PLUMA INVITADA

Estudio el cambio climático, y los datos nos están diciendo algo nuevo

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Mientras las temperaturas mundiales batían récords y alcanzaban nuevos y peligrosos máximos una y otra vez en los últimos meses, a mis colegas climatólogos y a mí casi se nos acababan los adjetivos para describir lo que hemos visto. Datos de Berkeley Earth publicados el miércoles muestran que asombrosamente septiembre fue 0,5 grados Celsius (casi un grado Fahrenheit) más caluroso que el récord anterior, y que los meses de julio y agosto fueron casi 0,3 grados Celsius (0,5 grados Fahrenheit) más cálidos. Es casi seguro que 2023 será el año más caluroso desde que comenzaron los registros mundiales fiables a mediados del siglo XIX, y quizá el año más caluroso de los últimos 2000 años (y mucho antes de eso).

' Cada vez hay más pruebas de que el calentamiento global se ha acelerado en los últimos quince años.

Zeke Hausfather

Aunque las pautas meteorológicas naturales, entre ellas un fenómeno creciente de El Niño, están desempeñando un papel importante, las temperaturas globales históricas que hemos experimentado este año no podrían haberse producido sin los aproximadamente 1,3 grados Celsius (2,3 grados Fahrenheit) de calentamiento hasta la fecha procedente de fuentes humanas de dióxido de carbono y otras emisiones de gases de efecto invernadero. Y aunque muchos expertos se han mostrado cautos a la hora de reconocerlo, cada vez hay más pruebas de que el calentamiento global se ha acelerado en los últimos quince años en lugar de continuar a un ritmo gradual y constante. Esa aceleración implica que los efectos del cambio climático que ya estamos viendo —olas de calor extremas, incendios forestales, precipitaciones y aumento del nivel del mar— solo se agravarán en los próximos años.

No hago esta afirmación a la ligera. Entre mis colegas de la ciencia del clima hay notables discordias sobre esta cuestión, y algunos no están convencidos de que esté ocurriendo. Los climatólogos suelen concentrarse en los cambios a largo plazo, durante décadas, más que en la variabilidad anual, y algunos de mis colegas en este campo han expresado su preocupación por la sobreinterpretación de los fenómenos a corto plazo, como los de tipo extremo que hemos visto este año. En el pasado dudé de que se estuviera produciendo una aceleración, en parte debido a un largo debate sobre si el calentamiento global se había detenido entre 1998 y 2012. En retrospectiva, es evidente que no fue así. Me preocupa que, si no prestamos atención hoy, nos perdamos de lo que son señales cada vez más claras.

No estaría presentando este argumento si no tuviera pruebas sólidas que lo respalden; los datos que obtenemos de tres fuentes nos hablan de un mundo que se calienta con más rapidez que antes. En primer lugar, la tasa de calentamiento que hemos medido en la tierra y los océanos del mundo en los últimos quince años ha sido un 40 por ciento superior a la tasa registrada desde la década de 1970, y los últimos nueve años han sido los nueve más cálidos de los que se tiene constancia. En segundo lugar, ha habido aceleración en las últimas décadas en el contenido total de calor de los océanos de la Tierra, donde se acumula más del 90 por ciento de la energía atrapada por los gases de efecto invernadero en la atmósfera. En tercer lugar, las mediciones satelitales del desequilibrio energético de la Tierra —la diferencia entre la energía que entra en la atmósfera procedente del sol y la cantidad de calor que sale— muestran un fuerte aumento en la cantidad de calor atrapado en las dos últimas décadas. Si el desequilibrio energético de la Tierra aumenta con el tiempo, debería provocar un aumento del ritmo de calentamiento del planeta.

