SIN FRONTERAS
Lecciones de un pájaro sin nombre
En el árbol de enfrente hay un pájaro vecino. No sé si siempre estuvo ahí, pero fue hace días que lo escuché por primera vez. Llevo tres meses viviendo en este cuarto piso, en un barrio de la capital; y aunque todos los días salgo a la ventana y me quedo viendo el hermoso árbol donde vive, nunca antes me fijé en su sonido. Es un parlanchín el ave esa. Cuando dan las cuatro, justo con el toque de queda, empieza a cantar. O a hablar. ¿Con quién? No me pregunten, porque no se escucha a ninguno más, parece en verdad que no tiene compañía. Tampoco me he dado cuenta de cuándo termina de cantar. Ya sea él, o yo, coincidimos en quedarnos dormidos en esa hora de la tarde de los días de esta larga cuarentena. No sé ustedes, pero he vivido fases ya en este encierro consciente. Llevo tres semanas desde que la orden presidencial me llevó a cerrar puertas. Y aunque en lo personal me afectó de manera grande, aplaudí la decisión. Además de lo científico del asunto —que no domino—, por el hecho de ver que una decisión en este país se tomara pensando en un bien colectivo. La primera semana del encierro me trajo angustia. El freno repentino a un ritmo de vida al que estaba acostumbrado.
' Si no nos alumbra el miedo al contagio de una enfermedad que no se cura con dinero, nada lo hará.
Pedro Pablo Solares
Me gustaría ponerle nombre a ese pájaro tal cual. No es bueno escribir de un ser viviente sin tenerle como referencia aunque sea un mote. Pero no se me ocurre ninguno. Un pájaro no es ser fácil de bautizar. A menos de que sea un loro, claro. Curioso sería saber a quién de ellos fue al primero que llamaron Arturo. Pero este vecino no es un loro. Su canto chillón se escucha cuatro manzanas a la redonda. Lo que trae a la segunda semana de encierro las costumbres de los hombres dominadas por la fuerza. Cuando no queda más que estar confinado, la inventiva personal empieza a aflorar, y la angustia se calma con el paso de las horas. Cuando sabes que nada cambiará, el espíritu se adapta y nuevas costumbres empiezan a tocar la puerta. Aunque sea primero en la mente. Sabía que debía leer, pero no tenía ganas de leer. Tres libros acumularon polvo sobre la mesa de noche. Debía hacer ejercicio, pero ni un solo día desenrollé la alfombra de ejercicios. Las pesas guardadas, la consciencia cargando, recordándome que procrastino. Esos días se empezó a vislumbrar con mayor claridad cómo trataríamos aquí, en la finca Guatemala, una inminencia que es global.
Esta semana me siento adaptado. Me haré mi propia compañía y anticipo que la gozaré. Cuando empezó el confinamiento a nivel global, en redes empezamos a ver animales invadir nuestros lugares. Tal vez mi pájaro vecino siempre cantó y el ruido de los carros ahogaba su sonido. O tal vez por fin se atrevió a hablar. Covid-19 traerá lecciones de la naturaleza a la especie sapiente. Y veremos diferencia entre países equilibrados y otros, como este, donde reina la desigualdad. Si no nos alumbra el miedo al contagio de una enfermedad que no se cura con dinero, nada lo hará. La tenemos difícil, pues nuestra sociedad está amaestrada para servir al puño de dueños del país, quienes están obsesionados con su provecho monetario. De presidente no parecemos tener a un científico. Pues aunque médico, le hemos visto más haciendo lo que hacen los políticos. Y, en esa línea parece estar cediendo el destino colectivo. Los datos no fluyen, su banco de credibilidad lo vilipendia. Quizás esconde números que revelarían, de una vez por todas, que en estas tierras se necesita más inversión social, pagada con impuestos, para que todos estemos mejor. Y tal vez sea eso lo que grita el pájaro vecino. “¡Quédense en casa!! Sí. Pero también “¡Cambien perspectivas!”. “¡Sean colectivos!” “¡Piensen en los otros!” Desde su simpleza, a esta especie nacional, que con su ego dominante tanto le cuesta llegar a ser “humana”.