PLUMA INVITADA

Qué se necesita para elegir la vida antes que la venganza

Esta semana, llamé a Izzeldin Abuelaish, un doctor de Gaza que ahora vive en Canadá, para ver cómo estaba. Durante la guerra de Israel contra Gaza de 2008-2009, tres de sus hijas fueron asesinadas cuando un tanque israelí impactó en su casa. Esta vez, tuve que volver a darle el pésame cuando me contó sobre la reciente muerte de más de 25 miembros de su familia en Gaza. Mencionó que entre ellos había cinco bebés.

' Maldito aquel que grite: Venganza. Nosotros elegimos la vida.

Ayman Odeh

En su declaración de guerra contra Gaza del 7 de octubre, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, citó una línea de un poema del escritor judío Jaim Najman Biálik. “La venganza por la sangre de un niño pequeño todavía no la ha concebido Satanás”, publicó Netanyahu en redes sociales.

Tal vez el primer ministro olvidó lo que Biálik escribió justo una línea antes de eso: “Y maldito aquel que grite: Venganza”. O las siguientes líneas: “¡Que la sangre llene el abismo!/Que atraviese las profundidades más negras”.

En estos días me pregunto qué quiso decir el poeta con esto. Biálik lo escribió después de conocer los horrores del pogromo de Chisináu de 1903.

Sin embargo, en sus palabras veo a muchos de los pequeños de las diversas comunidades de Israel y Gaza cuyos nombres aparecen en las noticias como asesinados en los últimos 11 días: a la edad de 10 meses, 1 semana, 2, 4 y 5 años. Y así sucesivamente. La sangre de nuestros más pequeños ha atravesado las profundidades más negras y nos hemos hundido con ella.

Una nación se define como un grupo de personas con una lengua en común, un pasado común y sueños comunes. Según esta definición, cualquier padre dirá que todos los bebés del mundo son hijos de una única nación. Tienen una lengua en común, un pasado común, sueños comunes. Hablan igual, se enojan y lloran por las mismas cosas, se ríen igual. Cuando mis tres hijos eran pequeños, me maravillaba ver cómo se comunicaban sin esfuerzo con otros bebés, sin importar el idioma de las canciones de cuna que sus padres les cantaran por la noche.

Toda esta nación de bebés —judíos, árabes, palestinos, israelíes— tan solo quiere una cosa: crecer para tener una buena vida. Es un sueño sencillo. Nuestro papel como líderes también es sencillo: hacerlo posible.

De adultos, todos nos convertimos en expatriados de esa nación y nos llevamos con nosotros el sueño de una buena vida: poner comida en la mesa para nuestras familias. Saber que somos libres de ir adonde queramos. Hablar, rezar y celebrar como queramos. Volver a casa sanos y salvos al final del día. Saber que nuestros seres queridos también lo harán.

No hay nada en este mundo —ni siquiera la cruel ocupación— que pueda justificar el daño a personas inocentes. Nada. Siempre me he opuesto de manera categórica al daño a civiles y me seguiré oponiendo con cada fibra de mi ser. Es una violación de nuestra humanidad colectiva.

Tengo amigos que fueron asesinados y perdieron hijos en el ataque asesino de Hamás del 7 de octubre. Tengo amigos que terminaron heridos y asesinados en Gaza en los días siguientes. Mi corazón se ha roto, junto con el de la gente de este país y de todo el mundo, por todas y cada una de las familias que buscan a sus seres queridos, que lloran su pérdida o que intentan traerlos a casa.

Sin embargo, a pesar de todo esto, también he sido testigo de destellos del futuro que podríamos tener, los cuales hacen realidad personas de a pie —judíos y árabes, palestinos e israelíes— que han dado un paso al frente ante una tragedia indescriptible. En Israel, parecía que se había apostado a gran parte del Ejército en Cisjordania para proteger a los colonos. Mientras las aterrorizadas familias del sur se escondían de los atacantes armados de Hamás y rezaban por ser rescatadas, doctores, enfermeras, paramédicos, conductores de ambulancias y trabajadores médicos de emergencias árabes palestinos y judíos se mantuvieron codo con codo y trabajaron juntos para tratar a todos los que necesitaran atención, sin importar quiénes fueran. En Gaza, los doctores y los profesionales de la salud han intentado tratar a los pacientes bajo un bombardeo casi constante y sin ningún lugar seguro donde ir —ni siquiera los hospitales mismos—, además de que no cuentan con agua, electricidad ni alimentos, por no hablar de suministros médicos.

Son personas ordinarias que actúan desde lo más profundo de su humanidad, a pesar de las circunstancias inhumanas. En este momento de vida o muerte, eligen la vida. En contraste, Netanyahu ha utilizado todos sus días en la oficina del primer ministro y cada gramo de su poder para intentar convencer al mundo de que la seguridad de los israelíes debe ser a expensas de la seguridad de los palestinos y para bloquear todas las vías hacia la paz. Ha vendido un cuento de hadas sobre el poder imbatible del Ejército israelí y su propia capacidad para gestionar un sistema violento en el que los palestinos se han ido a la cama bajo la ocupación y el asedio y los israelíes se han despertado con un futuro incierto. Ahora está haciendo que aumente el número de víctimas civiles.

Quienes somos ciudadanos árabes palestinos de Israel estamos en una posición única para ver más allá de sus fanfarronadas y belicismo y notar el fracaso que es en realidad: verdades que los últimos días han quedado al descubierto. Vemos hasta qué punto está dispuesto a reducir a cenizas nuestra patria compartida en vez de encontrar soluciones a largo plazo que nos brinden seguridad y una buena vida a todos, palestinos e israelíes por igual.

Y también somos quienes sabemos, en lo más profundo de nuestros huesos, hechos del suelo de esta tierra, que la respuesta es la paz. La única manera de cumplir con nuestra responsabilidad hacia la nación de nuestros más pequeños —y hacia nosotros mismos— es reconocer a la nación de Palestina y a la nación de Israel y establecer un Estado de Palestina junto al Estado de Israel.

Llegó el momento de que la comunidad internacional nos tome como ejemplo, dé un paso al frente ante una tragedia indescriptible y elija la vida. Esto significa tomar medidas inmediatas, como pedir un alto al fuego para detener todas las muertes de civiles e impedir todos los intentos del gobierno de Netanyahu por desplazar de manera forzada y a largo plazo a los palestinos; un intercambio humanitario de prisioneros para traer a casa a todos los civiles que están en calidad de rehenes, en especial bebés, niños y adultos mayores; y restablecer el flujo de productos básicos indispensables para toda la población de Gaza.

Luego, significa llevar a cabo soluciones a largo plazo para la población de toda la región, la palestina y la israelí, incluido el fin del apoyo y la aprobación internacionales a la ocupación militar y el asedio de Israel en Cisjordania, Gaza y el este de Jerusalén.

Le pregunté a Abuelaish si sigue siendo un hombre de paz, después de todas las muertes y horrores que ha soportado.

“La única venganza real del asesinato es lograr la paz”, respondió.

Maldito aquel que grite: Venganza. Nosotros elegimos la vida.

©2022 The New York Times Company

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