos el maltrato es tolerado, al extremo de la total deshumanización de su condición. Lo viven personas que migran obligadas por las circunstancias extremas que viven en su país de origen: hambre, pobreza, falta de oportunidades, violencia y, ahora también, hasta por las amenazas climáticas que terminan por acabar con los medios de vida que otrora les permitían al menos sobrevivir.
' Lo extrañaremos, padre Mauro.
Karin Slowing
“Los migrantes no deseados” son uno de los temas más álgidos de la geopolítica contemporánea, y también de la economía. Para abordar estos temas hay en el país doctos expertos que pueden ilustrarnos ampliamente. Así también hay buitres carroñeros que entran en paroxismo con cada dólar de sangre que entra en el sistema financiero producto de la migración, y a quienes no les importan ni los sufrimientos ni los riesgos que viven estos seres humanos que están siendo expulsados del país por una matriz económica excluyente y concentradora que ellos mismos controlan. Con una mano expulsan a la gente y con la otra están bien dispuestos a recibir los dolaritos de las remesas.
Son pocos los que realmente velan por “los migrantes no deseados” en Guatemala; por estos seres humanos de carne y hueso, con alma y sentimientos, que están dejando y jugándoselo todo, hasta la vida, para intentar salir del infierno al que han sido condenados por quienes controlan este sistema injusto y excluyente, en donde las entidades gubernamentales “supuestamente a cargo” solo sirven para rasgarse las vestiduras luego de una tragedia que se hace mediática, o para lanzar persecuciones y capturas de personas cuyo único delito es querer sobrevivir y superar sus actuales circunstancias. Vendepatrias que, desde puestos públicos de alto nivel, mercan el territorio y su gente para volver al país una gran jaula para migrantes a cambio de impunidad.
Si no fuera por algunas organizaciones de sociedad civil y organizaciones de las iglesias, en particular por la orden de los misioneros de San Carlos Scalabrinianos de la Iglesia Católica, que en Guatemala han desplegado desde 1985 su labor de fe y amor al prójimo con migrantes, refugiados y deportados, estas personas prácticamente no tendrían quién vele por ellas. La gran obra de los Scalabrinianos en Guatemala ha sido encabezada muchos años por el noble padre Mauro Verzeletti. Hoy, luego de casi un cuarto de siglo viviendo en el país, y enfrentando cualquier cantidad de vicisitudes y seguramente amenazas, el padre Verzeletti se va. Entiendo que su Orden le ha asignado un nuevo desafío. Me alegro por él, pues con su labor en Guatemala seguro que ya se ganó las alas de ángel cuando vaya al cielo. A la vez se me acrecienta la tristeza porque mi país está perdiendo a otro ser humano extraordinario en un momento tan duro de su historia. Nos queda reiterar nuestro agradecimiento al Padre Mauro por ser voz, intelecto y fe inquebrantable por los más vulnerables de la Tierra. Y a la Orden de los Scalabrinianos, por continuar con su noble labor.