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Tambores de guerra

Prudencia en la actuación internacional y serenidad interna necesarias para una nación pacífica.

Los anuncios de armarse para enfrentar desafíos bélicos se han generalizado en toda Europa. En el país, algunos pensarán no estar afectados. El problema consiste en la adecuación económica a nivel mundial. Los pequeños países centroamericanos carecen de voz y deberán aceptar las nuevas condiciones, impuestas por las potencias. 1) En Europa se dejan de producir y subvencionar bienes primarios: alimentos, vestido y consumibles, pues la inversión y gasto se dedicará a las fábricas de armamento. Su contrapartida consiste en exigir mantener los precios de los mismos cuando son producidos en el extranjero. Argumentos de lo más diverso son esgrimidos, el más manido afirma que un aumento en los precios de los productos extranjeros solo provocará deforestación y afectación da la naturaleza; por lo tanto, deberán mantenerse bajos. 2) La producción bélica muy difícilmente entra en los circuitos comerciales de manera inmediata. Aunque en la actualidad no todo se dedica a almacenarse para posterior destrucción, los dispositivos electrónicos no se aplican inmediatamente a dispositivos civiles. Mucho menos las mejoras en los motores eléctricos. De esa cuenta, la falta de abastecimiento aparece en muchos de los sectores productivos de punta, lo que, a su vez, encarece los productos importados por los países periféricos. Además, la munición es la manifestación más obvia de la falta de ampliación de la capacidad productiva, pues fuera de almacenarse o entregarse para el frente de batalla, no sirve para ningún propósito constructivo. 3) Las potencias, en lo que nos toca, EUA, son partidarias durante crisis de paralizar los asuntos políticos. En los países bajo su influencia tiende a anquilosarse la vida cultural y a mantener una parálisis de iniciativas. Los menores debates posibles, el control abusivo de información y críticas, así como la nominación de liderazgos elevados por designación extranjera.

El presidente Emmanuel Macron acaba de caer en cuenta de que Rusia ha estado disminuyendo la proyección internacional francesa. Con supuestos mercenarios independientes en África, ha expulsado al ejército francés y, por consiguiente, bloqueado sus intereses comerciales y financieros. El 14 de marzo declaró: Rusia no pone límites; al referir la situación ucraniana, indicó que, si ganara, ya no habría seguridad en Europa.

Muchos analistas coinciden con el presidente francés, indican que si los rusos logran imponerse en Ucrania, en cinco años atacarán a la Otán. Obvio, necesitaría de la retirada del compromiso atlántico por parte de EUA. No obstante, ese abandono europeo por la parte norteamericana es posible, pues su interés consiste en disputar la hegemonía en las grandes poblaciones de Asia. Por la otra parte, una potencia declinante, Rusia, necesita ampliar su influencia internacional para imponer condiciones a sus vecinos. A los críticos de esos amenazantes vaticinios se les recuerda el escepticismo habido antes de la invasión ucraniana. En efecto, la mayor parte de comentaristas afirmaba que Rusia no pondría en riesgo su continua situación de bienestar por un asunto de influencia geopolítica. Pero los hechos demostraron lo contrario. Al liderazgo ruso no le importa mantener un estilo de vida austero, si a cambio vuelve su perdida influencia regional con proyección mundial.

Hoy, más que nunca, nuestro país necesita mantener parquedad en las declaraciones internacionales, no buscar aparecer en primera fila en los conflictos mundiales y, sobre todo, prepararse para asegurar la seguridad alimentaria en medio de un mundo peligroso.

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