NOTA BENE

Expectativas

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Muchos ciudadanos sueñan con la posibilidad de una gestión gubernamental que rinda resultados perfectos. Acuden ilusionados a las urnas, seguros de que la sabia mayoría escogerá al candidato ideal. Suspiran por el líder patrio superdotado e incorruptible, que actuará de forma desinteresada, inteligente y justa, hasta alcanzar el bien común. Proponen trasladar más actividades del ámbito privado al terreno estatal, pues creen que el gobierno está llamado a corregir las fallas del mercado.

' No hay políticos perfectos.

Carroll Ríos de Rodríguez

En realidad, los seres humanos somos falibles, tanto en la arena política como en la privada. Es el caso que, alrededor del mundo, la clase política en acción defrauda, una y otra vez. No obstante, cuesta admitir que ciertos políticos, consciente o inconscientemente, han retrasado los anhelos de progreso de una nación. Cabe notar que es significativamente mayor la decepción que sufre el idealista que la que experimenta el realista: el primero siente caer desde la cima del Everest, el segundo desde la cima del Pacaya. El realista dimensionará el fracaso del líder tomando en cuenta las condiciones circundantes. El idealista medirá el desempeño del funcionario contra un ideal irrealizable; atacará sin misericordia a quien, a su entender, tendría que haber rendido la perfección. El dolido idealista vertirá su impaciencia y enojo en la plaza pública, y contagiará hasta a los escépticos. ¡Qué renuncie el inepto que se corrompió! ¡Al carajo las reglas! ¡Cambio, ya!

Tristemente, el idealista finca sus esperanzas en el reemplazo del líder, pues su meta es encontrar al héroe correcto. En cambio, el realista vuelve la vista a la estructura de incentivos que imperan sobre cualquiera que llegue al poder. El realista anticipa ser defraudado, y propone fijar candados, recortar atribuciones y modificar las reglas del juego para inducir a los gobernantes a servir mejor al electorado.

El idealista irá de desilusión en desilusión, buscando el vago “cambio” que traerá un elusivo salvador iluminado. Entrega un cheque en blanco tras otro.

Quizás los idealistas sean los que más defraudados se sienten con el sistema democrático: solamente el 36% de guatemaltecos confía en la democracia, según Latinobarómetro (2021), aunque la mitad de nosotros creemos que la democracia es el mejor sistema político posible, pese a sus defectos. Y si seguimos en ese camino de desilusiones sucesivas, ¿podría venir un peligroso punto de retorno, cuando la decepción del idealista se transforme en una absoluta desesperanza respecto del juego político? ¿Ese río revuelto dará lugar a vientos revolucionarios, o anárquicos? ¿Y qué tipo de políticos estarían preparados para agarrar el poder entonces? ¿Daría paso la tormenta a un clima más prudente y realista?

Posiblemente, la persistencia del idealismo explique, en parte, por qué varios países latinoamericanos han caído en las garras de socialistas-populistas que, una vez electos, se vuelven tiranos. El socialista comparte la fe ciega en la política del idealista, y además, desprecia las interacciones libres entre ciudadanos y la institución de la propiedad privada. Los neo-socialistas afirman que en esta tierra, con esta gente, el modelo socialista funcionará: si empobreció y devastó Norcorea, Camboya, Mozambique, Venezuela, Nicaragua y Cuba, es porque esos pueblos y sus líderes se desviaron del ideal.

La pregunta del millón es: ¿cómo se cura al idealista, tanto de sus catastróficas desilusiones, como de sus expectativas inalcanzables? ¿Cómo evitamos que los políticos se vendan como salvadores del pueblo? ¿Cómo le devolvemos a la política una aureola de sobriedad y realismo?

ESCRITO POR:

Carroll Ríos de Rodríguez

Miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES). Presidente del Instituto Fe y Libertad (IFYL). Catedrática de la Universidad Francisco Marroquín (UFM).