ALEPH

“Los libros hacen los labios”

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Así decía un refrán romano, refiere Irene Vallejo en su maravilloso libro El infinito en un junco. Y lo decían porque “los habitantes del mundo antiguo estaban convencidos de que no se puede pensar bien sin hablar bien”; sabían que hablar y pensar bien era algo totalmente conectado entre sí y que se asociaban al conocimiento que les aportaban las palabras y los libros.

Estoy convencida de que Guatemala sería muy distinta si la gente leyera más desde la niñez. Si la gente que ha ostentado el poder durante los últimos siglos hubiera entendido el valor de la lectura y la educación para todas y todos, no tendríamos hoy esta clase política de narcos, payasos y limitados mentales que nos representan. Expresiones como “hola vos, cerote” o “qué putas”, ya de por sí violentas y usadas principalmente por jóvenes de todas las castas que integran esta sociedad, podrían cambiar no solo su forma, sino su contenido. Una comunicación que agrede, de pocas palabras y con voz fuerte, refleja mucho lo bárbaros que seguimos siendo. Aunque también está la gente de “cuna muy educada” que nunca dice “malas palabras” pero que tampoco lee y no se tentaría el alma para mandar a matar, porque jamás se ensuciaría las manos, a alguien que no piensa como ella.

Las personas que han leído desde la niñez y lo siguen haciendo, no como tarea escolar, sino como hábito de vida, generalmente tienen otra profundidad, otra manera de pensar, de ser, de actuar y de hablar. Otra manera de desear el mundo para la humanidad. Porque los libros abren universos. Se fundan civilizaciones y ciudades a partir de los libros, y no exagero. La llegada del alfabeto fenicio al territorio griego fue el origen de Europa. Vallejo dice en su libro: “Europa nació al acoger las letras, los libros, la memoria. Su existencia misma está en deuda con la sabiduría secuestrada de Oriente”.

' Hoy, más que nunca, precisamos de libros, artefactos que han sobrevivido todos los fuegos para darle calor y sentido a la humanidad.

Carolina Escobar Sarti

Desde que en el mundo líderes políticos sin muchas lecturas ni decencia han llegado a los más altos cargos, estamos viendo cómo se extiende la barbarie. Se ha abierto, de nuevo, la caja de Pandora y estamos reconociendo la parte más oscura y primitiva de la especie. Eso sucede cada vez que esos líderes queman bibliotecas y prohíben libros. Masacres, aumento de armas, ausencia de las humanidades en las universidades, falta de libros en las casas y en las aulas, ausencia de ejemplos de decencia e integridad para la niñez a todo nivel, el valor del tener sobre el ser, todo suma. Y la tecnología, a través de los videojuegos y las redes sociales, le está enseñando a la niñez que navega, sin la guía de personas adultas, a cambiar los libros por el embrujo inmediato del celular o la tableta, que ni les amplía el vocabulario ni les permite ejercer la escritura a mano que tanto ayuda a su desempeño cerebral y cognitivo. Difícil para el libro competir con algo que, sensorialmente, captura a tantos.

Acaba de pasar el Día del Libro y está por llegar la Feria Internacional del Libro en Guatemala (Filgua). Dos oportunidades para regresar a este proceso electoral y a un tema que conecta directamente con lo que somos y queremos ser como país. De aquellos tiempos en que las abuelas y abuelos recitaban poemas en público, perpetuando las historias alrededor del fuego que sus ancestros les habían heredado, pasamos a una escritura que aún ni siquiera llega a todos los niños y niñas de este país. Cuando vemos algunos mensajes del proselitismo político chapín que ahora invade nuestras calles, carreteras y avenidas, confirmamos nuestro subdesarrollo y la falta de lectura a todos los niveles. Los huevos, por ejemplo, han dejado de ser un cuerpo ovalado con cáscara, puesto por las gallinas, para ser un mensaje de campaña vulgar, digno de Guatemala. Los libros cuidan a las almas, a los pueblos, a la especie. Y quienes los prohíben deben saberse asesinos. Hoy, más que nunca, precisamos de libros, artefactos que han sobrevivido todos los fuegos para darle calor y sentido a nuestra humanidad.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.