RINCÓN DE PETUL
El peón etiquetado, su remesa y la revolución que sí pasó
¿Es acaso posible entender un pueblo sin buscarlo conocer? Los prejuicios, que imponen restricciones al conocimiento, se han visto en abundancia durante las gestas campesinas de 2023. Los pueblos indígenas y los campesinos han evolucionado. Al capitalino le queda despertar.
' El fresco dinero de la migración provoca la democratización del poder.
Pedro Pablo Solares
Sea en Tizamarté, caserío de Camotán; o en la aldea Chex, del diametralmente opuesto Aguacatán, hay un relato que escuché tantas veces como las veces que se preguntó. Como ecos que se repiten, uno a uno los campesinos coincidían, en las distintas montañas de la agrícola Guatemala. Son “cuarenta quetzales” lo que nos pagan el jornal. Un día completo por trabajo duro, de ese, que solo aguanta el nervudo campesino. “¿Q40 el día entero?” interrumpió incrédulo un colega alemán a quien el aspaviento casi lo bota del banco sobre el que estaba sentado. “Pues sí”, le respondieron. “Y eso, cuando hay trabajo”, que solo es algunos días del mes. “Pero nadie sobrevive con solo cien dólares en un mes”, racionalizó otro colega, en otra conversación similar; este que venía de la prolífica California. “Por eso se van” replicó un alcalde que nos acompañaba y quien traducía al idioma local. El mismo trasfondo en lo decían las señoras de Lajcholaj, fantásmica aldea que se quedó sin hombres, en San Rafael la Independencia.
Durante la historia, el misérrimo panorama del campesino agrícola de Guatemala fue consistente en todo estudio, en toda pieza de literatura que abordó el problema. Pero mucho se ha hablado ya sobre cómo en esto empezó a haber un cambio, un trascendental matiz, en las postrimerías del conflicto armado. Los sobrevivientes de alguna población arrasada huirían hacia la frontera. La vida temporal en los asentamientos de refugiados los conduciría hacia un próximo paso. No la incierta y peligrosa tierra natal, fuente aún del trauma por la carniza. Sino el Norte que, cual faro, significó la ruta inicial para un pueblo germinador. La imparable gran rueda de la migración empezó a rodar, y luego los hermanos jalaron a sus paisanos. Primero, al mítico Los Ángeles, y otras grandes ciudades. Decenas de pequeñas ciudades espejo de sus comunidades de origen se esparcieron por lo que allá llaman Small Town America. Los dólares de remesas empezaron una real transformación.
La democracia es más que simples elecciones. Es, más bien, la distribución del poder entre los sectores de un pueblo. Y justo eso provoca el fresco dinero de la migración. Si proyectamos números de OIM (2022), este año unos 7 millones de personas serán receptores directos de US$20 mil millones de remesas. El 51.3% de eso, al área rural. El panorama de los mencionados estudios y piezas de literatura de hace 2 o 3 décadas ha cambiado. Lo que no consiguieron aquí, lo fueron a traer allá. Y con ello, dan nuevos insumos para la transformación más importante que buscan sus pueblos. Hoy, millones en el interior se dirán a sí mismos: “Dinero para comida, ya hay. Y para vivienda, vestido y necesidades básicas. Ahora viene la búsqueda de la participación”. Un rol empoderado que reclama el merecido papel activo en los destinos del país. La autodeterminación, que es propia de cada pueblo. A la consumación de una revolución armada de capitales nuevos, que ya compiten y destacan en lo más alto de la economía nacional.
* Esta columna defiende el legítimo resultado electoral del 20 de agosto, y cerrará con este mensaje independiente al tema de cada artículo, hasta la esperada toma de posesión del presidente y vicepresidenta electos Bernardo Arévalo y Karin Herrera, el 14 de enero de 2024.