SIN FRONTERAS
El Ceibo: inicio de una nueva tragedia humana
Sucedió sin aviso previo. Lo único que se sabe es gracias al trabajo de acuciosos periodistas. Solo gracias a su trabajo nos enteramos de que, desde el 9 de agosto, intempestivamente, algo extraordinario sucede en la delegación fronteriza de la aldea El Ceibo, en La Libertad, Petén. Ese día, de manera extraordinaria, decenas de migrantes (principalmente guatemaltecos y hondureños) fueron llevados en buses por el lado mexicano. A cierta distancia de la frontera los hicieron descender para que caminaran y reingresaran a Guatemala, a Centroamérica. Al día siguiente lo mismo sucedió, pero con más gente. Y ha ido creciendo desde entonces, llegando a ser 200, 300 o hasta 500 personas las que abandonan diariamente en aquel lugar.
Guatemala tiene siete delegaciones migratorias en la frontera con México. Tres son en San Marcos, dos en Huehuetenango y dos en Petén. La de El Ceibo es la última, la más lejana de la capital, la más recóndita y desprovista de servicios mínimos. Este lugar es tan recóndito y lejano que no existe en la lengua española adjetivo suficiente para describirlo correctamente. Está en el último vértice de la frontera. Más al norte que Tikal. Más al norte que El Naranjo. En el medio de la selva, a la par del Parque Nacional Laguna del Tigre. A 135 kilómetros de la agencia bancaria más cercana. La pregunta, entonces, es evidente: ¿Por qué El Ceibo? ¿Cuál es el propósito estratégico de mandar a las personas migrantes, en su momento máximo de vulnerabilidad, al lugar más inapropiado para su sobrevivencia?
' El que se beneficia es EE. UU., el que colabora es México y el que acepta es Guatemala.
Pedro Pablo Solares
México tiene ya una larga historia de colaboración política con EE. UU. en el mecanismo masivo de detener y devolver migrantes centroamericanos y de otras nacionalidades. Pero hasta ahora lo que hacía era regresarlos a dos lugares: A Tecún Umán, en San Marcos, por la vía terrestre, y otros —menos— por la vía aérea, a la ciudad de Guatemala. A pesar de lo dramático del momento del fracaso por la deportación, en estos dos lugares la persona retornada —por lo menos— tenía acceso a servicios: bancos, cajeros automáticos, hospedaje, alimentación y tantas otras cosas más para sobrevivir en ese tumultuoso momento. Se dice que algunos —o muchos— de ellos emprendían camino nuevamente al norte al poco tiempo de haber llegado. Uno puede pensar que la estrategia puede buscar evitar ese retorno, abandonando (tirando) a la gente en el último lugar, desprovisto de todo servicio.
Estados Unidos, por su parte, tiene también ya una larga historia en su enfoque por reducir los picos de migración a través de la estrategia de la disuasión (deterrence). Han probado de todo, sin éxito de largo plazo. Hicieron condiciones tortuosas en los centros de detención, expulsaron a lugares peligrosos en la frontera norte mexicana, manteniéndolos en situación deplorable; les arrebataron a los padres sus criaturas, y los separaron sin un plan de reunificación. De todo han hecho, no necesariamente “detener” la migración como comúnmente se dice, sino “administrar” los flujos, evitando los picos alarmantes que perjudican electoralmente a los gobiernos que buscan reelegirse.
La situación, sin embargo, llega a una alarma máxima, ante el abandono tan crudo al que se somete a la gente. Es claro que en El Ceibo no hay condiciones mínimas para la supervivencia. Por ejemplo, solo hay un albergue de la Iglesia Católica con capacidad para cien personas. Pero más allá también están los peligros de un territorio sobre el cual parece tener más control el crimen organizado que el propio Estado. En este macabro plan, el que se beneficia es EE. UU., el que colabora es México y el que acepta, sumisamente, es Guatemala. El que sufre es el migrante, que buscaba sobrevivir. Y todos somos testigos de una nueva tragedia humanitaria que crece ante nuestros ojos.