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Mis memorias sobre el terremoto de 1976

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En la madrugada del 4 de febrero, inmersos en la profunda oscuridad de la madrugada, saltamos de la cama con el corazón a mil por hora, al sentir un temblor muy violento que nadie puede olvidar. Según estimaciones, hubo 23 mil muertos, 74 mil heridos y más de un millón se quedaron sin hogar.

' 4 de febrero de 1976, a las 3.01 am, el momento que cambió el destino y la vida de millones de guatemaltecos.

Brenda Sanchinelli

Ese terremoto no era un temblor habitual, como los que usualmente nos despiertan a los guatemaltecos. Este no se detenía. Esos 39 segundos que se registraron fueron eternos. Aquellas casas de adobe y altos techos de machimbre, que rechinaban como gritos de pánico en esa profunda oscuridad, los cristales en el piso y el imparable vaivén de las viejas lámparas son sonidos que aún están en mi memoria. Aún recuerdo cómo mi mamá me arrancó de mis tibias sábanas, levantándome como una pluma de la cama. Era tan fuerte el temblor que no pudo mantenerse en pie y tuvo que arrodillarse conmigo en su regazo. Recuerdo su clamor de desesperación pidiendo a Dios que nos ayudara. En ese momento todos los hogares guatemaltecos se llenaron de miedo, impotencia y muerte.

Finalmente, el temblor se detuvo, las paredes dejaron de mecerse, y solo quedó un silencio absoluto y una opresión terrible en el corazón. Había que salir de la casa y resguardarse, para esperar el amanecer. Yo, que en ese momento era tan solo una niña pequeña, no entendía bien lo que estaba pasando, pero lo que sí recuerdo aún es el miedo que sentí.

La luz se había ido, todo estaba totalmente oscuro y confuso. Todos buscaban a tientas una linterna o una vela, con el terror de que la casa podría caérseles encima. Los relojes eléctricos se quedaron detenidos a las 3.01 am, el momento exacto del terremoto, la hora que cambió prácticamente el destino y la vida de millones de guatemaltecos.

Apenas amanecía y la gente quería ir a las casas de sus familiares. Recorrer la ciudad, dejaba sin aliento a donde se volteara a ver, había escombros y destrucción, las fachadas habían caído a las banquetas y las paredes se habían derrumbado. Algunas calles con grandes grietas al centro que no permitían continuar la ruta en los vehículos. Al pasar se veía a toda la gente en pijamas, camisones, todos envueltos en sábanas, nadie se atrevía a entrar a su casa. El polvo de los escombros aún circulaba en el ambiente, creando una atmósfera nebulosa, de una pesadilla, de la que parecía no íbamos a despertar.

Cuando llegaba la gente a la casa de sus familiares, unos respiraban tranquilos al ver que estaban a salvo, otros no tenían la misma suerte. La gente, con sus pequeños radios de la época, o radioaficionados se enteraban poco a poco de las noticias. Al despuntar el alba estaban ya claros los informes, la intensidad del terremoto había sido de 7.5 en la escala de Richter. Más tarde era evidente el desastre y olor a muerte, cientos de cadáveres cubiertos con mantas, alineados a lo largo de las calles, pues la morgue anunció estar colapsada.

En los días posteriores, Guatemala se convirtió en una ciudad de tiendas de campaña y autos estacionados lejos de las construcciones, donde todos teníamos que pernoctar. A pesar de ese triste escenario, la población mostraba solidaridad entre hermanos para atravesar por ese duro momento. Pero a pesar de todo, la preocupación persistía, pues los temblores no cesaban, y durante varios días hubo otros sismos y mucha expectación.

Hoy, 48 años después, recuerdo ese evento como si hubiese sido ayer, y me pregunto: ¿Estamos realmente preparados para otro terremoto de esa magnitud? La única predicción posible es estadística, y basados en eso podría pasar en cualquier momento. Esto en cuanto al conocimiento de la sismicidad que ha afectado históricamente a nuestro país.

ESCRITO POR:

Brenda Sanchinelli

MSc. en Relaciones Internacionales e Imagen Pública. Periodista, experta en Etiqueta. Dama de la Estrella de Italia. Foodie, apasionada por la buena mesa, compartiendo mis experiencias en las redes.