PLUMA INVITADA

¿Qué hace una estatua de Colón en Puerto Rico?

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Para encontrar la estatua más alta del hemisferio occidental, toma la carretera 22 de Puerto Rico en dirección oeste desde San Juan. Al cabo de una hora, si tomas una salida y das unas cuantas vueltas, llegarás a una estrecha carretera de dos carriles que bordea la costa norte de la isla. A medida que te acercas, aparece un Cristóbal Colón muy anguloso, con una mano en el timón de un barco y la otra levantada hacia el cielo. En este rincón rural de Arecibo, no hay nada que obstaculice la vista.

' En 1998, el gobierno puertorriqueño ofreció un hogar a la estatua y gastó 2.4 millones de dólares.

Alana Casanova-Burgess

El monumento de bronce de 107 metros de altura, con tres velas y la representación de un mapa en un pergamino, se eleva sobre todo lo que le rodea, haciendo que las palmeras parezcan juguetes. No hay estacionamiento ni centro de visitantes. Además de estar fuera de lugar, carece de contexto sobre la violencia de la época de Colón en el Caribe.

Puerto Rico, ahora territorio de Estados Unidos tras siglos de dominio español, es una de las colonias más antiguas del mundo. En “La Brega”, un pódcast sobre Puerto Rico, he hablado de cómo Colón ocupa un lugar destacado incluso en el himno de Puerto Rico. Eso no significa que siempre esté presente, pero su legado sigue marcando el día a día en la isla.

¿Por qué acabó en el Caribe, la parte del mundo que sufrió de primera mano la brutalidad de Colón? Todo empieza con Zurab Tsereteli, un escultor ruso que originalmente tuvo la intención de regalar el monumento a Estados Unidos en 1992 para conmemorar el 500.° aniversario de la llegada de Colón al continente americano en 1492. Sin embargo, todas las ciudades a las que se lo ofreció, incluyendo Nueva York, Boston, Miami; y Columbus, Ohio, lo rechazaron.

En 1998, el gobierno puertorriqueño ofreció un hogar a la estatua y gastó 2,4 millones de dólares en traerla a la isla. Estuvo almacenada en miles de pedazos durante casi veinte años, condenada por la logística casi imposible y costosa de levantar algo tan enorme. También hubo indignación pública por parte de personas que decían que Puerto Rico no debería estar celebrando un legado espantoso.

Con el nombre de “Nacimiento del Nuevo Mundo”, la estatua acabó en Arecibo, pagada por un empresario local. Me estremezco al pensar que se terminó en 2016, cuando Puerto Rico ya estaba sumido en una crisis de austeridad y los millones dedicados a erigir el monumento podrían haberse utilizado para casi cualquier otra cosa. Al menos, el parque temático que se planeó para acompañarlo, con un costo estimado de 95 millones de dólares, nunca se construyó.

En 2020 se derribaron muchas estatuas de Colón en todo el mundo, incluso en el Caribe. Pero esta estatua colosal ya había sobrevivido al huracán María, y también sobrevivió a las peticiones de desmantelarla.

En la actualidad, muchos de nosotros consideramos que Colón es símbolo de Europa y la blancura, y que celebrarlo significa ignorar nuestras raíces indígenas taínas y africanas. La idea de que las estatuas gigantes de su legado atraigan a los turistas dice mucho de lo que estos líderes quieren promover y de lo que no están orgullosos. El monumento es extrañamente apropiado, porque sigue absorbiendo nuestros recursos.

Hay otro monumento colosal a Colón en Santo Domingo, en la República Dominicana: el Faro a Colón. Existe la dudosa afirmación de que alberga sus restos, pero lo más importante parece ser su enormidad. Mide varios campos de fútbol y, cuando está iluminado, proyecta una cruz en el cielo que puede verse hasta en Puerto Rico.

La idea de conmemorar a Cristóbal Colón de esta manera se remonta a una época en la que la actitud respecto a su legado era muy distinta. En 1923, una conferencia panamericana concluyó que “aún no se ha erigido en América un monumento que perpetúe el sentimiento colectivo de gratitud, admiración y agradecimiento a Cristóbal Colón, descubridor de América y benefactor de la humanidad”. A continuación, se convocó un concurso internacional de diseño, con Frank Lloyd Wright entre los jueces.

Para recaudar fondos, el líder dominicano Rafael Trujillo, un dictador obsesionado con la blancura, organizó con Cuba una gira en avión por todos los países de América Latina en 1937. Había cuatro aviones: la Niña, la Pinta, la Santa María y uno con el nombre de Colón. Tres de los aviones se estrellaron, murieron todos los que iban a bordo y la gira nunca se terminó, pero todavía pueden encontrarse sellos de correos pro-Faro en internet.

Décadas más tarde, en los años ochenta, el presidente Joaquín Balaguer resucitó los planes, aunque para entonces ya no existía “un sentimiento colectivo de gratitud, admiración y agradecimiento” hacia Colón. El proyecto no solo fue enormemente impopular en el país, sino que también fue rechazado por los líderes mundiales: el papa celebró una misa en el faro un día antes del 500 aniversario de la llegada de Colón al Nuevo Mundo, y los reyes de España ni siquiera acudieron. El Washington Post informó que los dominicanos no querían decir el nombre completo de Colón en español porque creían que estaba maldito (incluso ahora, no me arriesgaré a decirlo en español).

Mi familia vivía en la República Dominicana cuando esto se estaba construyendo, a finales de la década de 1980 y principios de los años 90. Entonces se tenía la sensación de que el proyecto estaba en marcha. Por aquel entonces, tenía la sensación de que este proyecto succionaba cosas —electricidad, hormigón, dinero, esfuerzo— hacia sí como un vórtice. El gobierno dominicano no reveló cuánto gastó en la construcción, pero se calcula que costó 70 millones de dólares. Miles de personas tuvieron que desplazarse para construirlo. El hecho de que sea polvoriento y no atraiga a grandes multitudes no hace que esa historia sea más fácil de aceptar.

El pasado enero, el rey de España acudió a San Juan para conmemorar el 500.° aniversario de la fundación de la ciudad. Esa mañana, una estatua del conquistador español Juan Ponce de León en el Viejo San Juan fue derribada y dañada. Conocí la noticia a través de los mundialmente conocidos memes puertorriqueños de figuras como Iris Chacón y Bad Bunny, que algunos consideraban más merecedoras de celebración que la figura que se alzaba sobre el pedestal. Hubo incluso una petición para sustituirla por una del cacique taíno Agüeybaná.

En un anuncio que podría haberse hecho en 1523, el alcalde de San Juan prometió que la estatua sería reparada y reinstalada antes de que llegara el rey por la tarde. En lugar de utilizar fondos para arreglar un bache, dijo, utilizarían fondos para las reparaciones, al parecer ajenos a la opción de simplemente no reparar la estatua en absoluto y atender al bache en su lugar. Parecía como si los principales temas de la vida puertorriqueña —el colonialismo, la crisis de austeridad de Puerto Rico y, sí, incluso los baches— estuvieran contenidos en la lucha por esa única estatua.

El día terminó con una impresionante pantalla dividida en las noticias locales: la estatua que bajaban de nuevo a su pedestal, protegida por la policía, y el rey de España que llegaba al aeropuerto. Prioridades, ¿verdad?

 

*Periodista independiente de audio

©2023 The New York Times Company

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