ALEPH

Nuestra democracia es mentira

|

Supimos por décadas de “oficinitas”, “cofradías”, cuerpos ilegales y aparatos clandestinos de seguridad (Ciacs), ejecuciones extrajudiciales, grupos criminales asociados a la corrupción, el contrabando y el narcotráfico, pero nadie movía el agua estancada, para evitar el mal olor que expide lo que no se mueve. Sabíamos de licitaciones con dedicatoria; de pactos entre élites económicas, políticas y académicas; escuchábamos que “no hay obra sin sobra”, y aceptábamos que “la mordida” era el aglutinante que nos unía como sociedad.

Todo se sabía y nada se sabía. Era un acuerdo social tácito, defendido por un sistema de justicia secuestrado en un Estado decadente e igualmente capturado. Nadie que viviera para su propia sobrevivencia (lo cual le sucede a más del 70 por ciento de la población) tenía el tiempo para alzar la voz contra ese estado de cosas, aunque supiera que mucho andaba mal. Y quienes eran parte del pacto veían normal y cómodo el orden establecido. Nos encantaba cuando todo era “normal” y “funcionaba”, aunque solo funcionara para un 10 por ciento de la población. Nos importaba un carajo la prisión preventiva, porque solo había tocado a ese 70 por ciento que vive en situación de pobreza. Las cárceles eran escuelas del crimen, hasta que cientos de corruptos de cuello blanco llegaron a ellas y se volvieron lugares de peregrinaje, de urbanidad y buenas costumbres.

En el 2015 se destapó el pudridero y nombramos lo que nadie había nombrado antes, haciéndolo existir: una corrupción en todos los órdenes y niveles estatales y sociales. Y, sin embargo, llegamos al 2019 siendo el país de la eterna primavera (contaminada y deforestada), sin que nadie pueda tocar a la patria (aunque esté en ruinas), a las instituciones (aunque sean cascarones vacíos) o a la bandera (aunque con ella trapeen el país). Hemos defendido una soberanía que lleva siglos de ser la mentira más grande del mundo, y una democracia que jamás hemos vivido plenamente. Es más, creemos que solo votando se curarán todos nuestros males, nuestro deficiente sistema electoral y de partidos políticos, nuestra corrupción endémica y la impunidad que prevalece por aquí. La democracia ha de trascender las urnas porque “de nada sirven las urnas si el que mete la papeleta es un analfabeto” (Pérez-Reverte).

' Es un hecho probado que ahora vivimos una narcocleptoteocracia.

Carolina Escobar Sarti

Guatemala está llena de personas analfabetas reales y funcionales, y encima de todo no tenemos la posibilidad del voto nominal (según nombre y cara del candidato), sino que vamos a ciegas, votando en listas cerradas donde no se elige a una persona, sino a todas las que compiten por un partido. Refundar Guatemala es la receta de algunos, pero eso ¿cómo se hace en circunstancias como las actuales? Hay candidatas y candidatos muy oscuros, acusados de narcotraficantes, abusadores, ladrones, corruptos y extremistas. Esto es parte de un proceso de largo aliento, que ha venido permitiendo lo que no se daba hace pocos años: que nos mezclemos entre sectores y grupos, haciendo que al pacto de corruptos le salga al paso un pacto ciudadano de voces heterogéneas que han ido frenando de a poquito y muy lentamente (porque el sistema está diseñado para funcionarle bien al pacto de corrupción) los intentos de que nada cambie.

Llevábamos años de escuchar que Guatemala era un paraíso para la corrupción, pero esto no tuvo formas ni rostros hasta hace muy poco. Y a pesar de que seguimos viendo capturas en Guatemala y Estados Unidos, la democracia aún nos queda muy lejos, mucho más que Disneylandia. Aunque muchos anhelamos un país de verdad y una democracia de verdad, es un hecho probado que ahora vivimos una narcocleptoteocracia. Así que disculpen si digo que la democracia es aún mentira consentida y sigamos mientras este engaño tropical al ritmo de aquella canción que dice “miénteme más, que me hace tu maldad feliz”.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.