ALEPH

La salud mental de los políticos

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Cuando Jonathan Davidson y David Owen definieron el Síndrome de Hybris, un trastorno poco reconocido que afecta específicamente a personas que desempeñan puestos de mucho poder durante largos periodos de tiempo, confirmaron lo que mucha gente pensaba de varios personajes de la política. La megalomanía, el endiosamiento, el delirio de grandeza, el trastorno narcisista de la personalidad o una bipolaridad severa en muchos políticos, son síntomas de algo mayor. Basta pensar en las dinastías políticas chapinas que han vivido, por décadas, del Estado.

' Es un contrasentido pensar que tantos trastornados con poder puedan sacar a Guatemala adelante.

Carolina Escobar Sarti

La manera mesiánica de expresarse, la propensión a ver el mundo como escenario para la gloria personal, la confusión entre los intereses personales y los del Estado, el exceso de seguridad en sí mismos aun frente a la evidencia de sus grandes errores y abusos, sentir que solo se responde ante Dios o la Historia, y una creciente pérdida de contacto con la realidad que, tratándose de líderes políticos, puede conducir a todo un país a vivir un desastre de grandes dimensiones. Así se ven y traducen los síntomas de este síndrome. ¿Más? La depresión severa, la ansiedad social, la violencia exacerbada, la demencia y parafilias varias, además de los frecuentes casos de adicciones. Según Davidson y Owen, esto no siempre llega a ser un trastorno permanente, sino uno que se adquiere luego de un tiempo en el poder y a menudo desaparece cuando este cesa.

Le ha sucedido a políticos de todas las épocas, latitudes y en situaciones similares.

Por ello, no es descabellado pensar que lo que tendría que cambiar son las formas de concebir la política y de ejercer el poder. Si nuestra sociedad (sobre todo algunas elites) no le dieran tanto poder a los políticos, a lo mejor tendríamos a personas más sanas en los altos cargos públicos. Nos sobran las evidencias de una salud mental deteriorada entre nuestra clase política: desde los ojos desencajados de quienes se han autodenominado públicamente iluminados y elegidos por Dios, después señalados por crímenes de lesa humanidad, por corrupción o por haber roto el orden constitucional, hasta los suicidios en las altas magistraturas o los casos de adicción en ocupantes del hemiciclo parlamentario, entre más. Incluso la narrativa asociada a estos personajes deja un sabor a manipulación, pérdida de contacto con la realidad y megalomanía; la violencia verbal, el cinismo exagerado y el descaro total, todo está allí. Palabras, gestos y comportamientos cotidianos que no preocupan solo por esos hombres y mujeres con poder, sino por las consecuencias de sus actos en toda una nación.

En Guatemala, la mayoría de la gente común vive entre la violencia, el terror, el despojo, la inseguridad y la miseria. Es un contrasentido pensar que tantos trastornados con poder puedan sacar al país adelante. La salud mental es el equilibrio psicológico y emocional que experimentamos respecto a aquello que nos rodea y que nos permite alcanzar nuestro propio bienestar. No hablo de ciertos padecimientos mentales que cualquiera de nosotros podría experimentar, que de poetas y locos, todos tenemos un poco. Es otra cosa. Hay países donde la psicología política es una rama de conocimiento y estudio, y hay hasta comisiones federales de salud mental para evaluar minuciosamente a los candidatos/as a puestos de poder. No se trata de evaluar si tienen o no algún trastorno mental, sino la relación que estas personas tienen con el poder.

Le apuesto a un futuro con políticos menos voraces, más sencillos y conscientes de sus propias capacidades para enfrentar las tensiones normales del ejercicio del poder. Ni dioses, ni caudillos, ni extraterrestres. Los políticos son uno o una más de nosotros y viven en el mismo país. La diferencia es que asumen grandes compromisos con la población y la historia, por lo cual deberían no sólo de tener algunas cualidades excepcionales para el ejercicio de la cosa pública, sino muchos cuidados para no afectar directamente el presente y futuro de Guatemala.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.