CABLE A TIERRA

El virus va ganando la partida

La vacunación forma parte de las intervenciones epidemiológicas y de Salud Pública más importantes que existen. En el caso de la actual pandemia por el virus SARS-CoV-2, la carrera para formular vacunas contra este virus comenzó casi al mismo tiempo que en Wuhan se intentaba controlar el brote inicial. En enero del 2020 el Gobierno chino compartió con el mundo la secuenciación genética del nuevo virus, con lo que varios gobiernos financiaron el desarrollo de múltiples vacunas. Una apuesta visionaria, sin duda, basada en 50 años de conocimiento acumulado sobre la familia de los “coronavirus” y dos epidemias recientes de gran escala, SARS en el 2002, y MERS en el 2012, por lo que había varios ensayos de vacunas en marcha.

Afortunadamente, a diciembre del 2021, de más de 200 iniciativas, nueve vacunas habían sido aprobadas para uso de emergencia por la Organización Mundial de la Salud, y otras tres se están aplicando en varios países, aún sin tener esa aprobación. Esto ha permitido que, a la fecha, se haya vacunado ya al 53.3 por ciento de la población mundial con dos dosis, equivalente a unos 4,160 millones de personas.
Un impresionante esfuerzo global, pero que, lamentablemente, aún es insuficiente como para pensar que la pandemia está por llegar a su fin. Es más, la desigualdad que impera detrás de esta cifra de cobertura global agrava la situación y nos aleja más de dicha posibilidad. Mientras países del primer mundo tienen excedentes de vacuna y avanzan coberturas, África y otros países de bajos ingresos o con limitadas capacidades de gestión, como Guatemala, van bastante más a la zaga. En nuestro caso, apenas un 31.3 por ciento de la población con esquema completo, 41 por ciento con una dosis y solo 7 por ciento con dosis de refuerzo. Además, aquí ya no se puede argumentar que no se avanza por falta de vacuna —cerca de 9 millones de dosis disponibles actualmente para población de 12 y más—, pero persiste la resistencia a modificar la estrategia de implementación; no hay vacuna para menores de 5 años y las mejoras a la cadena de frío van pasito a pasito.

' Ómicron no es necesariamente el fin de la pandemia.

Karin Slowing

Mientras estas desigualdades persistan y no se alcancen coberturas aceptables en todos los países no se puede considerar que la pandemia está superada, independientemente de la tasa de vacunación que tenga cada país. Lo mismo a lo interno de los países, como lo vemos con el caso del municipio de Guatemala. La desigualdad potencia el efecto negativo de las bajas coberturas de vacunación, creando condiciones poblacionales para el surgimiento de nuevas variantes. Si bien, como señaló el director general de OMS, “hasta ahora no han surgido variantes del virus resistentes a las vacunas, pero no hay certeza de que esto será así siempre.”

Algunos argumentan que la variante ómicron, más infecciosa pero menos letal, es el principio del fin de la pandemia y el inicio de la convivencia a largo plazo entre humanos y el virus del covid-19 y sus variantes. Ojalá sea así, pero eso solo es más probable si se alcanzan pronto altos niveles de vacunación en cada país y a nivel global, y eso no será posible sin un acuerdo mundial entre países y con la industria farmacéutica para el acceso equitativo a vacunas, y el compromiso vinculante de ajustar las estrategias nacionales para alcanzar más rápido a poblaciones aun no vacunadas. El FMI ya planteó la meta de que, en el 2022, el 60 por ciento de la población tenga esquema completo de vacuna. Aun si se lograra, significa que nos quedaría todavía todo el 2023 para alcanzar coberturas mínimas aceptables que limiten el surgimiento de nuevas variantes. La humanidad tiene que competir con la capacidad del virus para asegurar su supervivencia. Hasta ahora, el virus va ganado todavía la partida.

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