META HUMANOS

Vivir desde la gratitud

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En la vida no hay casualidades sino causalidades. Cada persona que se cruza en nuestras vidas y cada experiencia que vivimos junto a ellas tiene un propósito para nuestro crecimiento y mayor bienestar. Aunque a veces no podamos distinguirlo con toda claridad, cada vivencia nos ofrece ya sea una bendición o una lección. En ambos casos se convertirán en oportunidades de crecimiento personal si, y solo si, estamos dispuestos a reconocerlas y abrazarlas. Una clave simple y poderosa para lograrlo es aprender a vivir desde la gratitud.

' Cada persona que se cruza en nuestras vidas y cada experiencia que vivimos junto a ellas tiene un propósito.

Claudia Hernández

Vivir con gratitud significa hacer una pausa para tomar consciencia de lo que estamos viviendo, para valorar lo que a veces damos por sentado y reconocer lo que todavía no hemos sido capaces de ver.

Pausar para ver desde otros ojos y sentir con todos los sentidos, nos permite poner en valor desde las cosas más sencillas y básicas —como la perfección que hay en nuestro cuerpo al respirar— hasta las cosas más profundas y complejas —como encontrarle sentido al dolor—, en las épocas de adversidad.

La gratitud es un sentimiento y una actitud que nos ayuda a poner los pies sobre la tierra para reconocer nuestras bendiciones, como, por ejemplo, poder comer, tener un lugar para vivir, contar con personas significativas a quienes querer y que nos quieran y tener oportunidades grandes o pequeñas para crecer. También nos ayuda a descubrir las lecciones escondidas en los momentos de pérdida, de cambio profundo y de dolor, que, tras el llanto y la frustración, nos han permitido ser más resilientes.

Vivir este tipo de experiencias desde una mirada agradecida, libre de juicios, que busca recoger lo aprendido, es especial para sanar y avanzar sin ataduras y sin amargura. Nos permite alejarnos de la trampa de caer en las comparaciones y las falsas expectativas, que no hacen sino empañarnos la vista, confundirnos la mente y mezclarnos las emociones, dejándonos en una niebla espesa que nos impide reconocer la riqueza que hay en cada experiencia.

Por el contrario, cuando aprendemos a pausar para observar desde la gratitud empezaremos a notar que, si bien la vida no siempre nos da lo que queremos, si nos da lo que necesitamos para integrar lo que está desintegrado, sanar lo que está herido y reconstruir las piezas de lo que está roto. Ojo que no se trata de ir por la vida endulzando lo que es amargo, sino más bien encontrar el aprendizaje que nos movilice del dolor y se traduzca en transformaciones positivas para nuestra vida, como aprender a poner límites más claros, decir no a tiempo, poner nuestro bien-estar como prioridad o darnos permiso de decir si, para disfrutar la vida a todo color.

Al cambiar nuestra manera de ver los retos y las oportunidades que la vida nos ofrece, nuestra interacción con los otros también será distinta, a lo mejor más empática y compasiva, lo cual incidirá positivamente en la realidad que estamos viviendo. Nos permitirá recrearnos —como si fuéramos una obra de arte—, en un proceso creativo que no tiene fin.

Como todo hábito, la práctica de la gratitud se va cultivando con el tiempo. Una manera sencilla de iniciar es tomarse unos minutos al final del día para tomar consciencia de los regalos del día. Aquellos que llegaron en forma de bendición y también aquellos que llegaron en forma de lección.

Que este tiempo en que el año termina y que otras culturas celebran el día de acción de gracias sea oportunidad para pausar, para agradecer la vida y reconocer la posibilidad de elegir vivirla reconociendo las bendiciones, los aprendizajes y los propósitos.

ESCRITO POR:

Claudia Hernández

Psicóloga clínica, especializada en conocimiento, aprendizaje y gestión del conocimiento. Actualmente es directora del Campus de la Universidad Rafael Landívar en Quetzaltenango.