CON OTRA MIRADA

El síndrome de Estocolmo y la sumisión

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Los señalamientos por corrupción y otros vicios de cuerpos y aparatos clandestinos de seguridad enquistados en la administración pública y la clase política hechos por la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, incitaron manifestaciones públicas entre abril-agosto del 2015, provocando la renuncia y posterior enjuiciamiento de la vicepresidente y presidente de Guatemala.

A lo largo de su desarrollo, el pueblo, que desde las jornadas de marzo–abril de 1962 no se unía en protesta ciudadana reclamando cambios sociales, tuvo claro que las elecciones generales convocadas para septiembre serían un fracaso, toda vez que entre los candidatos no había opción. Entre las demandas permanentes estuvo aquella de “en estas condiciones no queremos elecciones”, justificada y racional esperanza que implicaba desatender el orden jurídico prevaleciente, que de todos modos los gobernantes encarcelados habían violentado a lo largo de su gestión.

El caso es que la presión de los de siempre y la debilidad de las instituciones, condujeron a una mayoría a elegir al peor presidente de nuestra historia. Entre sus desatinos están la violación a la Constitución, desintegración de la unidad nacional y desobediencia a resoluciones judiciales. A escasos seis meses de entregar el cargo, la semana pasada protagonizó un deleznable acto como no veíamos desde 1954, cuando el coronel Carlos Castillo Armas, aspirante a la Presidencia, abrió las puertas de la Nación a un grupo de milicianos invasores auspiciados por el Departamento de Estado, junto a la CIA, en defensa de los intereses comerciales de la Ufco, asentados en lo que llamaron su traspatio.

Ese acto de traición fue retratado por el maestro Diego Rivera, con el apoyo de Arturo García Bustos y la connacional Rina Lazo, en la pintura Gloriosa Victoria, que Rivera donó a la “clase obrera” de la entonces Unión Soviética, guardada en el Museo Pushkin, de Moscú. Los personajes centrales son Castillo Armas, quien en actitud rastrera estrecha la mano del presidente Eisenhower, mostrando un fajo de billetes en la bolsa de su chaqueta. La pintura se expuso en Guatemala durante el gobierno de Álvaro Colom, en el Palacio Nacional, en una apoteósica muestra de arte revolucionario.

' Se conoce como Síndrome de Estocolmo, es decir, la sumisión y entrega ante el violador.

José María Magaña

Cuando los intereses políticos lo demandan, la actitud de los EE. UU. con Guatemala ha sido, como con el resto del mundo, la del fuerte contra el débil, el abusador frente al explotado, el dominador ante el sumiso. De ahí que al nivel de quienes nos han gobernado, con las excepciones de rigor, ha prevalecido lo que hoy se conoce como Síndrome de Estocolmo —reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro o retención en contra de su voluntad desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo con su captor—. Es decir, la reacción de sumisión y entrega ante el violador.

Esa actitud ha sido una constante en el actual gobierno frente al ímpetu del presidente estadounidense, que no conoce límites. Tratándose de un país pequeño, incapaz de satisfacer las necesidades básicas de su población, cuyos índices de pobreza y desnutrición son los más altos de América Latina a los que se suman ausencia de servicios de salud, educación, vivienda e infraestructura, la semana pasada graciosamente firmó un convenio como Tercer País Seguro.

Eso supone recibir migrantes indeseados de EE. UU. a quienes habremos de proveer lo que no podemos dar a los propios, quienes forzados por la miseria deciden dejarlo todo atrás para buscar un mejor futuro en aquel país.
El Organismo Judicial ¿hará valer nuestro régimen legal vigente, empezando por la Constitución?

ESCRITO POR:

José María Magaña

Arquitecto -USAC- / Conservador de Arquitectura -ICCROM-. Residente restauración Catedral Metropolitana y segundo Conservador de La Antigua Guatemala. Cofundador de la figura legal del Centro Histórico de Guatemala.