RINCÓN DE PETUL

Potencial electoral, emigrados ladinos y mundo indígena

|

Entrar por las puertas de la Iglesia Evangélica Ríos de Agua Viva en Seymour es tomar entrada a la nutrida comunidad guatemalteca asentada en esa pequeña ciudad en el sur del estado de Indiana. Desde los edecanes que dan la bienvenida hasta el pastor que lidera al grupo, y pasando por todas y cada una de las decenas de familias ahí congregadas, son unidos por un denominador que les es común prácticamente a todos. Más que guatemaltecos, lo que se ve ahí son originarios del alejado y aislado municipio huehueteco de San Sebastián Coatán. Mayas chuj, que hablan chuj y que viven la vida con el sabor y color que se vive en esa única cultura. Imagen parecida sucede en otras decenas, quizás centenas, de similares pequeños pueblos en distintos estados. Esto con numerosas pero compactas comunidades mayas. Todas estas vibrantes y dinámicas como son, también son celosamente reservadas entre sí.

Esta experiencia aquí descrita, de lo indígena-emigrado, contrasta radicalmente con lo que se logra apreciar entre los guatemaltecos que viven en las ciudades grandes. ¿Qué vemos allá, en ese país de destino? Ruralidades más indígenas; urbes más ladinas. ¿Acaso un patrón similar a lo de este país que expulsó? Lo vemos en los barrios de nutrida concurrencia guatemalteca en las urbes estadounidenses. Lo vemos en el emblemático parque MacArthur, en Los Ángeles, e igual en los alrededores del Mall La Unión, en las afueras de Washington, D. C. Pasa en Nueva York, Atlanta, Houston y Chicago: el idioma común no es aquel chuj, de Seymour, Indiana, ni el k’iche’ de Russellville, Alabama, por poner tan solo dos ejemplos. Claramente, en las urbes impera el español de nuestras ciudades locales, el español de nuestra capital, de nuestra ley y de nuestro concentrado y centralizado poder.

' La separación de las comunidades indígenas impide la intención de sectores emigrados de ser fuerza.

Pedro Pablo Solares

Pero pasa algo nuevo allá, en aquel país que es más infinitamente más democrático. La distribución del capital no es tan desproporcionada como lo es aquí. Con el éxodo de las últimas décadas se ha democratizado el acceso al capital entre los emigrados. También entre los receptores de remesas en el país. Cosa similar sucede con el acceso a los servicios que repercuten en el desarrollo humano; y al potencial que todos deben tener en Estados constituidos como repúblicas democráticas. Cabe preguntarse, sin embargo, si ese dinamismo de los emigrados mayas está siendo apreciado en su justa dimensión por los emigrados ladinos. Esto, en especial, una pregunta vigente por el interés que estos últimos muestran de participar como fuerza migrante en los procesos electorales nacionales y que caen en peligro de pretender ejercer las mismas mieles de la hegemonía que se aprendieron en el país de origen.

Con motivo de las elecciones en Guatemala y del novel voto desde el extranjero, hemos visto esfuerzos de particulares en EE. UU. por motivar al emigrado a participar. Pero temo que todos los que he visto pertenecen predominantemente a lo ladino. A lo urbano. A lo español. La separación de las vibrantes pero aisladas comunidades indígenas es impedimento para cualquier esfuerzo de que los sectores emigrados sean fuerza política. Para apreciar esto, cabe regresar a la importancia de lugares como aquel pueblecito de Seymour, Indiana, de los cuales hay centenas similares. Entrar por las puertas de esa iglesia puede ser más que solo ingresar a esa comunidad. Más, es acceso para comprender la dinámica predominante en el éxodo de los pueblos indígenas. En un país desigual, como Guatemala, la vastedad de esa población fue silenciada. Hoy, los emigrados pueden evitar caer en esos patrones colonizadores.

ESCRITO POR:

Pedro Pablo Solares

Especialista en migración de guatemaltecos en Estados Unidos. Creador de redes de contacto con comunidades migrantes, asesor para proyectos de aplicación pública y privada. Abogado de formación.