SIN FRONTERAS
México. De compadre a…
Las noticias no cesan de llegar desde El Ceibo. Inundan de zozobra el corazón, en empatía con los destrozados migrantes, que llegan a ser tirados, cual deshecho humano, a nuestra más abandonada y lejana frontera con el vecino mexicano. El flagrante irrespeto a la vida, a la más mínima dignidad humana, pasa por encima de numerosas normativas. Las de los tratados internacionales, normas de cumplimiento obligatorio, que imponen el cuidado especial a la persona migrante, comprendiendo su momento de vulnerabilidad máxima. También, la normativa de los protocolos violados, en una actualidad que retorna a personas sin siquiera ser formalmente deportadas, ante la ausencia de la entrega desde una autoridad migratoria a la otra. Se dice que México abandona a las personas en una cercanía con la frontera guatemalteca, y ni siquiera existe oficialidad en la deportación. ¿Qué responsabilidad podemos esperar de los Estados, si hasta las deportaciones son ahora clandestinas?
' Abandonar a la población entre Tabasco y Petén, es descuidado, negligente e imprudente.
Pedro Pablo Solares
Pero hay un tercer orden, que es más bien moral, que el Gobierno mexicano ha optado por ignorar, al ser la cara expuesta y visible de un atropello inhumano, que es impropio de la modernidad. Y esto es pasar por encima de la relación histórica existente entre su país y los países afectados. Con aquella Centroamérica, con quien existe el anhelo de construir lazos de cercanía y hermandad. Pero, además, pasar por encima de la honra a la historia del legado de su propia nación, que con valentía y sacrificio, se posicionó en el siglo 20 como un faro de luz, un lugar de puerta abierta, para quienes estuvieron en peligro, y que encontraron en un México soberano, un lugar de vida; una esperanza; un cobijo seguro. Esto terminó exaltando -más que nada- el nombre de su propia patria, y enriqueció, además, su propia cultura. Le otorgó un lugar solvente en el marco regional y mundial. Y le impuso un legado grande, el del México amigo, que hoy todavía recordamos, pues indigno sería olvidarlo.
Pronto es fácil recordar el nombre de los más prominentes. Por ejemplo, de Guatemala ¿qué habría sido de un Luis Cardoza y Aragón, de no ser por la hospitalidad del pueblo mexicano? O ¿qué habría perdido el mundo, sin el exilio a Mario Monteforte Toledo? Y así, a lo largo de Latinoamérica, e incluso de la España franquista, donde un sinfín de figuras, intelectuales y opositores que resistieron los más cruentos regímenes represores, lograron radicarse en un lugar garante de la decencia humana. Pero más allá de aquellos prominentes, vale hoy mencionar la apertura mexicana para acoger en su territorio a las poblaciones de quienes escaparon de ser masacrados. ¿Cómo olvidar esa página de la historia? Esa muestra de humanidad, de país grande, que -creo- hoy es lo que se pisotea y vilipendia.
México fue compadre. Y de los buenos. Pero hoy contrasta lo que se presta a ejecutar el Gobierno del presidente López Obrador. Ser tapón migratorio no es digno. Y el nuevo plan de deportación abandona a hombres, mujeres y niños -incluso bajo engaño- en la peligrosa selva, a merced de lo clandestino. Solo basta recordar la reciente tragedia de Tamaulipas, para aceptar que en el trato de los flujos humanos no cabe el descuido o la negligencia. Y abandonar a la población entre Tabasco y Petén, es eso: es descuidado, negligente e imprudente. El vecino del norte ha de presionar. Y México, con su astucia diplomática, seguramente no se va sin beneficio propio. Pero la mancha es grande. Y es sucia. Y va en deshonra de lo construido. De lo que fue logrado, en nombre de la humanidad misma.
Vi una foto esta semana del secretario Marcelo Ebrard, en cálida reverencia, dando bienvenida a refugiadas afganas. Linda fotografía. Pero ¿cuándo habrá alguna empatía para los vecinos desplazados centroamericanos? ¿Cuándo la más mínima empatía?