Pluma invitada
La reforma migratoria que necesitamos empieza en la esquina
Tenemos mucho que perder. Biden lo sabe y dio un paso en la dirección correcta esta semana.
En 2020, Joe Biden hizo campaña afirmando que era un orgulloso defensor de inmigrantes, que prometía entregar un sistema migratorio justo, ordenado y humano desde el primer día de su gobierno. A medida que nos adentramos en la temporada electoral, mientras los republicanos avivan los ánimos en contra de la inmigración, es difícil saber qué valor tienen las promesas del presidente.
Biden anunció el martes que facilitaría que muchos inmigrantes indocumentados casados con ciudadanos estadounidenses solicitaran la residencia legal sin tener que salir del país primero. Esta sería su versión de la política de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por su sigla en inglés) de la era de Obama, que protegió a los jóvenes indocumentados llamados “dreamers” de la deportación.
El presidente Biden anunció las buenas noticias para lo que se calcula que son 500.000 familias. Pero todavía me pregunto hacia dónde quiere dirigir al país en materia de inmigración. Al presidente le gusta culpar al Congreso por el fracaso en la promulgación de la “reforma migratoria integral”, cuya muerte larga y lenta ha sido una broma amarga entre los defensores de los migrantes desde hace años. ¿Tiene la mirada puesta en la frontera, en la historia o solo en noviembre? ¿Los inmigrantes son un electorado clave o solo un juego político?
Los inmigrantes que viven en Estados Unidos, incluidos los que se benefician de la nueva orden ejecutiva, se encuentran en una situación diferente a la de los inmigrantes en la frontera. Pero muchos de nosotros también estuvimos alguna vez en la frontera, como extraños vulnerables con la esperanza de construir una vida y una familia aquí. Mi camino se remonta a El Salvador, un país vejado por una guerra provocada por Estados Unidos.
Soy uno de los que se fueron al norte en La Bestia, el mortífero tren de migrantes que recorre todo el país desde el sur de México hasta la frontera estadounidense. Crucé el caudaloso río Bravo con unos parientes, agarrado del brazo de mi primo para que no fuera arrastrado por la corriente. No nos ahogamos ni nos detuvieron y aquí encontramos oportunidades y familia. Ahora soy ciudadano estadounidense y dirijo una organización por y para los trabajadores inmigrantes.
Ese trabajo nunca ha sido más difícil. Mientras Donald Trump y su partido avanzan a pasos agigantados con una agenda descabellada que se propone encarcelar y expulsar a los migrantes indocumentados por millones, Biden va de un lado a otro. A comienzos de junio, dijo que cerraría la frontera para casi todos los solicitantes de asilo, lo cual parece tomado del libro de estrategias de Trump. Eligió llevar al límite sus facultades ejecutivas para disuadir a las personas que huyen para salvar sus vidas, con la misma mentira republicana de que el país debe tomar medidas drásticas para proteger la frontera.
El gobierno debería tener una visión clara, segura y congruente en torno a la inmigración, en lugar de oscilar entre la dureza en la frontera y las medidas benéficas a medias para algunos indocumentados. Debería guiarnos hacia un lugar mejor, no imitar las maniobras de Trump y sus aliados.
Los críticos afirman que Biden está adoptando las tácticas de Trump y Stephen Miller, su zar migratorio, para poner fin al asilo, e incluso ha utilizado la misma cláusula en la Ley de Inmigración y Nacionalidad que Trump citó para justificar una prohibición de ingresar al país a las personas provenientes de países musulmanes.
Trump tiene nuestro futuro como rehén, al igual que el suyo.
Los inmigrantes tienen razón al estar aterrados por lo que el regreso de Trump a la presidencia podría significar. Trump y sus aliados prometen sacar de tajo a toda la población indocumentada, sea cual sea el costo y el perjuicio. En los estados dirigidos por republicanos como Arizona y Texas ya se promueven medidas enérgicas, con leyes punitivas y peligrosas barreras fronterizas diseñadas para criminalizar a los inmigrantes indocumentados o tal vez matarlos.
Esperamos que no ocurra lo peor. Pero la esperanza no es un plan de supervivencia. Los miembros de la Red Nacional de Organización de Jornaleros, una alianza de más de 70 organizaciones de trabajadores migrantes y de bajos salarios de todo el país, se reunieron este mes en Nueva Jersey para planear nuestro futuro. Nuestra alianza no suele preguntar cuál es el estatus migratorio de las personas, pero nuestras organizaciones miembros están compuestas en su mayoría por trabajadores indocumentados.
Nos hemos enterado de los numerosos y crecientes tentáculos de la seguridad fronteriza: leyes que delegan en las autoridades locales la represión de los migrantes, tipifican como delito la ayuda a inmigrantes no autorizados o convierten a la policía estatal en deportadores y agentes fronterizos. Estamos resucitando los “comités de protección de inmigrantes” y otras formas de resistencia popular que ayudaron a los vecinos a protegerse entre sí en los días en que los operativos del alguacil Joe Arpaio se llevaban a cabo por todo el condado de Maricopa, Arizona, en los cuales miembros de familias desaparecieron bajo custodia.
Nos estamos preparando para luchar en trincheras metafóricas, oponiendo resistencia a leyes injustas y para mantener nuestra defensa de las protecciones constitucionales fundamentales, como el derecho a buscar trabajo en las esquinas. No estamos esperando a que nos rescaten.
Ha habido mejoras. Sabemos que los Departamentos de Seguridad Nacional y de Trabajo de Biden han cooperado en un programa de derechos laborales innovador pero poco conocido, llamado DALE, que protege a los trabajadores indocumentados que denuncian a los empleadores que violan las leyes sobre salarios y seguridad de los trabajadores. No es una legalización ni un camino hacia la ciudadanía, pero beneficia a los indocumentados y estamos haciendo todo lo posible para ayudar a nuestros miembros a recurrir a él.
Pero Trump tiene nuestro futuro como rehén, al igual que el suyo. Un sistema de inmigración justo y humano que sea equitativo con los trabajadores y las familias, que esté en sintonía con las necesidades económicas y que honre la larga historia de un país en el que los extranjeros echan raíces y se abren camino en el tejido social estadounidense beneficia a todos. Está en juego la economía, pero es más que eso. Millones de inmigrantes (incluidos muchos de familias con estatus mixto, en las que uno de los cónyuges tiene la ciudadanía o un estatus legal y el otro está indocumentado) se están armando de valor para defenderse mientras protegen este país y sus valores.
Tenemos mucho que perder. Biden lo sabe y dio un paso en la dirección correcta esta semana. Esperemos que no sea demasiado tarde para el resto de nosotros.
* Codirector ejecutivo de la Red Nacional de Organización de Jornaleros de EE. UU.
c.2024 The New York Times Company