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de este tipo de producción. Para su suerte, había sido contratado por el asesor de esa finca, un experimentado colega, quien le brindó todo el apoyo necesario para que desempeñara adecuadamente su trabajo.

A este inquieto joven le sorprendió comprobar que en la finca casi todos los pobladores eran analfabetos, a excepción de dos caporales quienes torpemente podían comunicarse por escrito con el administrador, tarea necesaria para llevar el registro de los trabajos.

Le llamó la atención la forma, casi primitiva, en que los habitantes vivían, con un tipo de convivencia raro y asustadizo, producto del esquema casifeudal establecido en esos tiempos en la mayoría de las fincas de café. Aquí el propietario era considerado “el patrón todopoderoso” de los trabajadores, a quienes se les llamaba colonos, por vivir dentro de la finca.

Al poco tiempo convocó a una reunión para proponer un programa de alfabetización para los niños, con la escasa pero amorosa didáctica que él podía ofrecer. Le fue gratificante ver cómo estos niños dibujaban sus primeras letras, y principiaban a comunicarse por escrito. Pero venía lo mejor, este profesional tomó la decisión de casarse y en completo acuerdo con su esposa, decidieron, para afianzar su matrimonio, que era necesario residir en la finca.

La esposa, al observar el esfuerzo de su marido en la alfabetización de unos pocos niños, se ofreció para ayudarlo, decisión que atrajo gran cantidad de niños y numeroso grupo de adultos. Luego consiguieron el apoyo de Conalfa, que proporcionó materiales y certificó los logros alcanzados.

Todos querían más, y esta pareja, con buen sentido de persuasión logró que el director de la escuela primaria de una aldea vecina otorgara los certificados de primero de primaria. Esto requirió que el director visitara frecuentemente la finca y observara lo que estaba sucediendo, así como un examen al final del ciclo escolar. Fue así como nació la escuela primaria de ese lugar.

Fue agradable observar cómo estos niños y niñas aprendieron a comunicarse mejor. Incluso, sorprendieron a esta pareja, al solicitarles hacer un desfile cívico para el 15 de septiembre y luego organizar veladas culturales. Allí se observaba a estos tímidos niños, ahora convertidos en improvisados actores de comedias preparadas por ellos mismos.

Estas tareas no le habían sido encomendadas a esta pareja, pero ahora veían, con satisfacción, como el hecho de haber compartido sus enseñanzas producían fruto. Frutos de prosperidad, trabajo y civismo, que permitieron a niños y adultos comprenderse mejor.

ESCRITO POR:

Samuel Reyes Gómez

Doctor en Ciencias de la Investigación. Ingeniero agrónomo. Perito agrónomo. Docente universitario. Especialista en análisis de datos, proyectos, educación digital. Cristiano evangélico.