NOTA BENE

¿Fascista, yo?

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El día que el politólogo argentino Agustín Laje dictó un discurso en el Congreso de Guatemala, circuló una imagen que lo retrata con el característico bigote de Adolf Hitler. Una organización satánica se atribuye el montaje difamatorio. Además, una colaboradora de la revista feminista La Cuerda, Lucía Escobar, criticó al gobierno por recibir a Laje aduciendo que «si estuviera vivo Hitler, le darían las llaves de la ciudad». Comprendo que las palabras de Laje irritan a quienes adoran al diablo, a feministas pro-aborto, o a progresistas. Más me sorprendió que un amigo tan liberal como yo cuestionara la intervención del presidente Alejandro Giammattei en la Convención Nacional de Líderes Cristianos, donde habló también Laje. Escribió que era «una versión chapina de fascismo (incipiente) mezclando iglesia(s) y Estado».

' ¿Debemos usar este insulto los liberales?

Carroll Ríos de Rodríguez

Hablando se entiende la gente: un intercambio de mensajes me reveló que mi amigo empleó el término de forma reflexiva. El fascismo histórico, afirma, se originó en la Italia de Benito Mussolini y se sirvió de un mensaje religioso para moralizar y controlar a las masas. Mi amigo desaprueba de mezclar religión con política y sostiene que Giammattei instrumentaliza el cristianismo o a los cristianos, lo cual es tema para otro artículo.

Hoy exhorto a los amantes de la libertad a no usar el insulto «¡fascista!» a la ligera, por las siguientes razones:

1. Nosotros debatimos ideas y no recurrimos a ataques ad hominem o al reductio ad hitlerum. La etiqueta de neo-nazi, racista o fascista descalifica a la persona. Justifica la expulsión de la plaza pública del interlocutor-monstruo, incapaz de hacer el bien. Evaluar racionalmente la calidad de las ideas contenidas en un discurso es muy superior a simplemente «cancelar» a la persona misma.

2. No queremos abonar al proyecto para conculcar toda libertad. No podemos aliarnos con los intolerantes seguidores de Herbert Marcuse, el autor que aconsejó censurar las voces que «sirven la causa de la opresión». Ellos pretenden dominar el debate público acallando otras voces. Abramos los ojos: este es el modus operandi del movimiento antifa (¿anti-fascista?)…

3. El fascismo histórico es más que manipulación del mensaje religioso. Los aspectos torales del fascismo son el nacionalismo y el socialismo. Hitler, Mussolini y hasta Franco tienen más en común con los marxistas que con los conservadores. «Todo dentro del estado, nada fuera del estado, nada contra el estado,» dijo Mussolini. Buscaban ejercer control sobre la economía y reducir la libertad individual. Otras características propias del fascismo son el anti-intelectualismo, la ira, la psicología de la turba y el misticismo. Laje y los liberales clásicos o conservadores como él no calzan este perfil.

4. En el juego político democrático, los políticos recurren a la señalización y al simbolismo para congraciarse con los votantes, incluyendo con los votantes liberales, si no cerramos la puerta al diálogo insultándolos. Solo los tiranos se desentienden de las preferencias ciudadanas.

5. Los movimientos progresistas, neomarxistas y socialistas del siglo XXI instrumentalizan los métodos democráticos para hacerse del poder político de forma permanente. Desprecian el Estado de Derecho; sus turbas vandalizan la propiedad privada, derivan estatuas, prohíben libros y obligan el despido de sus enemigos.

6. Las personas de fe son tan ciudadanas como las ateas y agnósticas. Prohibir su participación en la vida pública atenta contra la libertad de expresión, religión y de conciencia. Luchemos por una convivencia tal que ningún grupo recurra al poder estatal para forzar a otros a actuar en contra de su voluntad y a violar sus principios.

ESCRITO POR:

Carroll Ríos de Rodríguez

Miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES). Presidente del Instituto Fe y Libertad (IFYL). Catedrática de la Universidad Francisco Marroquín (UFM).