REGISTRO AKÁSICO
Por una guardia intachable
La congoja de la ciudadanía ante la podredumbre de quienes deben protegerla genera la falta de confianza en las instituciones de gobierno. Si se pagan impuestos es para encontrar servidores públicos de buena fe. Los bandidos no necesitan portar un uniforme donde se atrae el agradecimiento del vecino.
La confianza de convivir de manera tranquila, la seguridad en el trabajo y el goce de los bienes personales son anhelos generales de la población. La policía sirve para proteger, ofrecer seguridad y controlar a las malas personas. Hace más de 500 años, Hobbes señalaba la necesidad de aceptar el monopolio de la fuerza para evitar el desborde de la voracidad y el egoísmo.
Por ello, el espectáculo de un grupo de policías disputándose el saco de una extorsión convierte a la sede policial en una cueva de ladrones. La balacera para asegurar el botín demuestra la decisión de agotar las medidas más extremas para asegurar la rapiña continuada. No importa matar a un colega para conseguir Q400. Aisladamente, parece poco. No obstante, la cantidad ridícula para un asesinato no lo explica, sino la voluntad de continuar la rapiña.
Cuando los vagos y drogadictos amenazan para conseguir ingresos para sus existencias desperdiciadas se piensa contar con el apoyo de la policía para evitarlo. Caminar en la ciudad y observar a la par de la corriente de gente desplazándose a dos agentes uniformados ofrece una sensación de seguridad y orgullo de vivir entre semejantes. Aunque no se conozca a los viandantes, se participa del sentimiento de comunidad. Son los pobladores realizando sus labores para obtener un resultado cooperativo.
Pero allí están como las raposas. En la sede policial, con el jefe despótico. La hipocresía de exigir una adscripción religiosa para ingresar al cuerpo esconde la verdad de aprovecharse del desvalido. La burla al ofendido o dañado por el delito no se expresa abiertamente. Ya se sabe que no se hará nada para perseguir el crimen. Cada quien está por sí mismo. También cuentan con los auxiliares, dispuestos a quemar un vehículo de patrulla. Apedrear la sede para disimular. Se asegura la impunidad, se está protegido en el abuso. El encubrimiento en la noticia, la tergiversación, la falta de nombres de los responsables justifica la iniquidad.
En ese drama también está presente el deseo de hacer las cosas bien. Las áreas de corrupción conviven con los cuerpos técnicos. Es una mezcla de funciones bajo escrutinio y áreas perdidas. Todo está en esconderse, en no hacerse notar. Mientras tanto, el desvelo de los buenos elementos gana el respeto del público.
' No se puede aceptar la existencia de estaciones de policía ganadas por la criminalidad.
Antonio Mosquera Aguilar
De pronto, el operativo. La detención de antisociales, la identificación de criminales. Una parte de la institución busca justificarse, pero el resto acarrea la ineficacia y, lo peor, se participa del crimen. Al final, el problema está en la dirección del aparato policial y su escrutinio.
No es permitido al ministro de Gobernación aceptar la corrupción en las filas policiales. La garantía de la seguridad está en un cuerpo intachable. No es cuestión de malos elementos y abnegados agentes. Se trata de cortar lo podrido, lo viciado. No se puede permitir que medre la codicia en la corporación. El respeto al policía, a su servicio, sus desvelos y dedicación no puede ponerse en cuestión. La naturalidad del abuso no habla bien del responsable. Si se ofreció la confianza para el mando, también se debe exigir el servicio intachable. Todavía se está a tiempo de corregir. Aceptar el latrocinio jamás será una opción.