ALEPH

Línea de ensamble

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Si algo define a Guatemala es la manera como trata a sus niñas, niños, adolescentes y adultos mayores. Nacer y morir en esta tierra puede tener sabor a condena para millones de personas que nacen en la más absoluta miseria y mueren igual, sin tener siquiera acceso a la educación, menos a la seguridad social. Esto me hace recordar las palabras de Joseph Stiglitz, el premio Nobel de Economía, cuando dijo hace un par de años que “el 90% de los que nacen pobres mueren pobres por más esfuerzo que hagan, el 90% de los que nacen ricos mueren ricos independientemente de que hagan o no mérito para ello”.

' Y así funciona todo cuando hablamos de protección a la niñez...

Carolina Escobar Sarti

Mientras vemos cómo los corruptos secuestran totalmente las instituciones del Estado guatemalteco y provocan con ello aún más desigualdad en el acceso a las oportunidades de desarrollo, también asistimos a un aumento de la desnutrición, la miseria, la falta de educación y salud, la violencia y la emigración. Recetas como “a más estudio más movilidad social” terminan arrodilladas ante un modelo económico que no se traduce en bienestar ni vida digna para la mayoría, y más bien se expresa en una rapacidad incontrolable que ha impactado negativamente a las niñas, los niños, adolescentes y las personas de la tercera edad.

Me centraré en la niñez y la adolescencia, porque es el lugar desde donde todo se comienza a hacer mal en Guatemala. Jamás podremos crecer un Estado democrático sin cambiar esta realidad que mantiene en el abandono a millones de niñas, niños y adolescentes. La ausencia de políticas públicas, programas y presupuestos adecuados, de entornos seguros y protectores o de servicios descentralizados y más, refleja un sistema de protección que no funciona para la niñez en general y menos para la niñez y adolescencia en situación de protección especial. Acá no hay un sistema de protección que trabaje orgánicamente por la niñez, sino más bien una línea de ensamble que manufactura seres humanos para trabajos miserables o para la migración.

La línea de ensamble también es llamada ensamble agresivo. Cuando pienso en el calvario que tiene que recorrer, por ejemplo, una niña o adolescente víctima de violencia sexual para poner y dar seguimiento a una denuncia, ningún nombre quedaría mejor. Porque ahora, aunque haya instancias como el Maina que integran a la PGN, el MP, el Inacif y el Ministerio de Salud, entre otras, lo que sucede es, como en el ensamble de piezas para la fabricación de un carro, que la niña pasa de estación a estación de trabajo, con el fin de que el “producto terminado” pueda ser ensamblado (en teoría) más rápido, aunque ese “producto” sea revictimizado una y otra vez al tener que contar la misma historia o al tener que esperar mucho tiempo para ser atendida en cada estación. Y eso que no sigo con el procedimiento de identificación del agresor y las audiencias. Al final, cada institución posiblemente reporta un gran número de atenciones, pero en el proceso la niña es invisible.

Y así funciona todo cuando hablamos de protección a la niñez. Es más fácil engrasar la mano de 25 diputados que aumentar el presupuesto para la niñez (sigue siendo el más bajo de América Latina). Es más fácil para los políticos de turno pedir préstamos en el Congreso destinados a la corrupción que darle vida al programa de seguridad alimentaria. Es más fácil que un adolescente entre a una mara y que una adolescente viva una maternidad forzada que ambos terminen la secundaria. Es más fácil decretar por ley un día de la familia que aprobar la ley del Sistema Nacional de Protección Integral de Niñez y Adolescencia o generar un Estado de Bienestar para las familias guatemaltecas.

Las líneas de ensamble están diseñadas para organizar secuencialmente a los trabajadores y las partes de un proceso, porque lo que importa es tener un producto. Pero estamos hablando de niñas, niños y adolescentes, en un país que ha preferido abandonarlos, matarlos, violarlos y torturarlos antes que cuidarlos.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.