SIN FRONTERAS

Unámonos a la campaña por un precio justo en los medicamentos

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Tengo 46, y puedo decir que tuve fortuna de no necesitar medicinas durante buena parte de la vida. Eso hasta hace más o menos un año. En mi caso, siento que de repente, a los 45, como si doña naturaleza hubiera estado esperando con reloj en una mano, y una dosis de cinismo la otra, las idas al doctor, por uno u otro motivo, empezaron a ocupar días en mi agenda. Como que hubiera parecido necesario enviarme achaque tras achaque, para que tuviera presente que los años cuarenta son un vértice después del cual el cuerpo empieza a declinar. Insisto que lo tomo como un acto de cinismo puro, pues la caída del pelo, y el blanquecimiento del que no se cayó, debieran ser suficiente recordatorio. Lo cierto es que esa amabilidad no vino de parte de la señora naturaleza, y que es innegable que la salud y la calidad de vida, empiezan a depender más y más de la ayuda galena y de los fármacos a partir de estas edades. Esto, en el mejor de los casos.

Mi mesa de noche es un indicador visual de lo que hablo. Ella nunca sirvió para guardar fármacos. Verán que siempre me jacté de ser alguien apartado de pastillas. Digamos, si me duele la cabeza, la trato de pasar sin echarme el “pastillazo” milagroso. Pero el año pasado inició una maratón que me ha hecho ir de médico en médico. Primero fueron dos: visitas que había postergado por meses, finalmente me tuvieron regresando a casa con dos recetas y sendas bolsas de la farmacia. Una por molestias de estómago crónicas y otra por la visita inevitable de los señores cuarentones, que vamos al urólogo al ver que las idas al baño nocturnas empiezan a ser más constantes. Los diagnósticos no fueron graves. Una gastritis que se trata con una pastillita diaria —cada una termina costando más de Q10—, y una prostatitis crónica leve, para la que me recetaron dos pastillas diarias. Estas un poco más caras. Pero al final, el presupuesto de la familia se encontró con un rubro no contemplado, más o menos equivalente a un tercio del salario mínimo en este país. Mi panorama personal se complicó cuando la maratón galena continuó, y una restauración odontológica fue impostergable.

El presupuesto ya golpeado recibió la estocada final cuando un accidente en moto me envió al quirófano. La mesa de noche ahora está llena de cajas de medicinas y, como nunca antes, me vi personalmente de frente a este problema en un país donde su precio es inalcanzable para la enorme mayoría. Tengo plena consciencia de que escribo esta reflexión desde el cuadrante de la fortuna. Una fortuna que es la combinación de dos factores: una dichosa salud durante mis edades más jóvenes, y una posición socio-económica de privilegio en la desigual Guatemala. Aún así, hoy puedo decir que no sé qué haría si esta ola médica personal no frena. Y esto por dolencias más o menos menores. Pero dicen por ahí que no hay seguro o billetera que aguante una enfermedad más grave y de larga duración.

' Hablamos de nuestra vida y de nuestra salud. Y de la vida y salud de los nuestros.

Pedro Pablo Solares

En las últimas semanas hemos visto publicaciones sobre el alto costo de las medicinas en el país. Se habla de que es consecuencia de negocios que hace el Gobierno con proveedores. No es tema de mi experiencia. Pero al ver el enorme valor personal y profesional de quienes opinan, me identifico con la causa. El patólogo Román Carlos, reconocido a nivel mundial, publicó una denuncia al respecto. La doctora Karin Slowing también lo explicó en su última columna “Datos sobre la compra pública de medicamentos”. Esto además de lo dicho por el presidente del IGSS en una reciente entrevista, y la advertencia publicada por Édgar Gutiérrez en su columna titulada “Prueba de ácido para Giammattei”. El sobreprecio de los medicamentos en Guatemala, un problema de trascendental importancia. Hablamos de nuestra vida y de nuestra salud. Y de la vida y salud de la de los nuestros. Ojo.

ESCRITO POR:

Pedro Pablo Solares

Especialista en migración de guatemaltecos en Estados Unidos. Creador de redes de contacto con comunidades migrantes, asesor para proyectos de aplicación pública y privada. Abogado de formación.