PLUMA INVITADA

Olvidémonos de vivir 100 años, mejor vivamos más sanos

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Cuando les pregunto a mis pacientes cuáles son sus objetivos de salud a largo plazo, rara vez dicen que quieren vivir hasta los 100 años. En cambio, hablan de envejecer con independencia y dignidad, de no tener achaques ni dolores o de tener fuerzas para jugar con sus nietos. “Simplemente me gustaría soplar las velas de mi pastel de cumpleaños sin toser”, me dijo un paciente de 60 años con enfisema.

' Envejecer con independencia y dignidad, no tener achaques ni dolores o tener fuerzas para jugar con los nietos.

Dave A. Chokshi

Sin embargo, nuestro diálogo nacional sobre el envejecimiento no refleja esta realidad fundamental sobre lo que las personas valoran de su vida.

Hace tiempo que nuestro país debería haberse fijado un objetivo sanitario audaz. El promedio de esperanza de vida en Estados Unidos es aproximadamente 1,5 veces de lo que era hace un siglo, un logro asombroso. No menos sorprendente es que ahora la esperanza de vida se está estancando, una revelación que en general ha sido recibida con una indiferencia colectiva.

La Oficina del Censo predice que para 2034, habrá más personas en Estados Unidos de 65 años o más que menores de 18 años, por primera vez en la historia. Cada vez más personas padecen de adicciones, otras enfermedades crónicas y lesiones, incluso a menor edad. Nuestro actual estado de la política, enfrascado en debates cortos de miras sobre quién merece o no un seguro médico, no está a la altura de estos desafíos. Para mejorar la salud necesitamos ver las cosas, y discutir sobre ellas, de otra manera.

El nuevo objetivo de salud no debe centrarse solo en aumentar la esperanza de vida, sino también en lo que se conoce como esperanza de vida saludable, los años en los que la gente puede esperar vivir con buena salud. Como el presidente John F. Kennedy dijo hace décadas: “Para una gran nación no basta con haber añadido nuevos años a la vida. Nuestro objetivo debe ser también añadir nueva vida a esos años”.

Comencemos con lo que de verdad nos importa a cada uno de nosotros: un cumpleaños saludable. En nuestra juventud, muchos de nosotros dimos por hecho que nuestras facultades se mantendrían intactas con el paso de los años. Pero, a medida que envejecemos, cada cumpleaños que pasamos floreciendo en lugar de sintiéndonos frágiles se convierte en una experiencia cada vez más valiosa.

Las naciones similares a la nuestra ya tomaron medidas para que sus políticas se centren en la esperanza de vida saludable. Singapur, que tiene el promedio de vida más largo y una sociedad que envejece con más rapidez que Estados Unidos, se comprometió el año pasado en sus reformas nacionales de salud a “prevenir o retrasar la aparición de la mala salud”. El Reino Unido se fijó el objetivo explícito de aumentar la esperanza de vida saludable en cinco años para 2035. Y en Japón, los programas locales ya invierten en iniciativas para ayudar a otros adultos a compartir sus habilidades y sabiduría entre generaciones; por ejemplo, enseñándoles a cocinar, arte y jardinería, con beneficios para los jóvenes y los mayores por igual.

Sin embargo, en Estados Unidos el rigor que aplicamos para medir e informar sobre la duración de la salud no es el mismo que usamos para la esperanza de vida. Los mejores cálculos indican que el estadounidense promedio solo puede esperar celebrar un único cumpleaños con buena salud después de la tradicional edad de jubilación de 65 años. Mientras tanto, Singapur, el Reino Unido y Japón (además de Canadá, Costa Rica y Chile) ya cuentan con una esperanza de vida saludable promedio de por lo menos 70 años.

Un objetivo nacional audaz pero de sentido común sería añadir una década de cumpleaños con buena salud después de la edad de jubilación. Alcanzar una esperanza de vida saludable de 75 años nos obligaría a pensar en la equidad de salud, dadas las pocas esperanzas de vida saludable que se observa en ciertos grupos, como los nativos estadounidenses, los afrodescendientes y los estadounidenses de bajos ingresos.

Sin embargo, medir la esperanza de vida saludable debe ir de la mano de la reorganización de nuestra salud y sistemas sociales. Duplicar nuestra inversión nacional en atención médica primaria —al menos hasta 10 centavos de cada dólar gastado en servicios de salud— haría que nuestra infraestructura médica fuera más proactiva. Seríamos más eficaces detectando y tratando antes las enfermedades y centrando la atención en crear relaciones de confianza construidas a lo largo del tiempo con los pacientes. Un mayor acceso a la atención primaria significaría que las innovaciones médicas que ofrecen esperanzas de revertir la diabetes o curar la hepatitis podrían estar más al alcance de quienes se beneficiarían de ellas.

