DE MIS NOTAS
Yo vuelo, tú vuelas
Te despierta la alarma mucho antes que el sol aparezca en tu ventana. De todos modos, no pudiste dormir bien. La tensión comenzó con el empaque la noche anterior.
El tiempo apremia, ahora hay que llegar dos horas antes y someterse a la tortura de la paranoia antiterrorista. Despedida rápida afuera de la terminal, luego a chequear, después migración, y el primer registro de seguridad. Ahora te obligan a desvestirte varias veces: saco, zapatos, billetera, cincho, y todo objeto que pueda ser “objeto” de manipulación terrorista y de volar en mil pedazos el avión o lo que está en la mente de los encargados de la seguridad mundial. La lista es grande.
' Piloto y copiloto están guiando la nave por una ruta de nubes negras y mal tiempo. Es un vuelo complicado.
Alfred Kaltschmitt
No puede uno dejar de pensar que el mundo está en crisis y que el horizonte de la humanidad no presagia un final feliz. Hay gente demente. Una exuberante proliferación de extremismos y radicalismos ha generado la realidad casi obscena en la que vive el mundo.
Cuando viajo me siento solo. Volar es impersonal hoy en día. Los aeropuertos son un amasijo de viajeros tratando de sobrevivir el suplicio y llegar lo antes posible. Pocos te dan los ojos. El protocolo es no verse. Homo sapiens de todas las razas, extraños, sin vinculaciones de ningún tipo. Cada cual viviendo su travesía de vida desvinculado de los demás.
Quizás por eso nos sentimos tan aliviados y llenos de júbilo cuando, a la salida, alguien nos espera. Es personal. Te espera a ti. Tienes una conexión humana cálida y real.
Otros tiempos son estos. El mundo sigue cambiando a grandes pasos en forma exponencial. Hace unas décadas era un lujo viajar —casi una extravagancia. Hoy son mareas humanas. Antes, la atención personalizada era la norma. Las aeromozas eran tan mozas que dejaban un aire de secreta atracción cuando pasaban a tu lado atendiendo el menor deseo con una
sonrisa en la boca y un olor a perfume de misteriosa fragancia.
La globalización y la marea humana viajera ha cambiado todo eso. Los controles y procesos demandan eficiencia y trámites expeditos, y la seguridad es francamente una incomodidad que raya en el tormento, pero que todos están dispuestos a someterse. Y lo resalta aún más el hecho de que todo tiene un precio y un desafío competitivo. Ahora la mayoría de azafatas son matronas de ceño fruncido y aire apurado. Bajar costos atraviesa transversalmente a la industria aérea. El resultado es darte lo menos al menor precio.
Y aquí, deambulando entre aeropuertos de El Salvador, Madrid y Turquía, sentado en una butaca solitaria, ajeno a las cuitas nacionales y al diario melodrama que dibuja nuestra realidad nacional, escribo parte de esta bitácora.
Y agrego que nuestro país se asemeja a la tripulación de un avión. Piloto y copiloto están guiando la nave por una ruta de nubes negras y mal tiempo. Es un vuelo complicado. Algunas tripulaciones anteriores creyeron que bastaba levantar vuelo sin rumbo ni puerto definido. O crearon una ruta absurda clientelar sin destino real que nos ha dejado más endeudados y perdidos que nunca. Con un sistema político agotado y corrupto incapaz de eliminar las causas sistémicas que se harta la tercera parte del presupuesto general de la Nación en opacidades y pagos de peajes. El resultado está a la vista. La realidad nacional ya no acepta tales errores.
Y ahora se nos han cerrado las opciones. Un proceso electoral cuestionado con tintes de fraude para evitar la competencia. Menos certeza jurídica como norma, la agenda populista avanzando. ¿Aprenderemos?
Aterrizamos. Estoy saliendo con mis maletas. Diviso a mis a seres queridos. Me embarga una alegría indescriptible.
Creo que volar no es tan malo…