PLUMA INVITADA

Es un año de elecciones monstruoso, pero no te distraigas con el sensacionalismo

No tengo idea de cómo llegué a mi oficina esta mañana. Quiero decir,  lo sé: caminé a la estación del metro que está cerca de mi casa, me subí a un tren, unas paradas después transbordé a otro, me bajé cerca de mi oficina y luego entré al edificio, aunque antes fui rápido a una cafetería para comprar un sándwich de desayuno.

' La promesa de un compromiso incuestionable de EE. UU. con el mundo ya no es algo que podamos dar por sentado.

Amanda Taub

Pero esa lista de pasos describe el límite de mi conocimiento. No tengo ni idea de quién abrió la estación de metro ni de lo que se necesita para mantenerla en funcionamiento. (O, como fue el caso, por qué uno de sus torniquetes estaba atascado a medio abrir y zumbaba a nadie en particular una quejumbrosa alarma sobre su situación). No sé conducir un tren y, desde luego, no sé cómo es su mantenimiento. Y estoy segura de que los londinenses están muy agradecidos de que yo nunca haya tenido que plantearme cómo excavar un túnel de metro o instalar una línea de ferrocarril.

Y, sin embargo, si esas cosas no hubieran sucedido en el orden correcto, tal como las diseñaron los expertos y las llevaron a cabo los profesionales, la ciudad se paralizaría. De hecho, esta semana estuvo a punto de producirse ese colapso, debido a una huelga de transportes que se suspendió en el último momento.

Lo mágico de las instituciones es esto: existen para que los procesos complejos puedan automatizarse, para que grandes grupos de personas puedan colaborar sin tener que crear nuevos sistemas para hacerlo y para que personas como yo podamos confiar en su pericia sin poseer ni un ápice de esa experiencia.

Pero como las instituciones suelen funcionar en segundo plano, sin que se note, a veces es difícil determinar el momento en que empiezan a desmoronarse. Y, lo que es frustrante para mí, es que es aún más difícil escribir sobre el declive progresivo sin que suene estúpidamente aburrido.

He estado pensando en ello porque 2024 será el año electoral más importante en la historia del mundo pues aproximadamente la mitad de la población acudirá a las urnas. Las contiendas son indudablemente significativas: desde Taiwán, que elegirá un nuevo presidente el sábado, hasta los resultados de las elecciones estadounidenses de noviembre, que tendrán enormes consecuencias para todo el orden internacional.

No obstante, hay una cierta tensión en cómo los medios de comunicación cubren estas contiendas electorales: seguir la cobertura mediática, aunque emocionante, no debe ocultar la historia más larga y progresiva sobre lo que está ocurriendo en las instituciones de todo el mundo, muchas de las cuales se encuentran en un estado de lento declive o de acelerada putrefacción.

En Estados Unidos, por ejemplo, la reelección de Donald Trump tendría enormes consecuencias para la geopolítica, los aliados y enemigos del país, y para el propio Estados Unidos. Pero, al mismo tiempo, reelegir a Joe Biden no eliminaría la presión que hay sobre el orden internacional, porque se mantendría el bloqueo institucional en el Congreso, así como la disfunción en el Partido Republicano.

Ambos factores ya están distorsionando la política exterior estadounidense bajo el actual gobierno, como revela la lucha por la financiación continuada de la guerra en Ucrania. Esto tiene enormes implicaciones para muchos otros países que dependen de Estados Unidos como aliado: aunque el dinero siga fluyendo por ahora, un compromiso incierto es menos valioso que uno seguro.

“La promesa de un compromiso incuestionable de Estados Unidos con el mundo ya no es algo que podamos dar por sentado”, declaró esta semana Elizabeth Saunders, politóloga de la Universidad de Columbia que estudia la política exterior estadounidense. “Gane quien gane las elecciones presidenciales tendrá que enfrentarse a esa realidad”.

Las instituciones funcionan mejor cuando descansan sobre una base sólida de confianza, fiabilidad y están arraigadas en sistemas bien establecidos. Volviendo a mi analogía del transporte público, un sistema de metro en el que se puede confiar todos los días amplía los lugares donde pueden vivir las personas que se trasladan al trabajo, significa que no se necesitan comprar tantos autos y se convierte en sostén de los itinerarios diarios.

En cambio, un sistema que no está disponible con frecuencia es un sistema que no puede apuntalar ninguna de esas cosas. Todo el sistema funciona menos bien.

Y en países de todo el mundo, la polarización política, los gobiernos populistas y años de caos político han socavado los tribunales y otras instituciones, creando exactamente ese tipo de problema. Siguen funcionando, siguen cumpliendo en su mayor parte las funciones previstas, pero no se puede contar con ellos en la misma medida. En ese mundo, la incertidumbre se convierte en algo más importante. En ese mundo, necesitas más planes de emergencia, más soluciones individuales, más capas redundantes de infraestructura. Es menos eficaz.

“La institución se ha vuelto cada vez menos confiable” no es exactamente un título que atraiga clics. Pero a veces sí es la noticia más importante.

 

c.2024 The New York Times Company

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