Tiempos recios, última novela de Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010, publicada apenas el pasado mes de octubre, nos llega al final de un periodo presidencial colmado por la incapacidad e ineficiencia que trasciende el ámbito de la conducción administrativa, gestión de gobierno y ejecución presupuestaria.

Por razones circunstanciales, el presidente de la República se vio afectado legalmente por denuncias de corrupción familiar, optando por unir esfuerzos con otros personajes públicos y privados, igualmente afectados por el mismo mal, señalados por la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (Cicig). El positivo trabajo de la Comisión hizo parecer que nuestro país finalmente lograría erradicar los cuerpos ilegales de seguridad y aparatos clandestinos enquistados en el Estado, generando la ilusión de que un mejor país era posible.

Los afectados disolvieron la Comisión y trastocaron estructuras administrativas, legislativas y judiciales a fin de hacer prevalecer la inmunidad y la impunidad, permitiendo que la corrupción campeara de nuevo. En el término de un año, el país retrocedió 20 de nuestra reciente historia, oportunidad aprovechada para avivar las diferencias de clase, económicas y políticas que quisieron ser resueltas con la Revolución de Octubre de 1944, impulsadas por los gobiernos democráticos de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz. Este último fue señalado de ser comunista por el gobierno de los EE. UU., lo que, sumado a la reforma agraria impulsada, causó que fuera derrocado con la complicidad de militares traidores y una oligarquía enquistada en el medioevo en cuanto la tenencia y explotación de la tierra.

La novela de Vargas Llosa se desarrolla en torno al intento del presidente Árbenz por hacer de Guatemala un país capitalista, su renuncia al cargo ante la amenaza política de los EE. UU. y la imposición de Carlos Castillo Armas como gobernante. A partir de ese error político y estratégico, el autor lucubra sobre su asesinato, endilgándoselo al generalísimo Rafael Trujillo, dictador dominicano.

Con Tiempos recios el autor da seguimiento a un trabajo anterior, La fiesta del chivo (2000), apasionante novela sobre el dictador, que le permite plantear la tesis de que el destino de América Latina pudo ser otro, de no haberse abortado la apertura democrática impulsada por el presidente Árbenz. Llega a reconocer el falso señalamiento como comunista y lo destaca como víctima histórica de la incomprensión política estadounidense ante la defensa de los intereses económicos de la United Fruit Company.

La bibliografía sobre ese período y temas concomitantes es amplia y abundante, en su mayoría de periodistas, investigadores, escritores e historiadores serios. Desde luego, no faltan trabajos mandados a hacer con el afán de mantener viva la falsedad de la amenaza comunista y la inminente anexión a una URSS inexistente, que ha permitido a la clase dominante mantener al país en el atraso económico, social y de desarrollo que nos ubica en los más bajos índices a nivel mundial.

La obra no devela información nueva, pero por tratarse de una novela sustentada en hechos, su rica calidad narrativa, el manejo de los espacios, tiempos y personajes, resulta un relato ameno. Para quienes conocemos la historia, la ficción la enriquece. Para quienes no la conocen, será una manera agradable de aproximarse a ella.

Para quienes esa historia es diametralmente opuesta a lo que les contaron, podrá ser una tortura. Aunque, más probable aún, optarán por desdeñarla y ratificar su convicción de que Arévalo, Árbenz, Paz y Paz, Thelma Aldana, Iván Velásquez y todos los demás fueron, son y seguirán siendo comunistas hasta la consumación de los siglos.