SIN FRONTERAS
Preocupación por guatemaltecos en Estados Unidos rural
Son largas y estrechas las calles que curvean las montañas boscosas del norte de Georgia. Ya lejos de la ciudad, entre la naturaleza exhuberante, el pavimento da vueltas y vueltas, penetrando la montaña, conduciendo entre cada uno de los pueblos históricos del pintoresco sur. Las faldas de los Montes Apalaches regalan estos hermosos paisajes, algunos de los cuales hacen recordar las míticas montañas del occidente guatemalteco. No es de extrañar, entonces, que los mayas hayan encontrado un lugar familiar en esos verdiazules horizontes.
Pero no todo es hermoso por aquel lugar. La primera vez que llegué a ese sitio, una escena surreal, como sacada de una película sobre los choques raciales de los años 60, nos dio la bienvenida. O mejor dicho, nos dejó estupefactos en un sentimiento que se transformó en absoluto repudio, al caer en cuenta de lo que significaba. En carro íbamos por la calle rural, cuando, de la nada, pasó un enorme picop, de aquellos de tamaño grotesco, lleno de muchachos vestidos como milicia, que gritaban amedrentando, mientras ondeaban banderas de La Confederación. El encuentro no tuvo nada que ver con nosotros, pero eventualmente caeríamos en cuenta de que sí tendría mucho que ver, en especial en este presente, con nuestros paisanos que viven en Canton, el pueblo cercano. Y con los de cientos de lugares similares en el EE. UU. rural, donde comparten vecindarios con las bases mismas del nacionalismo extremo que hoy amenazan la paz.
' Pienso hoy en la seguridad de los nuestros, en estos días de alta tensión.
Pedro Pablo Solares
Esto fue cerca del año 2011. En ese entonces apenas exploraba en tierra lo que la internet enseñaba. La página de Wikipedia aseguraba que el segundo poblado con mayor densidad de chapines en todo aquel país era Ellijay, un lugarcito cercano a donde empieza esta historia. Ahí efectivamente encontré una comunidad desarrollada. Pero daba la impresión de que circunstancias los habían hecho moverse. Los que sabían me condujeron a Canton, y a otros poblados cercanos. En cada uno de ellos constaté que era ya el hogar de —quizás— decenas de millares de compatriotas, atraídos por las industrias del lugar. Para dar una idea de su integración, de quienes documenté, encontré especial presencia de originarios de San Juan Ixcoy, Huehuetenango. De hecho, el 51% provenía de ese departamento. Menos de un 4% de cabeceras departamentales, y ni uno solo del área metropolitana de Guatemala. Similar fue lo que encontré en otros 84 pueblos, en otros 14 estados. En esos condados rurales que se tiñen de rojo Trump para las elecciones.
La historia de los muchachos con las banderas confederadas parecía, en ese entonces, un hecho aislado. Pero hoy puede interpretarse como muestra de la ira que creció en los años previos a Trump, y que él nutrió tan ardua y abiertamente. Los eventos de hoy alrededor del cambio de mando en aquel país despiertan preocupación por posibles eventos violentos futuros a todo nivel. Es perturbante la cantidad de veces que aparecen amenazas de muerte, incluso contra figuras públicas del más alto nivel. Y básicamente contra cualquiera que no pertenezca a estos movimientos sectarios que han crecido en los rincones más oscuros de internet.
Pienso hoy en la seguridad de los nuestros, en estos días de alta tensión. Sus comunidades han crecido esparcidas y aisladas de todo lo institucional. Hace falta, sin duda, desarrollar más comunicación con ellos. Totalmente indefensos, comparten calle con fanáticos apasionados por las armas, que no tuvieron empacho en viajar a Washington DC, de invadir el Capitolio y de entrar gritando por la cabeza del vicepresidente. Si hicieron esto, me pregunto ¿de qué otra cosa no podrán ser capaces?