ALEPH
¿Cómo se forma un terrorista?
Los terroristas no nacen, se hacen. Muchos factores definen que haya personas, grupos y Estados terroristas. Y me gustaría desenrollar la madeja a partir de una frase de Umberto Eco, que dice: “El fin del terrorismo no es solamente matar ciegamente, sino lanzar un mensaje para desestabilizar al enemigo”. Esto sugiere que la incubadora perfecta para cualquier forma de terrorismo pide dos condiciones: una es la certeza de que existe el enemigo, y otra es que ese enemigo tiene un poder que molesta.
Todo parte de una lógica de guerra muy arraigada, que se expresa también en momentos y lugares que no son los de la guerra; por eso se lleva a tantas personas inocentes por delante. El terrorismo termina siendo una respuesta violenta hacia el otro, cuyo poder se teme, con el fin de llegar a instaurar un determinado orden considerado mejor. Lo usa quien quiere cuando quiere y los pretextos pueden ser un dios, una patria o la libertad. “Terrorismo” es una palabrita con cargas políticas y emocionales muy fuertes, que termina salpicando a todos los que viven bajo la sombrilla de esa lógica guerrera. Desde fanáticos religiosos hasta nacionalistas ortodoxos, pasando por racistas de todos los colores, colonialistas, independentistas, revolucionarios o conservadores, a cualquiera que tenga un enemigo en la mente y ganas de arrodillarlo, le sirve bien el terrorismo. ¡Qué náusea!
Willy Brandt, aquel famoso personaje que, en el marco de la caída del Muro de Berlín dijo –refiriéndose a las dos Alemanias- que había llegado el momento de volver a unir lo que siempre había pertenecido a un todo, dimensionó y contextualizó ampliamente el fenómeno del terrorismo diciendo que “en nuestro mundo moderno, el hambre en masa, el estancamiento económico, la catástrofe ambiental, la inestabilidad política y el terrorismo no se pueden poner en cuarentena dentro de fronteras nacionales”.
Otro estudioso, Nestor García Canclini, habló hace algunos años del “desdibujamiento de los campos culturales por la reestructuración que les imponen las reglas industriales de producción y la convergencia tecnológica; del debilitamiento de las naciones debido a la mundialización de los mercados, de la fuga del poder político de la esfera de los Estados, de las migraciones masivas y los hábitos culturales e imaginarios que se multiplican fuera de la contención nacional”. Buen caldo del cultivo para el terrorismo.
Parece que los últimos actos terroristas en París, así como el terrorismo de Estado en Siria (¿lo llamamos así?), han despertado de nuevo a los fantasmas que no habían tenido tiempo de tomar bien siquiera una siesta. Y salimos con respuestas fáciles de quiénes son los buenos y quiénes los malos, cuando la historia pide observar el momento, la correlación de fuerzas de poder en el mundo sin ingenuidad, los actores involucrados, los contextos de dogma en que se inscriben, y hasta los dioses por los cuales rezan antes de inmolarse o asesinar. Y veo a los jóvenes reventar en mil pedazos bajo un cinturón de explosivos. Y veo a las niñas y los niños bañados, otra vez, en sangre, y levantando las manos en respuesta a un condicionamiento operante de “no disparen por favor”.
Los terroristas nacen, crecen, se reproducen y mueren en el odio, aunque este se muestre de forma sutil. Me atrevería, incluso, a cuestionar a la gente “buena” que, en contextos violentos, termina siendo torturadora de bisturí en nombre de lo que sea. Quienes hemos vivido o crecido en Estados terroristas, aunque no los llamemos así (“terrorismo de Estado consiste en la utilización de métodos ilegítimos por parte de un gobierno, orientados a inducir miedo o terror en la población civil para alcanzar sus objetivos o fomentar comportamientos que no se producirían por sí mismos. Dichas actuaciones se justificarían por razón de Estado”), sabemos que los recién nacidos no vienen con pistola bajo el brazo.
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