SIN FRONTERAS

La esperanza de un país

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Hay un pajarraco aquí enfrente. Enfrente, en el árbol a la orilla del gran lago. Detrás de su follaje emerge, verdiazul, la punta de un volcán. Es San Pedro, solitario, con su cima en forma roma, que da un toque de nobleza a esta cuenca de colosos. Un obsequio para el alma. No mienten cuando dicen que Atitlán tiene una magia. Ya adentro del siglo veintiuno, somos herederos de una tierra que está llena de encantos. Borracho aquí, de semejante esplendor. Aún, el pájaro no se mira demasiado impresionado. ¿Será que no lo sabe? ¿O será que ya se acostumbró? Tal vez sí, no es que desconozca el paraíso que aún tenemos; y que sea eso lo que anuncia en cada uno de sus esporádicos chirridos. La herencia fue un rincón que está lleno de fortunas. Ambientes entregados con dadivosidad por el repartidor de los paisajes. No hay duda, que lo que es gratis, lo recibimos del altruista en un momento en que andaba generoso. ¿Qué hacemos, sin embargo, los guatemaltecos a partir de ahí?

' Una buena vida en los territorios es fundamental.

Pedro Pablo Solares

Aquí, en la cuenca divina, recuerdo a los amigos que debaten de si somos un país de bellos paisajes, o si solo somos eso: paisajes en conjunto, pero carentes de país. Nuestra colectividad, fracasada, no hace justicia a aquella generosidad recibida. Estáticos e inertes, de manera que es difícil de entender. ¿Será que los montes y montañas de alguna forma nos han obnubilado? Hipnotizados o sedados, conformados a la satisfacción de lo que no requirió ningún esfuerzo humano. Sabemos, aquí que el esfuerzo es una virtud. Y aquí, el esfuerzo se valora mucho. Pero más que nada, en planos que caen en la más cínica individualidad. Nada más atractivo para el chapín común, que un dedicado emprendedor que –mejor si fue desde la nada- logró crecer y prosperarse. Admirable, sí. ¿Pero qué hay aquí de los esfuerzos colectivos? ¿Cuánta sed tenemos de ellos? ¿Los que demuestran al máximo el potencial de la especie humana?

Acá, en la primavera eterna, el clima como que es perfecto. Piñas y manzanas; pinos y palmeras, todos crecen abundantemente aquí. Valles y montañas acompañan un camino que tenemos, pero ¿cuál es su sentido? Qué vergüenza pega al mirar a otros, que, sin tanta fortuna, han estado claros en prosperar más colectivamente. Desde Costa Rica, vecino nuestro, convirtiendo un pequeño lugar, en atracción de lo natural, a un nivel global. Hasta la grandeza de naciones como Holanda, que lejos estuvieron de recibir ricos paraísos. Más bien, lo suyo fueron tierras bajas, propensas a inundarse por el agua adyacente. Ciertamente, los holandeses en un momento crecieron un imperio afuera, con múltiples colonias. Pero una inversión colosal se tuvo en vista desde siempre, para hacer que su trocito se volviera habitable. ¡Su visión los llevó a ganar terreno al mar! ¿Sabía usted que los rellenos artificiales son ya casi una quinta parte del territorio holandés?

Hay algo que provoca que los pueblos inviertan su futuro en los territorios. La esperanza de una buena vida en ellos es fundamental. Hoy, aquí, en el lago de encantos, descanso la noche tras visitar a una madre solitaria. Una de los millones que han visto partir a uno de los suyos. Su niño, que no vivía en paz aquí. Aquí, en el paraíso terrenal que, país o no país, no se indigna lo suficiente para destronar un sistema donde brota la desesperanza. Destronar a quienes impiden que germine lo que tienen otros: un propósito común, un interés del colectivo. “Los depredadores se tienen que ir”, es lo que me dijo al oído ese pájaro juicioso. Mientras vuela en Atitlán, inquieto, nos mira, esperando la reacción de los humanos. Él añora que los paisajes sean un lugar donde la gente tenga vida. Francamente, el pájaro no es que sea demasiado sofisticado. Al fin ¿qué hay en el mundo que pueda ser más elemental que eso?

ESCRITO POR:

Pedro Pablo Solares

Especialista en migración de guatemaltecos en Estados Unidos. Creador de redes de contacto con comunidades migrantes, asesor para proyectos de aplicación pública y privada. Abogado de formación.