pluma invitada
Hemos abandonado el “arte de conversar”
El mundo virtual terminará con el otrora delicioso placer de conversar con el otro frente a frente.
Tiempo hubo en que existía el “arte de conversar”. El intercambio ceremonioso de opiniones, impresiones, conocimientos, penas y alegrías. Altibajos en las voces, gestos, miradas, todo, como si fuera una música interpretada por numerosos instrumentos, interactuaban como una sinfonía. El mundo moderno que nos ha tocado vivir ha perdido mucho del convivio familiar. La televisión ya jugó su papel de centro de las atenciones en los hogares. La tecnología del computador, los juegos electrónicos, los celulares de última generación, le han ganado la partida. Estos nos invaden, penetran en todos los ambientes, no solo en la vida familiar. Las comunicaciones alcanzaron una velocidad que impacta. Tiene sus “beneficios”: intercambio al momento, las distancias geográficas son superadas de forma inimaginable, solucionan preocupaciones o las traen encima de nosotros, a cada momento de forma intempestiva. Alegrías, desgracias, tonteras, etc. Todo nos llega como una catarata de información a través de los nuevos aparatos electrónicos.
Todo nos llega como una catarata de información a través de los nuevos aparatos electrónicos.
Hablamos y nos comunicamos cada vez más, pero el convivir humano nunca estuvo tan alejado como en los días de hoy. Un educador argentino, Guillermo J. Etcheverry, afirmaba que se sufre “la tiranía de lo instantáneo, de la sobredosis de información y de la conexión con un mundo virtual que terminará acabando con el otrora delicioso placer de conversar con el otro frente a frente”. El “papi, mírame, deja de mirar tu teléfono”, dicho por algún afligido hijo; o el “¡mírame cuando te hablo!”, de una madre a un hijo tomado por la atención hipnótica de la pantalla de su tablet o juego electrónico, son expresiones que se han vuelto habituales. Estudios de pediatras de un centro médico de la Universidad de Boston concluyen que 75% de los adultos interrogados utilizaron dispositivos móviles durante la comida. Informaciones estadísticas de The Kaiser Family Foundation mostraron que los chicos de 8 a 18 años, en los EE. UU., pasan más de siete horas y media diarias en las redes sociales.
Por eso bien decía una virtuosa señora brasileña, doña Lucilia Ribeiro dos Santos, fallecida hace muchos años, pero que vivió gran parte de su vida en el convulsionado siglo XX: “Vivir es: estar juntos, mirarse y quererse bien”. Las pantallas, al cautivar la atención, hacen que ocurra lo contrario. Se está perdiendo la afectividad, con una seria repercusión en el desarrollo psicológico de los niños y los jóvenes. “Ellos –en concreto los niños– necesitan de la mirada del adulto, del estímulo, del tacto, de la atención exclusiva”, destaca el doctor Guillermo Golffard de la Sociedad Argentina de Pediatría. La interacción entre padres e hijos, sin mirarse, los transforma en autómatas. En su libro Chicos enchufados, la psicopedagoga Elvira Giménez de Abad destaca que el primer contacto con el mundo externo de un niño es la mirada fija en los ojos de su madre; con el tiempo irá notando diferentes gestos, tonos de voz, observándola, incorporando, además del lenguaje, el idioma gestual. Niños y jóvenes, no solo ellos, también los mayores sufren este fenómeno que se presenta avasallador en su “modernidad”. En los teatros o en la Iglesia se solicita que apaguen el celular. Nos llama la atención que comienzan a aparecer restaurantes, no solo en Europa, sino también en América Latina (especialmente en Colombia y Argentina), en los que se propone a los clientes que dejen de lado su celular para degustar mejor la comida y la conversación, sin que los celulares los interrumpan, para unir a las familias, a los amigos, y que el diálogo prevalezca sobre los medios electrónicos. Aceptando, ¡hasta les hacen descuento!
En antaño había, en una conversación, el interés de cómo había sido el día, se preocupaba uno por el otro, se transmitían alegrías, penas, planes, vivencias. Era el estar juntos, mirarse y quererse bien. Hoy vivimos avasallados por el teléfono celular, perdimos la relación cara a cara, nos aislamos, deterioramos la consideración y el respeto mutuo. Sepamos enfrentar los tiempos que nos ha tocado vivir. Consideremos que el “arte de conversar” presupone, como primera disposición, el interesarnos por los otros. Así cumpliremos la síntesis de todos los Mandamientos: “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, por amor a Dios”.