FUERA DE LA CAJA

La desinformación puede cobrar vidas

Hace ocho meses recibí el mensaje de una persona a la que admiro mucho, dándome la noticia de que había sido nominada para participar en un programa internacional auspiciado por el gobierno de Suecia, relacionado con los medios de comunicación y la libertad de expresión. No estaba segura de sería seleccionada, ya que a pesar de trabajar desde hace muchos años en temas relacionados con la comunicación, no soy periodista de profesión. La confirmación de que había sido aceptada en el programa me trajo una mezcla de sentimientos. Por un lado, una enorme satisfacción y grandes expectativas; por el otro, la consciencia de la responsabilidad que atañe el compromiso al aceptar una oportunidad de esta naturaleza.

' Cuando un líder político le cierra las puertas al periodismo le está haciendo un daño irreparable no solamente al medio, sino a la democracia.

Helena Galindo

Si el mundo no se hubiera dado vuelta, esta columna la estaría escribiendo desde Estocolmo. La pandemia nos obligó a cambiar planes, pero el curso siguió en marcha. En lugar de ser presencial, los organizadores han hecho uso de las tecnologías al alcance para mantenerse fieles al programa.

Llevamos varias semanas intercambiando conocimientos con periodistas de varios países de Latinoamérica. El panel de catedráticos es un lujo, por decirlo de una forma terráquea. Este peregrinaje me ha permitido en pocos días comprobar algunas cosas que intuía. Desde que inició el auge de las redes sociales, el mundo ha presenciado estupefacto cómo perfiles anónimos o personajes salidos de la nada se han convertido en fuerzas de opinión, logrando influencia en las decisiones de personas que difícilmente pueden diferenciar si una noticia es real o falsa. Se ha democratizado la información y esto ha conseguido fines loables como la Primavera Árabe o las manifestaciones gestadas en redes que lograron en el 2015 marcar un hito histórico en el país. La otra cara de la moneda refleja cómo fuentes oscuras han logrado mover piezas a través de perfiles falsos. Pero hoy, en medio de una crisis de salubridad sin parangón, la desinformación puede, además, cobrar vidas.

Es grande la tentación de reproducir una noticia de la que dudamos su procedencia, pero que respalda un punto que nos interesa. Aunque se haga de forma inocente, no deja de cumplir con agendas que estamos adoptando inconscientemente. Para evitar caer en esta trampa es necesario tomar consciencia de que el periodismo es una profesión sumamente seria y que se ejerce bajo principios rigurosos de ética. No es difícil reconocer una noticia falsa si se investiga su procedencia, los medios confiables han construido una trayectoria y manejan una línea de trabajo apegada a la ética, bajo reglas de trabajo muy estrictas. Conocen y respetan los tratados de organizaciones internacionales de derechos humanos. La CIDH y la OEA son instituciones que fueron creadas para evitar repetir los más oscuros capítulos en la historia de la humanidad, pero se ha vuelto común desvirtuar su trabajo, principalmente cuando algunos de los líderes de las naciones más poderosas del mundo dan pauta para hacerlo. Cuando un líder político le cierra las puertas al periodismo le está haciendo un daño irreparable no solamente al medio, sino a la democracia. El ejercicio de la libre expresión bajo reglas de ética ha sido la columna vertebral para el desarrollo de la democracia. En países donde existe más libertad de prensa hay una relación directa con menores índices de corrupción, brindando al pueblo herramientas para ejercer la crítica y convertirse en un ciudadano más consciente. Mi lectura es que cuando reproducimos una noticia de dudosa procedencia no solamente contribuimos a la desinformación y al pánico colectivo, sino que desvirtuamos una profesión a la que se debe en gran parte la construcción de la era democrática. Es importante velar por el ejercicio periodístico, que contra viento y marea sigue luchando por su independencia y sobrevivencia. Es prácticamente un deber ciudadano.

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