ALEPH

Sin las niñas no hay país

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En el mundo, las mujeres de cualquier edad se sienten menos seguras que los hombres; los niveles de inseguridad percibidos varían de región en región, de país en país y de comunidad en comunidad, pero en general la percepción es de una mayor inseguridad (Encuesta Gallup 2018). Esta percepción no es gratuita.

' A las niñas hay que escucharlas, cuidarlas, amarlas y tratarlas bien.

Carolina Escobar Sarti

¿Cómo sentirse seguras en un país donde en un solo año quedan embarazadas más de 104 mil niñas y adolescentes entre los 10 y los 18 años (Osar/2020)? ¿Cómo sentirse seguras en una familia y, por ende, en una sociedad en la cual son violadas y obligadas a embarazos forzados y maternidades impuestas que interrumpen su propio desarrollo? ¿Cómo podrían sentirse seguras si sus maestros, jefes y compañeros de estudio o trabajo las acosan en los colegios, universidades y oficinas? ¿Cómo caminar seguras en estas calles donde las secuestran, les “meten mano”, las acosan o las encierran? ¿Seguras, en un país donde en un hogar de protección del Estado las queman vivas? Si estuvieran seguras no se irían de Guatemala.

Siempre me he preguntado cuánto de la violencia social se deriva de experiencias violentas en la niñez o de maternidades que se ejercen con rabia contenida. ¿Y cómo levantamos a Guatemala cuando las más alejadas de la educación y la salud siguen siendo las niñas, adolescentes y mujeres? Y afecta, sobre todo, a los cuerpos racializados de las niñas, adolescentes y mujeres indígenas, mucho más alejadas de un acceso igualitario a las oportunidades de desarrollo, en un país racista. Por otra parte, solo de enero a septiembre los números del MP documentaron 1 mil 530 niñas, adolescentes y mujeres desaparecidas; del 2000 al 2020 se registraron 12,830 muertes violentas de mujeres y femicidios (GGM). Y es el MP el que señala también que de las 3 mil 543 víctimas registradas por los delitos de agresión sexual en 2019, un 87% fueron niñas, adolescentes y mujeres.

Por otra parte, la violencia contra las niñas y mujeres no solo afecta a las víctimas directas, sino a muchas indirectas. Son prácticas ejemplarizantes y mecanismos de opresión que se aprenden en sociedad. Otras aprenden viendo o viviendo de cerca esta violencia, sin importar si es física, psicológica, verbal, emocional, simbólica o económica; si a la hermana mayor la viola el agresor de la casa, la menor espera ser la siguiente; si a la madre le pega y la atemoriza el padre, las hijas e hijos viven con ella el terror y más tarde replican la violencia en sus propias vidas; si miles de niñas quedan embarazadas producto de una violación, miles de familias y comunidades se levantarán sobre un acto de poder y terror. Si la sociedad entera se calla ante esto que no es normal, una sociedad entera padecerá las consecuencias de levantarse sobre tanta violencia.

A las niñas hay que escucharlas, cuidarlas, amarlas y tratarlas bien. Para muchas personas esto suena a exageración; para mí es la certeza de que hay que decirlo millones de veces más y actuar en consecuencia. Toca ofrecerles entornos seguros, protectores y saludables, que vayan de la mano de la educación, la salud y el respeto profundo a su humanidad. Ya no es el tiempo de las Lolitas en el cine ni de las esposas-niñas infelices. A las niñas les tocan la alegría, el conocimiento y el respeto a su humanidad a partir de una estrategia integral de atención, justicia y cuidado.

Recientemente, el gobierno de Canadá, en el marco del MIRPS, a través de su ministro Sean Fraser, anunció una nueva iniciativa para empoderar y proteger a las niñas de Guatemala, El Salvador y Honduras. El compromiso es de 4 años y US$10 millones, que OIM y Acnur se encargarán de redireccionar en beneficio, sobre todo, de aquellas afectadas por la migración irregular y el desplazamiento forzado. Noticias así son buenas.

Ellas están en el centro de un país re imaginado y yo no soy la voz de ellas, porque me toca acompañarlas pero no representarlas, como dijo recién una voz experta. Ese es parte del desafío: ellas en el centro de las políticas, de los presupuestos, de las leyes, de nuestra cultura y del desarrollo.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.