Hay varios factores que impulsan la aceleración del calentamiento. Aunque el mundo ha tenido un progreso verdadero al frenar el crecimiento de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, estas todavía tienen que alcanzar su punto máximo y disminuir. Y además, estamos cosechando los resultados de lo que el climatólogo James Hansen llama nuestro “pacto fáustico” con la contaminación atmosférica. Durante décadas, la contaminación atmosférica por dióxido de azufre y otras sustancias peligrosas de los combustibles fósiles ha tenido un fuerte efecto de enfriamiento temporal en nuestro clima. Pero a medida que los países de todo el mundo empezaron a limpiar el aire, el efecto de enfriamiento proporcionado por estos aerosoles ha caído cerca de un 30 por ciento desde 2000. Los aerosoles han disminuido aún más en los últimos tres años, tras la decisión de llevar a cabo una eliminación gradual del sulfuro en los combustibles marinos en 2020. Estas reducciones de la contaminación, sumadas a los continuos aumentos de las concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero, significan que nos enfrentamos por primera vez a la fuerza pura y dura del cambio climático.

Hasta hace poco, el cambio climático se planteaba como un problema que afectaría a nuestros hijos. Hoy es casi omnipresente, y es imposible ignorarlo. Y muy pronto, con la aceleración, experimentaremos aún más sus efectos: las capas de hielo y los glaciares se derretirán más deprisa, los fenómenos meteorológicos extremos serán más frecuentes y habrá aún más plantas y animales en peligro de extinción.

¿Significa esta aceleración que el calentamiento está ocurriendo más rápido de lo que pensábamos o que es demasiado tarde para evitar los peores impactos? No necesariamente. Aunque parezca sorprendente, esta aceleración coincide en gran medida con lo que los modelos climáticos han previsto para este periodo. En otras palabras, los científicos llevan mucho tiempo previendo una posible aceleración del calentamiento si nuestras emisiones de aerosoles disminuyeran mientras no lo hicieran nuestras emisiones de gases de efecto invernadero. Eso es lo que estamos viendo ahora. Puede que esto no te haga sentir mucho mejor sobre el futuro del calentamiento, pero al menos debería hacerte sentir mejor sobre nuestros modelos y el poder que tiene la ciencia de prepararnos para lo que está por venir.

Ahora está claro que podemos controlar el calentamiento del planeta en las próximas décadas. Los modelos climáticos hallaron con regularidad que, una vez que reduzcamos las emisiones a cero neto, el mundo dejará de calentarse en gran medida; no hay un calentamiento que sea inevitable o esté en proceso después de ese punto. Por supuesto, el mundo no volverá a enfriarse hasta dentro de muchos siglos, a menos que las potencias mundiales se unan en iniciativas cruciales para eliminar más dióxido de carbono de la atmósfera del que añadimos. Pero esas son las brutales matemáticas del cambio climático y la razón por la que tenemos que acelerar los intentos por reducir las emisiones de manera significativa.

En ese sentido, hay razones para tener una esperanza prudente. El mundo está al borde de una transición energética limpia. La Agencia Internacional de la Energía hace poco calculó que en 2023 se invertirá la impresionante cantidad de 1,8 billones de dólares en tecnologías energéticas limpias como las energías renovables, los autos eléctricos y las bombas de calor, frente a los casi 3000 millones de hace una década. Los precios de la energía solar, la eólica y las baterías se han desplomado en los últimos quince años y, para gran parte del mundo, la energía solar ahora es el tipo más barato de electricidad. Si reducimos rápidamente las emisiones, podemos pasar de un mundo en el que el calentamiento se acelera a otro en el que se ralentiza. Con el tiempo, podremos detenerlo por completo.

Estamos lejos de alcanzar nuestros objetivos climáticos y aún queda mucho por hacer. Pero los pasos positivos que hemos dado en la última década deberían confirmarnos que el progreso es posible y que la desesperación es contraproducente. A pesar de la reciente aceleración del calentamiento, el ser humano sigue teniendo el bastón de mando, y el futuro de nuestro clima sigue dependiendo de nosotros.

 

*Jefe de investigación climatológica en Stripe y científico investigador en Berkeley Earth / ©2023 The New York Times Company

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