ALEPH

En Guatemala todo cuesta

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Para la mayoría ciudadana, vivir en Guatemala es un deporte extremo sin meta de llegada. La salud, las oportunidades, la educación, la seguridad, la justicia, todo cuesta, todo queda lejos. Esto me hace recordar a Sísifo, aquel astuto personaje de la mitología griega que supo engañar hasta a los dioses y fundó el reino de Corinto, según se relata en la Odisea. Era un hombre de una voracidad tal que no se puede pasar por allí sin recordar a los corruptos guatemaltecos que tan bien conocemos hoy, gracias a esta ultima década en las que tantas máscaras se han caído. Para conseguir poder y dinero, Sísifo era capaz de cualquier cosa, de cualquier engaño. A lo largo de su vida, la ambición, las tretas y la astucia fueron enojando tanto a los dioses que la condena de estos hacia él fue mucho peor que la muerte: Sísifo se vio obligado a cumplir un castigo en el inframundo que consistía en empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero justo antes de alcanzar la cima, la piedra siempre rodaba hacia abajo y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio, una y otra vez, eternamente.

' Pregunto si nuestra condena es por haber elegido y sostenido hasta hoy a esta alianza criminal que nos gobierna y nos define;

Carolina Escobar Sarti

Guatemala es hoy la condena eterna de Sísifo. Las eternas crisis, la costumbre de empujar la piedra perpetuamente por una ladera empinada que no nos lleva sino al principio de la cuesta, que es ninguna parte. Guatemala es Sísifo y me pregunto si nuestra condena es por haber elegido y sostenido hasta hoy a esta alianza criminal que nos gobierna y nos define; si por ello debemos empujar eternamente y hasta el agotamiento la pesada piedra de la corrupción, el subdesarrollo, la pobreza, el miedo, la injusticia y el abandono. Guatemala no da tregua, la piedra siempre se cae y para que no nos mate en su caída libre salimos cada mañana con la esperanza (esa pinche esperanza) de poner lo que nos toca, hasta que nos damos cuenta de que la primera noticia del día es un nuevo caso de corrupción o de crímenes de lesa humanidad. A esto le siguen a lo mejor heroicas o luminosas historias individuales, pero acompañadas de otras noticias igual de oscuras que las primeras: un femicidio más, una violación más, una nueva erupción volcánica o una nueva tormenta tropical que le cae encima a las ruinas que dejó la anterior sin que el Gobierno haya hecho mucho; un diputado haciendo alarde de su doble moral; una desaparición más, una escuela menos y millones de dosis de vacunas que no llegan; la falta de organización, estrategia y voluntad política para llevar la vacuna a todos los rincones del país; el seguir siendo el primer país de América Latina en cifras de desnutrición y uno de los primeros en corrupción; que si hay nuevos operadores de la alianza criminal en altos puestos del Estado, que si la independencia judicial es un bien escaso. Y las eternas preguntas cotidianas de ¿dónde está el dinero? ¿para quién es la salud? ¿hasta cuándo aguantar este estado de cosas?

Pienso, por ejemplo, en la gente de la clase media para abajo que ahora se ha enfermado y no tiene seguro médico ni acceso al IGSS. Gente que no pudo ahorrar porque el margen de ahorro en Guatemala es poco, o porque lo invirtió en una propiedad que ante la emergencia debe vender por centavos. Pienso en los escasos compensadores sociales que tiene la población guatemalteca en general, en el miedo de llegar a la vejez en medio de una situación de desamparo como la que Guatemala dibuja y en lo que significa la corrupción asociada a este rubro, que mantiene al sistema de salud en el más completo atraso. Pienso en Gustavo Alejos manipulando la justicia desde prisión y creando nuevas empresas para que siga la fiesta. Guatemala es hoy Sísifo y la piedra y el movimiento eterno que no llega a ninguna parte. No tiene que ser así para siempre, pero hoy es esta la sensación que nos va quedando. La reforma del Estado guatemalteco está pendiente: la judicial, la política, la del servicio civil, la educativa, pero, sobre todo, una profunda reforma de esta cultura de ladrones, narcos y asesinos que nos sigue robando la dignidad y la decencia.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.