CON OTRA MIRADA
La cultura, patrimonio de explotación
La cultura, creación humana, es el conjunto de valores, creencias, religión, costumbres y tradiciones, junto a bienes materiales e inmateriales que produce un determinado grupo social. Permite a sus miembros identificarse con los demás y así considerarse parte del conglomerado. Hablar de su conservación implica necesariamente que los conocemos y apreciamos por ser representativos, ser reflejo de la historia y, por lo tanto, fuente de identidad. Esos bienes perduran en función directa al bienestar y satisfacción que generan y la calidad de vida que de ellos se desprende; de la misma manera, como las obras de arte, edificios y espacios urbanos han subsistido por su representatividad, contenido cultural, expresión artística y por la calidad de los materiales con que fueron hechos.
' Mercantes que solo ven a La Antigua Guatemala, como un bien cultural a ser explotado.
José María Magaña
Ese conjunto de valores y bienes destaca en pequeñas comunidades, pueblos, ciudades y centros históricos que lo han conservado; es la carta de identidad que sus habitantes ostenta con orgullo. Sin embargo, el crecimiento de la población mundial y las guerras han sido causas poderosas para poner en riesgo su preservación, por lo que debió ser protegido legalmente. El hombre, en su eterna ambivalencia entre el bien y el mal, reconoce el valor de la cultura como fuente de identidad al tiempo que, en su afán por crecer a cualquier costo, no mide el peligro de destrucción; crecimiento que, evidentemente, no es sinónimo de desarrollo.
La Antigua Guatemala es un ejemplo de eso. Ciudad que quedó detenida en pleno desarrollo barroco al ser abandonada por los daños causados durante el terremoto de 1773. Su repoblación, hacia 1860, no alteró la arquitectura doméstica restaurada bajo el influjo del Neoclásico, en tanto que, los grandes conjuntos religiosos, adquirieron el valor de ruina que el tiempo y los elementos se encargaron de enriquecer. El Art Nouveau y Art Deco, aunque tímidamente, también tuvieron presencia.
En otras palabras, la ciudad es un pequeño crisol de urbanismo renacentista y arquitectura multitemporal, delimitado en dos terceras partes hacia el nororiente, por una espléndida cadena montañosa y una tercera parte, al surponiente, por tres volcanes omnipresentes; el de en medio, en actividad. Su alto nivel de escolaridad la distingue de otras ciudades junto a la riqueza artesanal, gastronómica, artística y literaria. Expresiones que confluyen en la Cuaresma y Semana Santa y sus vistosos y ceremoniales cortejos procesionales de valiosas esculturas barrocas, que recientemente fueron incluidas en la lista de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de Unesco.
Esas características desde siempre la identificaron como destino turístico que las autoridades no han sabido desarrollar. No hablo de la planificación del territorio, sino del destino turístico como tal, que, en la década de los años 80 del siglo pasado, en un encuentro internacional de expertos en conservación, se la definió de vocación habitacional, cultural y turística. En términos generales, han sido instituciones y asociaciones culturales las que exaltan esa función, junto a positivos, aunque esporádicos aportes de empresarios turísticos, comerciales y del Estado. Es notorio el impulso del Consejo Protector, Cirma, Aecid, Comisión socio-cultural, Municipalidad, Casa Pensativa, Alianza Francesa, Salvemos Antigua y otras, en las ramas de la música, cine, teatro, libros y exposiciones de arte.
Recientemente hizo presencia, con énfasis en la música, el hotel Porta Antigua en el ámbito de sus 75 años de existencia. Importante iniciativa que, con la participación de profesionales que estiman y conocen la ciudad, lo destaca de la mayoría de mercantes que solo ven a La Antigua Guatemala, como un bien cultural a ser explotado.