PLUMA INVITADA
La guerra que realmente importa
Esta semana hemos sido testigos de cómo los fracasos en la política externa de las potencias mundiales han ocasionado el inicio de acciones hostiles de Rusia contra Ucrania y nos encontramos con la guerra europea más preocupante de los últimos casi 80 años.
' Una vez más, la humanidad se tropieza en su propia terquedad, ambición e incapacidad de hacer concesiones.
Eduardo Girón
Con gran intranquilidad e incertidumbre observamos cómo la incapacidad de abordaje de la problemática por parte de los líderes de estas potencias nos lleva al borde de una tercera guerra mundial. Vemos cómo las heridas del pasado resurgen, no para recordar y aprender del pasado, como dice la frase, sino para recordar y repetir los errores cometidos en la historia.
Una vez más, la humanidad se tropieza en su propia terquedad, ambición e incapacidad de hacer concesiones. Vuelve a prevalecer la búsqueda de victorias temporales que únicamente satisfacen el orgullo personal e impulsa a continuar un círculo vicioso del odio y conflicto.
Monitoreando este conflicto, es ineludible hacer comparaciones, y veo que nuestra amada Guatemala internamente está exactamente igual, aunque a menor escala. Se fomenta volver a abrir heridas del pasado para crear pugna, división y obstaculizar el desarrollo de los guatemaltecos. Los discursos llenos de confrontación y las acciones de violencia para generar presión no nos llevarán a un buen resultado; por el contrario, nos llevarán a un retroceso como país y como sociedad. En estos momentos, en los que nos encontramos saliendo de una severa crisis de salud y estamos trabajando por generar prosperidad, no debemos dar un paso hacia atrás, porque tendrá consecuencias nefastas.
Y es en esto donde quisiera hacer la propuesta no solo para Guatemala sino para el mundo. ¿Qué pasaría si realmente utilizáramos las heridas del pasado para fomentar un cambio positivo? Es una pregunta fácil de hacer, pero difícil de responder, porque no es fácil olvidar derrotas, no es fácil poner a un lado el orgullo y recordar el pasado sin evocar emociones que a veces están fundamentadas en el odio. Mi fe católica me hace reflexionar, y es ahí donde encuentro la respuesta y me hace modificar la frase de la que hablé al inicio. Debemos aprender del pasado y perdonarlo, para poder realmente aprender de él y seguir hacia adelante. Debemos, racionalmente, emocionalmente y espiritualmente, perdonar las acciones de nuestros antepasados para poder crear un círculo virtuoso hacia la prosperidad, donde prevalezca el diálogo y una visión compartida de desarrollo para avanzar hacia un futuro en paz.
Hay dos grandes lecciones que nos dejó la pandemia y que quiero resaltar. La primera es que todos somos parte de este mundo. No existen fronteras cuando hablamos de humanidad. No existe una diferencia entre ruso, ucraniano, guatemalteco, etíope o cualquier otra nacionalidad cuando un virus nos ataca a todos por igual. La segunda es que cuidando al prójimo también me cuido a mí y a los míos. Si trabajamos juntos por un objetivo común, pensando en el bienestar de todos y no solo en el mío propio, tendremos mayor probabilidad de éxito de construir un mejor futuro.
Ya vivimos una pandemia, ¿no fue eso una alerta suficientemente grande para incentivarnos a ser mejores seres humanos? ¡Qué más necesitamos para abrir los ojos! Nuestra verdadera guerra como humanidad y como países debe ser contra el egoísmo, la pobreza, la desnutrición y la falta de oportunidades. La victoria que importa es la prosperidad y la paz. Aprendamos a perdonar, las futuras generaciones nos agradecerán. Reescribamos la historia.