CABLE A TIERRA

En Guatemala vivimos de duelo

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Semana tras semana, tragedia tras tragedia: nueve personas mueren atropelladas en Xela por una estampida humana porque el lugar del concierto de “independencia” no reunía las condiciones adecuadas de instalaciones y seguridad para realizar un evento masivo. Derrumbes, deslaves en las carreteras que obstruyen el paso, pero que, en cualquier momento, dejarán soterradas personas, familias enteras, como ya ocurrió en el Cambray, y en San Miguel Los Lotes, por la erupción del volcán de Fuego, aunque a las autoridades ya parece que se les olvidaron esas tragedias. Y esas solo son algunas. Faltan las inundaciones como las provocadas por Eta e Iota, los desalojos abusivos e injustos de familias y comunidades enteras que quedan aún sin lo poco para complacer terratenientes y muchas otras situaciones que nos pintan no como una sociedad amante de la vida, sino a la que la vida le importa muy poco o nada, a menos, claro, que sean las vidas de algunos.

Si Conred o un medio de comunicación hicieran una lista de todas las tragedias, solo las de esta década, sería apabullante. La más reciente, el segundo hundimiento ¡en un año! en la carretera al Pacífico, a la altura de Villa Nueva, el sábado 24 de septiembre, que esta vez sí ha cobrado víctimas humanas, tal y como lo hicieron los hundimientos de la zona 6 y de Ciudad Nueva, zona 2 de la capital, hace ya unos años. El común denominador de todos estos eventos: la negligencia acumulada de la administración pública de gobierno central y de las municipalidades; la lógica de “parchar el clavo del momento”, mejor si echando cemento, en lugar de dar solución a los problemas, y tirarse la “chibola” de la irresponsabilidad unos a otros, como que eso resolviera el problema. La verdad, a saber por qué hacen el jueguito, pues ni siquiera hay ya quién en el Estado les pida cuentas por el daño colectivo infligido a la sociedad. Han perdido la sensibilidad humana; solo responden ya a las “oportunidades de negocio” como cuando salud le pasó Q00 millones que eran para vacunas covid-19 al CIV, con la excusa del primer hoyo que se abrió este año en la autopista al Pacífico.

' De luto por tantas familias víctimas de la desidia.

Karin Slowing

Imagine un momento qué pudieron sentir los jóvenes aplastados en el concierto. ¡Pudieron ser sus hijos! Los conductores y sus familias cuyos vehículos se fueron al abismo. Esos instantes de desesperación, de vulnerabilidad extrema, al no poder maniobrar para evitar que el vehículo cayera, que sus seres amados se perdieran en esa oscuridad infinita que ni siquiera es la muerte instantánea.

A los guatemaltecos solo nos va quedando el consuelo de los incansables bomberos, verdaderos héroes anónimos, que aún en medio de la precariedad en que se tienen que desempeñar están siempre allí para intentarlo.

Las autoridades, ¿esperarán acaso que se vaya un bus entero lleno de pasajeros al abismo, uno de esos que van como bólidos rumbo a la Costa Sur? Tal vez no, pues si les importara ya habrían hecho algo desde que fue el primer hundimiento de la zona 6. Hay un problema estructural en la ciudad que no se quiere enfrentar: se llama negligencia, 50 años de no dar mantenimiento a la red de colectores, 50 años de no ampliar la red ni modernizar la infraestructura. “Lo que no se ve no importa al electorado” parece haber sido la consigna.

Tal vez sería más fácil que se hiciera algo de fondo en esta situación si fueran varios tráileres llenos de productos “valiosos” los que se fueran al abismo. O si fuera tragado un edificio entero o el Palacio Nacional. Tal vez, y solo tal vez, allí sí se haría algo para solucionar de fondo la situación, pues está visto que acá los bienes —de algunos— valen e importan mucho más que la vida —de algunos—.

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