Fuera de la caja

El ritmo de la conversación

El estado emocional y la velocidad del lenguaje están directamente relacionados.

¿Se ha dado cuenta cómo el ritmo de una conversación puede influir en que su interlocutor(a) ponga más —o menos— atención en lo que está diciendo? Por bueno que sea un mensaje, su contenido debe atraer a quien lo recibe. Uno de los recursos para lograrlo es el ritmo, o sea la combinación entre tiempo y palabras —en este caso—.

En un diálogo entre amigas, el ritmo puede llegar a las 200 palabras por minuto.

En lo cotidiano, algunas personas usan una avalancha de palabras; muchas veces quienes las escuchan se sienten inundados por una lluvia verbal y  se aíslan del ambiente, orientando su atención a aspectos del entorno o divagando su concentración. Se defienden asumiendo una actitud de timonel de velero con el mar en calma, sin viento que perturbe la tranquilidad ni turbe su descanso.

Cuando esto ocurre, la mente del público se torna impermeable al mensaje y este fracasa porque no tiene cómo diferenciarse de otros focos de atención. Es entonces cuando los elementos complementarios a lo verbal juegan un papel determinante para atraer la concentración y lograr que el mensaje sea escuchado.

El estado emocional y la velocidad del lenguaje están directamente relacionados: a mayor emotividad, más palabras. En situaciones de total control emotivo, como en una exposición magistral, el ritmo del habla oscila entre 120 y 170 palabras por minuto, como apunta la comunicadora Marta Pinillos, del Instituto Superior de Estudios Psicológicos de Barcelona.  Por contraste, en un diálogo entre amigas el ritmo puede ser acelerado, llegando a ser cercano a las 200 palabras por minuto. Esa cadencia acentúa la emoción del momento. Y el silencio… al igual que en la música… le da espacio a las emociones acentuando momentos de máxima intriga y atención.

Las mujeres de segmento medio y educación superior completa, hablan 27 mil palabras al día, mientras los hombres usan solo 10 mil, según un estudio hecho por la investigadora española Valeria Cortez que analizó jornadas que transcurrieron entre las 7 y las 22 horas.

Conocido también como ritmo discursivo, esta característica de la comunicación busca que la velocidad de las palabras coincida con el interés y la atención del receptor. ¿Ha visto cuando una persona tiene poco tiempo —habla conciso y directo—, pero su interlocutor no tiene prisa alguna? Es como si una quisiera bailar salsa y la otra trata de bailar vals. La conversación no tardará en fallar; los movimientos no se logran armonizar.

Quien impone el ritmo suele ser —en una oficina, por ejemplo— quien tiene más autoridad; en una amistad, son las personas las que van estableciendo la frecuencia de sus palabras, y ante un auditorio, es el orador quien busca captar y sostener la atención hacia un mensaje planificado y ordenado, cambiando el ritmo y haciendo los énfasis oportunos.

Un mensaje exitoso tiene un buen contenido, una estructura fácil de entender y una forma adecuada; el cambio de ritmo durante la conversación permitirá hacer énfasis en los puntos que se quieren resaltar. La revisión de discursos célebres revela que grandes oradores en la historia le han dado un espacio importante a la velocidad de sus palabras. Una conversación en el que hay una congruencia de ritmo entre emisor y receptor es igual de relevante para quienes quieren  lograr su propósito de comunicación.

ESCRITO POR:

Klara Campos

Licenciada en Comunicación con maestrías en Estudios Estratégicos y Comunicación no Verbal. CEO de Klaro Comunicación, S. A. Asesora en comunicación 360°; en estrategia, medios y publicidad, y gestión de reputación y crisis.

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