ALEPH
Si todos son corruptos, nadie es corrupto
¿Dónde está el dinero de las vacunas? ¿Cuál es el nombre del ruso que entregó la alfombra mágica en casa del actual presidente hace pocas semanas y cuánto dinero contenía? ¿Son los mismos rusos de la explotación minera ilegal? ¿Por qué tuvo que salir Juan Francisco Sandoval del país y en qué institución del Estado está detenida la investigación sobre diversos hechos de corrupción que involucran a empresarios, presidentes, expresidentes, militares y demás funcionarios corruptos? ¿Por qué aún no se han dado las elecciones de magistrados en la Corte Suprema de Justicia, sabiendo que muchos de los actuales han sido señalados de corrupción en diversas ocasiones? ¿Quiénes operan en el Congreso a favor de la corrupción? ¿En cuántas municipalidades se realizan procesos anómalos de compras?
Esto no es espontáneo y durante los últimos gobiernos ha sido más evidente que nunca; la corrupción se fue instalando paso a paso en todo el Estado hasta el momento en que tuvimos que reconocer que los corruptos no eran uno, ni dos ni tres, sino cientos pactando desde distintos lugares e instituciones. Desde mediados de los años 90, cuando el modelo económico imperante se sobrepuso con fuerza al modelo político que buscaba reformar las instituciones del Estado guatemalteco, luego de un largo conflicto armado, los partidos dejaron de ser partidos y se fueron convirtiendo, poco a poco, en corporaciones mercantiles, perdiendo así todo el sentido de un verdadero juego democrático.
' Empezamos el 2022 sabiendo que un minuto no cambia a un país, porque solo puede cambiarlo su ciudadanía en el tiempo.
Carolina Escobar Sarti
Y aunque llevamos más de medio siglo viendo cómo se consolida el baile del tiburón (mordiendo y salpicando), nunca como ahora el tamaño de las mordidas y el descaro con el que diariamente se ventilan los hechos y hechores de la corrupción, sin que la justicia los alcance. Eso sucede cuando el mundo de la vida se arrodilla frente al mundo de la oferta y la demanda, donde casi todos se compran y se venden. Así, llegamos a lo que tenemos hoy: si todos son corruptos, nadie lo es. Desde los responsables del financiamiento ilícito que obedece a intereses económicos de los sectores de poder que, de facto o desde la oscuridad, asaltan y secuestran al Estado, hasta sus operadores en los diversos órganos e instituciones, todos son compinches, amigos, compañeros de tranzas y de celebraciones matrimoniales. Son una gran familia feliz, algo así como la Cosa Nostra. Y esa es nuestra nueva normalidad: la corrupción. Lo otro, lo anormal, son la decencia y la justicia.
Empezamos el 2022 sabiendo que un minuto no cambia a un país, porque solo puede cambiarlo su ciudadanía en el tiempo. Sin prisa, pero sin pausa. Este año tenemos algunas oportunidades de revertir procesos de corrupción que se consolidaron durante los últimos dos gobiernos. En medio de una anticipada campaña electoral que ya tiene en los medios y en las redes a algunos posibles candidatos, señalados también de corrupción y otras cuestiones no tan menores, habrá distintos procesos para elegir fiscal general, contralor general y procurador de Derechos Humanos. En los primeros dos casos, el desafío será recuperar ambas instituciones, mientras que en el tercero el desafío será sostener una PDH que siga siendo un verdadero contrapeso frente al pacto de corruptos.
Estamos inmersos en una cultura de corrupción que fue definiéndose de manera estratégica durante el último cuarto de siglo y toca todas nuestras vidas. Cuando entendamos que las medicinas caras o inalcanzables, las carreteras y aeropuertos en mal estado, el rezagado sistema sanitario del país, la mala calidad educativa, la brecha tecnológica, el decadente sistema electoral y de partidos políticos, la falta de vivienda y empleo dignos, la impunidad, la desnutrición, la miseria generalizada, el exceso de violencia, las migraciones y los conflictos territoriales tienen que ver con la corrupción, entenderemos la necesidad de arrancarla de raíz. O seguiremos creyendo que la macroestabilidad económica es suficiente y aguardando a que, como en la obra Esperando a Godot, un poder superior nos arregle mágicamente la vida.