META HUMANOS

El futuro deseado está hoy en los niños y las niñas

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Hace unos días escuche un audio de un “misionero digital” que, desde el contexto de la resurrección de Jesús, hablaba del paso de la oscuridad hacia la luz. De los momentos en que la propia vida se siente opaca y sin color. Donde nos sentimos solos y perdidos. Conscientes del peso de la sombra y paralizados de miedo frente a la incertidumbre.

' Cuando un niño o una niña cuenta con oportunidades, será capaz de salir de la desventaja.

Claudia Hernández

Con una voz cálida y sutil, el misionero afirmaba que, para salir de la oscuridad, necesitamos luz. La luz que viene de un ser supremo, la luz que te proyecta el otro, pero, sobre todo, la luz que nace de ti.

Mientras escuchaba el audio, se acercó a mi ventana la representación más perfecta de un ser de luz: un bebé. Lo llevaba sobre su espalda una joven, que ofrecía chicles en un semáforo. En el tiempo que da para cambiar del rojo al verde, ambas nos vimos e intercambiamos un par de palabras. Frente a mis ojos, el audio se convertía en una imagen, que reflejaba con toda claridad, la posibilidad de la luz y el peso de la sombra.

Al verlos, vi también el reflejo de los niños y las niñas de Guatemala, quienes en su mayoría (el 70%) viven en situación de pobreza. Muchos de ellos carentes de las condiciones esenciales para desarrollar su potencial. Sin acceso a servicios de agua y saneamiento, salud, nutrición adecuada, oportunidades de aprendizaje y condiciones de seguridad emocional, física y ambiental.

Noté que la sombra que frena su desarrollo es consecuencia de diversos factores, entre ellos, el que la inversión pública en niñez y adolescencia ha sido y es insuficiente. Según datos del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales, en 2020 esta inversión fue el 3.5% del producto interno bruto, lo que significa que a cada menor de 18 años el Estado le asigna Q8.90 diarios para “garantizar” su bienestar y la protección de sus derechos. Esta cifra —una de las más bajas en América Latina— no solo es inaceptable, sino destructiva para un país en donde los menores de 18 años representan el 43% de la población.

Como la joven del semáforo, cuando desde la primera infancia un niño se alimenta inadecuadamente, carece de cuidado afectuoso y vive en un ambiente contaminado, violento y estresante, la vida se opaca. Ni su cerebro, ni su cuerpo, contarán con las condiciones óptimas para aprender y desarrollarse a plenitud. La dimensión que no vemos, la de su estima, del concepto de sí mismo y de su sentido de propósito, también estarán afectados y por ende su capacidad para emprender.

A muy corta edad, su potencial quedará frenado por falta de oportunidades, paralizado por miedo, diluido en incertidumbre y hasta apagado por la desesperanza. Al no poder dar lo que no se tiene, estará predispuesta a repetir ciclos de pobreza, temor y desventaja que pueden abarcar generaciones.

Por el contrario, cuando un niño o una niña cuenta con oportunidades y referentes para nutrir su cuerpo, su mente y su espíritu, será capaz de salir de la desventaja, de liberar su potencial y ser luz para sí mismo y las siguientes generaciones.

Así que para avanzar hacia un mejor futuro y alcanzar el desarrollo sostenible del país, el Estado de Guatemala y los guatemaltecos debemos elegir a los niños y las niñas como prioridad de todos los sectores, en todas las agendas, empezando por la propia.

Como decía el misionero digital, estamos llamados a dar luz y vida empezando por los más vulnerables. Como nos cuestiona Hellen Clark, ex primera ministra de Nueva Zelanda, “Si no podemos proteger el futuro de nuestros hijos, ¿cuál es la medida de nuestra humanidad?”. La respuesta es personal, más su impacto será colectivo.

ESCRITO POR:

Claudia Hernández

Psicóloga clínica, especializada en conocimiento, aprendizaje y gestión del conocimiento. Actualmente es directora del Campus de la Universidad Rafael Landívar en Quetzaltenango.