RINCÓN DE PETUL
Pepián for dinner
Hombre de escasos rituales, uno que sí me he ido instalando sucede cuando viajo a tierras estadounidenses. Cuando las circunstancias me lo permiten, salgo del aeropuerto; me monto en el vehículo, y pronto voy a un restaurante vietnamita. Mi primera comida cuando viajo allá es siempre una sopa Pho, suculencia de los dioses, exótica exquisitez, caricia al corazón, que conocí por primera vez en Sacramento, California. En ese entonces aún no había experimentado cuán fuerte es la tendencia popular contemporánea en ese país de explorar las cocinas de todas partes del mundo, para luego hacerlas propias. Un amigo me dijo “cenemos vietnamita” y me llevó a un pequeño local que no aparentaba mayor pretensión. “En estos pequeños se come lo auténtico”, me dijo, algo que luego noté es lo mismo que piensan muchos. Así es como han conocido los platos de todos lados de donde tienen migrantes. Y eso, ahora, es prácticamente de todo el mundo.
' Pepián, jocón o subanik, con estrategia, pueden tomar un lugar del otro lado de la frontera.
Pedro Pablo Solares
Pero desde hace un tiempo he tenido la inquietud de que en esa dinámica, la muy rica cocina de nuestra Guatemala se ha quedado atrás. Esto, a pesar de que son los emigrantes del mundo quienes transportan sus cocinas por donde viajan, y que si hay algo que nos abunda en aquel país, son poblaciones de connacionales radicados en unas 400 ciudades, alrededor de 35 o 40 estados. Y no es que se sostenga aquí que en dichas ciudades no haya restaurantes propiedad de paisanos; o que estos no promuevan nuestra comida. Sí los hay; y sí lo hacen. Pero al visitarlos veo que hay una escasez de los platos tradicionales; y que hay falta de autenticidad en las recetas. Percibo muy poca confianza para promocionar lo que podemos ofrecer. Esto, a pesar de que las inversiones económicas en los locales son considerables. En sus rótulos, los nombres chapines están. Pero veo falta de visión para explotar el potencial que proviene de esta rica tierra.
Puedo visualizar cómo platos de nuestra tierra, como el pepián, el jocón o subanik, bien hechos y con estrategia, pueden tomar un lugar del otro lado de la frontera. No escribo esto -solo- desde el corazón. Ni mucho menos desde ese patriotismo patético y barato que es tan común en países chicos como el nuestro. Más viene de ver lo que ha sucedido con platos de los migrantes de otros países, igual de complejos, igual de elaborados, igual de desconocidos que los nuestros; y que ahora son auténticas tendencias, en especial, entre las nuevas generaciones. Cuánto exótico curry indio o tailandés no es ahora parte de la cultura popular. O las delicias de los peruanos, los venezolanos y colombianos, que están tan bien posicionadas. Hace poco me llevaron a comer comida de Armenia. Otra opción disponible era la afgana. En todos estos, los comensales no eran solo los de esos países, sino ya una clientela local ávida de nuevas alternativas.
Hay millones de paisanos emigrados que no han logrado posicionar nuestra cocina. Los motivos pueden abundar. La última vez que viajé a Nashville, fiel a mi tradición, pedí que me llevaran a un vietnamita. Mi sorpresa fue que la mitad de las mesas las ocupaban trabajadores guatemaltecos, en su hora de almuerzo. Le hablé al paisano de la mesa vecina, un campesino de manos muy obreras, proveniente de una aldea en Rabinal. Disfrutaba una sopa y rollitos de primavera, populares en Asia pero desconocidos en Baja Verapaz. Nos comentó cómo en casa su alimentación era escasa y básica. Él realmente aprendió a degustar de la comida en Tennessee; no creció conociendo nuestros platos tradicionales. Tenemos millones de embajadores en EE.UU. pero aún muchos no han probado un buen recado. La oportunidad la miro evidente en aquel país, donde explorar nuevas alternativas de lo que ellos llaman la “Cocina Étnica”, es la tendencia más creciente.