CON OTRA MIRADA

El valor de la palabra escrita

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En julio, nuevamente nos llega la Feria Internacional del Libro en Guatemala (Filgua), que tendrá lugar en Fórum Majadas, zona 11 capitalina, del 11 al 21 de julio.

Está dedicada a Humberto Ak’abal, poeta nacido en 1952 en Momostenango, Totonicapán, quien escribió su obra en k’iche’ y español. Falleció en enero de este año. El telón de fondo es la resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas (2016), que proclamó el 2019, Año Internacional de las Lenguas Indígenas; y como invitado de honor, Chiapas.

La palabra es lo que más nos distingue del resto de integrantes de la escala zoológica, lo que no implica que los animales carezcan de un lenguaje mediante el que se comunican, sea sonoro o corporal. Es el recurso de la creatura inteligente mediante el cual expresa sus ideas y pensamientos que requirió de un vocabulario para desarrollar el lenguaje y con este, crear los idiomas. El lenguaje hablado o de sonidos se aprende en la infancia por exposición, en tanto que el lenguaje escrito, representación de la lengua, debe ser enseñado.

El lenguaje escrito suele evolucionar más lentamente que el hablado; sin embargo, cuando la lengua hablada alcanza una cota más alta, requiere una forma escrita particular —el lenguaje literario—, que genera nuevos idiomas, tal el caso del español, italiano y francés, derivados del latín. Esta figura permite lucubrar respecto a la obra de Humberto Ak’abal, quien siendo un hombre ligado íntimamente a la rica naturaleza de su natal Totonicapán logró transmitirnos la sonoridad de ese mundo, cual si hubiera entendido el lenguaje musical mediante el que los animales se comunican entre sí.

Conocí a Humberto cuando en 1987, luego de participar en un curso internacional sobre conservación de arquitectura, bienes culturales y centros históricos, fui llamado a colaborar en el Ministerio de Cultura y Deportes a cargo de los profesionales Ana Isabel Prera, Marta Regina Rosales y Karl H. Krause.

Aquella nueva institución, apenas instaurada junto al primer gobierno democrático, empezaba a hacerse cargo de la hasta entonces rica, aunque descuidada cultura de nuestro país; basto universo en el que mucho estaba por hacerse. Conocer la energía, fortaleza, dedicación y entrega de aquel entrañable personaje fue un deleite, tanto institucional como personal. De inmediato su obra fue acogida con entusiasmo, y en 1990 fue publicada su primera obra: Ajyuq’ / El animalero, en la que el lenguaje empleado gira alrededor de los sonidos anotados. Le siguieron: Chajil tzaqibal ja’ / Guardián de la caída de agua (1993), Hojas del árbol pajarero (1995), Lluvia de luna en la cipresalada (1996), Hojas solo hojas (1996), Retoño salvaje (1997, México), Ch’analik ek’eje nabe mul / Desnuda como la primera vez (1998, México).

' Eso justifica que la XVI edición de Filgua, como valiosa actividad cultural, le sea dedicada.

José María Magaña

Entre los premios y reconocimientos recibidos (siglo XX) están: Quetzal de Oro, (APG 1993), Diploma Emeritissimum, (Fac. Humanidades, Usac 1995), Premio Internacional de Poesía Blaise Cendrars de Neuchatel, (Suiza 1997), Premio Continental Canto de América, (Unesco, México 1998).

Previo a su fallecimiento, Humberto envió a la editorial Piedra Santa el manuscrito de su última obra: Wachibal q’uijil / Las caras del tiempo, previsto como una novedad para la Feria que se inaugurará el próximo jueves. Consta de cerca de cien poemas divididos en cinco capítulos: Ri kaxa / El cajón, Warebal awaj / El corral, Ri uruq ri mayul / Las faldas de la neblina, Paqabal be / Cuesta arriba, y Ri’ja taq xibinel / Los espantos viejos.

Eso justifica que la XVI edición de Filgua, como valiosa actividad cultural, le sea dedicada.

ESCRITO POR:

José María Magaña

Arquitecto -USAC- / Conservador de Arquitectura -ICCROM-. Residente restauración Catedral Metropolitana y segundo Conservador de La Antigua Guatemala. Cofundador de la figura legal del Centro Histórico de Guatemala.