Reequilibrar el gasto sanitario nacional hacia la atención primaria debería formar parte de un cambio más amplio hacia la prevención de enfermedades. Por ejemplo, la iniciativa ’Moonshot’ (jonrón inalcanzable) contra el cáncer del presidente Joe Biden enfatiza la importancia de reducir el consumo de tabaco y lograr aumentar la vacunación contra el virus del papiloma humano para evitar un diagnóstico de cáncer. Los Institutos Nacionales de Salud podrían aprovechar estas iniciativas para avanzar en la ciencia de la longevidad saludable y desarrollar mejores maneras de frenar el deterioro cognitivo y físico, en especial facilitando cambios de comportamiento como la reducción del sedentarismo.

El objetivo de mejorar la salud debe integrar la salud mental y emocional. Los departamentos de salud han abordado el tabaquismo, las enfermedades infecciosas y la presión arterial, lo que a menudo ha dado lugar a notables aumentos de la esperanza de vida. Ampliar la esperanza de vida saludable requeriría actuar también en contra de otras causas importantes de morbilidad, como la ansiedad y la soledad. La falta de conexión social puede aumentar el riesgo de depresión y demencia, lo que a menudo conduce a un círculo vicioso de enfermedad y aislamiento. El papel de la salud pública debe consistir en interrumpir esos círculos viciosos y en crear círculos virtuosos, sobre todo de apoyo emocional y conexión.

Añadir una década de cumpleaños saludables a la vida de los estadounidenses también requeriría que tuviéramos en cuenta cuestiones que van más allá de la atención médica. Cuando atiendo a pacientes sin hogar, que tienen una esperanza de vida saludable marcadamente inferior que el promedio, les mido la presión arterial y les hago análisis de sangre como a cualquier otro paciente. Pero el tratamiento más definitivo para cualquier problema que puedan estar experimentando no es la medicina ni la cirugía; es la vivienda. Uno de mis pacientes, que luchó durante años por dejar el tabaco, dejó de fumar el día que se mudó a su nuevo apartamento. Cuando le pregunté qué había cambiado, me dio una respuesta contundente: “Menos estrés y más sueño”. Era una receta para mejorar la salud que ojalá pudiera recetar a todo el mundo.

Claro está que la vivienda cuesta dinero, al igual que otras necesidades básicas, como la comida saludable y la educación de calidad. Pero deberían verse como inversiones por los beneficios económicos que reporta prolongar la duración de la salud. Un estudio publicado en la revista Nature Aging en 2021 calculaba que mejorar la duración de la salud y aumentar un año la vida media tendría un valor de 725.000 millones de dólares anuales.

Una mejor calidad de vida en la tercera edad podría proporcionar beneficios en cadena a la sociedad. “A medida que envejecemos, adquirimos conocimientos y experiencia, además de las capacidades intelectuales y cognitivas necesarias para decidir si algo es importante”, afirmó Linda P. Fried, geriatra y decana de la Escuela de Salud Pública Mailman de la Universidad de Columbia .

Sin embargo, desbloquear este beneficio de longevidad requeriría nuevas narrativas sobre cómo envejecer de manera saludable. Los estadounidenses mayores ya contribuyen a la sociedad trabajando, cuidando a sus nietos, haciendo voluntariado y participando en la vida cívica. La infraestructura social podría adaptarse aún más en torno a la vejez como un recurso natural latente, a la espera de que lo aprovechemos de modo que fomente el propósito y la conexión. Las escuelas podrían acoger programas de mentoría para jóvenes. Los empleadores podrían crear oportunidades laborales adicionales de medio tiempo o con horarios flexibles. Incluso campañas menores para combatir los estereotipos de la edad, como el rediseño de las tarjetas de cumpleaños para eliminar las bromas denigrantes y optar por un orgullo de celebración, podrían cambiar estas narrativas. “Las grandes historias necesitan tiempo”, dice una, que muestra a una elegante mujer con lentes oscuros y ondulante cabello blanco.

En español, la palabra para el retiro es “jubilación”. El cognado en inglés coincide con lo que más deseo para mis padres tras medio siglo de trabajo: que sus cumpleaños no solo sean saludables, sino también “jubilosos”. En el caso de mi paciente con enfisema, un trabajador portuario originario de Sudamérica, nuestro equipo de atención primaria le ha ayudado con esmero a controlar mejor sus síntomas. Pero para prosperar de verdad, también necesitaría un lugar más digno para vivir, mayores inversiones públicas en la calidad del aire interior y conexiones sociales más fuertes para suplantar el tiempo de pantalla. Todo esto parece mucho pedir hasta que reflexiono sobre la valentía que tuvo que tener para emigrar cruzando todo un continente y labrarse una vida para su familia en Estados Unidos, como tantos de nuestros antepasados. Es esa audacia la que nuestra nación tendría que canalizar para hacer realidad un ‘moonshot’ para la salud. No ocurriría en semanas, meses o incluso en un par de años, pero, como dije antes, las grandes historias necesitan tiempo.

 

*Médico del Hospital Bellevue en Nueva Yorkc.2023 The New York Times Company

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